¿Quién es esta gente que se reúne en “la finca” de El complejo de dinero? A primera vista, los huéspedes de esta vetusta casa rural parecen surgidos del imaginario fársico de Luis Buñuel: las ridículas criaturas de El discreto encanto de la burguesía condenadas al encierro metafísico de El ángel exterminador. Sin embargo, poco a poco, vamos descubriendo que no todo lo aparente es real en esta película enigmática, elegante e hilarante. Uno de los miembros de esta prole indolente es en realidad el hijo de un sindicalista; la misteriosa extranjera –que se hace llamar “la novia”– descubre una súbita pasión por labrar la tierra; un tipo llamado “el idiota” le confiesa al señorito de la casa unas aspiraciones humildes, lejos de toda opulencia. Por su parte, Francisca (Lola Rubio), cuyos desdeñosos ademanes aristocráticos remiten a los de las marquesas de En busca del tiempo perdido, padece porque su herencia ha sido diezmada; y en una de las escenas más fascinantes de la película, el acaudalado patriarca de este singular clan recita un fragmento de “El emperador de los lagartos”, un irónico poema donde el republicano León Felipe atentaba sibilinamente contra la mentalidad reaccionaria.

Nada es del todo lo que parece en El complejo de dinero, pero queda claro que las apariencias lo son todo, como ocurría en La regla del juego de Jean Renoir –cuyo trabajo con la profundidad de campo emerge en la puesta en escena del debutante Juan Rodrigáñez, como demuestra un plano genial en el que unas personas hablan de negocios cerca de la cámara mientras, en el trasfondo, otros juegan a darle a una piñata–. De hecho, si en la película de Renoir los burgueses se entregaban a sus triviales rituales ignorantes de la inminente eclosión de la Segunda Guerra Mundial, en El complejo de dinero, los protagonistas no parecen nada preocupados por la crisis socio-económica que azota el mundo… o quizás si, aunque de forma inconsciente.

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Un sutil halo de desconcierto y desesperación agita la apacible existencia de este grupo de abúlicos profesionales de la nada. Francisca se vanagloria de dedicarse a “esperar a que el dinero me perdone”; un “profesor” infiltrado en el grupo lee España ante un segundo plan de desarrollo, sobre la economía española durante el tardofranquismo; en la escena más desopilante del film, tres hombres discuten sobre la manera idónea de tirar el arroz a la paella; “la novia” y “el idiota” parecen iniciar un affair clandestino. No hay quién entienda a esta tropa de inútiles acomodados. La cámara de Rodrigáñez, adepta a los encuadres de raigambre pictórica, se recrea en el orden aparente de las situaciones y los espacios. Llama la atención un travelling de ida y vuelta sobre los personajes mientras bailan al son de un bolero de Luis Areque, o una vista enmarcada por dos imponentes árboles que parecen encuadrar perfectamente el paisaje. A la postre, se trata de un equilibrio solo superficial que esconde tensiones corrosivas y contradicciones flagrantes, como apunta la cita de Lenin que abre la película: “Sin los grandes bancos el socialismo sería irrealizable”.

Adaptación libre de la novela Der Geldkomplex, escrita en 1916 por la autora feminista Franziska Von Reventlow, El complejo de dinero se emparenta con una larga estirpe de películas que se aproximan con ánimo crítico y rupturista al universo burgués. Ahí está el espíritu decadente que recorre el cine desde Il pugni in tasca de Marco Bellocchio a La ciénaga de Lucrecia Martel, pasando por los universos de Luchino Visconti o Carlos Saura. Y qué decir de esa ecuación pasoliniana que va de Teorema a Saló, donde la burguesía y el poder quedan atrapados entre sus bajas pasiones y su putrefacción moral. Todo ello asoma la cabeza en la película de Rodrigáñez, que en ocasiones rezuma antigüedad en su escritura abiertamente simbólica: “la novia”, “el idiota”, Francisca transmutada súbitamente en pavo real… o gallina. Sin embargo, el trasfondo abstracto, la narración esquiva y la fragmentación del relato –los cambios de vestuario de Francisca son a veces el único indicio de un salto temporal– mantienen viva esta sugerente aproximación a un contradictorio universo de penurias económicas, afectivas y culturales que, por muy terrorífico que resulte, se parece bastante al nuestro.