David San Juan Bayón

La Filmoteca de Catalunya fue el escenario escogido para la clausura del Lychee Film Festival, con la proyección del clásico A Touch of Zen. El recién nacido festival de cine chino ha visto satisfecha su voluntad de acercar y promover la producción cinematográfica del gigante asiático, consiguiendo en su primera edición una buena respuesta por parte del público barcelonés.

Para su segunda mitad, el festival reservó títulos de la talla de Agosto (2016) del debutante Zhang Dalei, merecedor del premio al mejor largometraje en el festival Caballo de Oro de Taipei. En una comunidad de la Mongolia Interior seguimos, a través de la mirada de un niño preadolescente, los agitados cambios que están alterando el orden de su comunidad. Nos hallamos a principios de la década de los 90, cuando la reconversión capitalista provoca que muchos empleados estatales pierdan la estabilidad de un trabajo fijo, lo que precisamente le sucede al padre del joven protagonista. Mientras la armonía de su familia se tambalea por momentos, el niño, Xiaolei, va matando los días del último verano de la inocencia entre amigos, el cine del barrio –ese estreno de El fugitivo–, la piscina o empezar a interesarse de forma inédita por una vecina algo mayor que él. Pero por encima de los avatares de la trama, lo que gana de Agosto es su poética visual, desde su utilización del blanco y negro –que nos evoca a una fabulosa relocalización del neorrealismo– hasta la delicada composición de las estampas cotidianas.

El pase que siguió a continuación fue el de En lo más hondo del corazón (2014) de Xin Yukun, ópera prima del director, con la que ganó el Gran Premio del Festival de Varsovia y un premio revelación en Venecia. La historia nos sitúa en un pequeño pueblo de la China rural donde está a punto de celebrarse un entierro. Desde este planteamiento, la película se sirve de acelerones y regresiones temporales para irnos contando la historia de un homicidio, o dos, desde diversos puntos de vista. Las historias del alcalde, su hijo, una vecina, su amante…, amén de tantos otros personajes, van tejiendo con hechuras de thriller este intenso melodrama. A lo Rashomon, vamos empatizando con uno y otro personaje según el foco de la trama. Una estrategia que alcanza el éxito gracias al carisma de los intérpretes. Estamos ante una de esas películas donde el todo no es necesariamente más grande que sus partes, pero donde estas están pulidas con maestría y encajan entre sí para completar un mosaico de misterios y dolor. Los encuadres escogidos se aproximan, desde la elegancia y sensibilidad, a los rostros de los personajes, priorizando el uso de una cámara al hombro que llena de movimiento y ritmo las escenas. Destaca la gran importancia, siempre tratada con sutileza, de los gestos que estos hacen con las manos. Esto genera constantemente un nuevo subtexto, lo que permite imaginar un encuentro imposible entre Robert Bresson y Nicolas Winding Refn.

Pero quizás el título más esperado por muchos de los espectadores del Lychee Film Festival era Kaili Blues (2015) de Bi Gan, del que había grandes referencias tras triunfar en el Festival de Locarno. Las expectativas no eran para menos, puesto que la película, que empieza siendo pequeña, es de las que va madurando en la memoria y haciéndose más grande después de verla y meditarla. El viaje de un médico en busca de su sobrino, al que su padre ha abandonado, se revela como una experiencia trascendental donde el tiempo y sus dimensiones presente, pasada y futura confluyen en un único momento. El trayecto en motocicleta de Chen Sheng no es tan distinto del que recorría el alma del protagonista de Enter the Void, con la diferencia de que aquí no tenemos una experiencia extracorpórea atravesada por las luces de neón de Tokio, sino un viaje por carretera y en ferrocarril que nos traslada hasta esa pequeña aldea que existe más allá del tiempo. Es en esta donde el protagonista puede revisar su vida y poner en orden sus fantasmas. A través de un largo plano secuencia (de más de media hora de duración) recorremos entre la vigilia y el sueño este espacio metafísico donde encontrar el sentido último de la existencia: el eterno retorno de lo bueno y lo malo, de lo que trae felicidad y dolor. Todo lo que pasó volverá a pasar, pues ya ha sucedido. Aceptarlo, como hace Cheng, es salvarse.

Por último, cerraba el festival A Touch of Zen (1971) de King Hu, una obra épica de tres horas de duración y uno de los principales exponentes del género Wuxia. Sin embargo, su excesivo metraje y la gran cantidad de héroes, villanos y secundarios que entran y salen de la trama –que de por sí no deja de ser una historia de princesas guerreras y poderosos malvados– complicaron la conexión de este cronista con la propuesta de la película. Todo acaba en una sensación de repetición, y sumado su estilo deslavazado –que, no obstante, puede resultar defendible– hace que la invitación inicial a una cinta de artes marciales con cierto punto espiritual se pierda entre tantas digresiones.

Nos despedimos aquí de la primera edición del Lychee Film Festival. La semana que ha durado deja tras de sí una más que satisfactoria muestra de la cinematografía china. A ello ha colaborado el notable nivel medio de su programación, que, si bien es cierto, habría ganado con una mayor presencia de títulos recientes, también lo es que nos ha brindado una panorámica de lo más atractiva de su industria. Consideremos esas ganas de más como el mayor triunfo de los organizadores, que dejan el listón alto de cara al año próximo y unas grandes expectativas para la segunda edición.