Endika Rey

Hace poco más de un año, la imagen de unas guerrilleras kurdas entrando en Kobane y ganando la batalla contra el Estado Islámico abrió varios informativos. La fuerza de aquel icono era incuestionable: la mujer no aparecía como una figura al servicio del hombre ni tampoco como una de sus víctimas, sino como una entidad liberada y liberadora en sí misma. En el documental Bakur no mencionan este hecho en concreto pero la película de algún modo complementa y completa aquellas imágenes. Çayan Demirel y Ertuğrul Mavioğlu, los directores de la cinta, realizan una completa panorámica de la vida en las milicias del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y, si bien el objetivo del filme es más ilustrativo que discursivo –no existe una mirada externa a la de los miembros de la guerrilla–, ese tercio integrado por mujeres tiene la voz más tajante ante las cámaras. Los propios dirigentes indican que el objetivo de su lucha no pasa únicamente por la creación de una confederación democrática donde coexistan los cuatro estados kurdos, sino también por la construcción de una cultura donde las estructuras mentales arcaicas dejen paso al progreso. En este sentido, una de las ideas que guiará el documental es aquella que indica que los oprimidos originarios no son los esclavos, sino las propias mujeres, ya que con su emancipación, al acabar con el patriarcado, agitan la lucha que acabará también con la esclavitud a la que el pueblo kurdo se ha enfrentado a lo largo de su historia.

Al mismo tiempo, Bakur es un documental sobre el dolor que causa abandonar la propia nación –o, al menos, la idea de esa nación– y la incertidumbre del guerrillero nómada que sabe que ha perdido en parte el control de sus propias montañas. La película no habla de los refugiados en sí, pero es difícil no leer sus testimonios bajo la luz de quien sabe que su tierra ya es otra porque el remite de las cartas de sus familiares está en un sitio muy alejado. El fuera de campo tiene, pues, un peso capital en la construcción de la identidad; algo que también ocurre en Siria: una historia de amor, otra de las cintas que podrán verse en el Festival DocsBarcelona. Aquí Raghda, la mujer protagonista, también es una figura clave en la revolución de su país y el documental comienza precisamente con ella encarcelada. En el primer acto, el punto de vista pertenece por completo a su marido y a sus dos hijos, que evitan marcharse del país a la espera de que la matriarca sea liberada. Si en Bakur las cartas se convertían en el contacto con el exterior, en Siria: una historia de amor son las llamadas telefónicas y los videos domésticos los que fomentan una idealización de lo ausente. Sean McAllister, el director, ya se había convertido para aquel entonces en un buen amigo de la familia con lo que la cámara tiene permitido situarse muy cerca de ellos y así construir imágenes tan potentes y dolorosas como aquellas de la hija pequeña durmiendo con el teléfono móvil apagado pegado a la oreja. Lo curioso es que, poco después de que Raghda sea liberada –y en un primer giro imprevisto de guión–, el cineasta será detenido y, en consecuencia, esas cintas e imágenes confiscadas, con lo que la familia se verá obligada a partir hacia Francia –en parte por culpa de la propia película– como refugiados políticos.

Siria: una historia de amor, de Sean McAllister.

“Siria: una historia de amor”, de Sean McAllister.

Siria: una historia de amor se traslada, entonces, a un terreno tan inesperado como al que se mudan los propios protagonistas. Una vez fuera de su país, la película se transforma en un documental personal que lleva lo político a lo individual. Siria queda fuera de plano y sólo nos acercaremos a la guerra a través del filtro de la experiencia subjetiva de la familia protagonista, una que poco a poco se va fracturando de manera inexorable. Así, la historia de amor de la que partía el título del filme, muta a apunte agridulce sobre lo que pudo ser y no fue. Raghda, cuya cara envejece al menos diez años en un periodo de cinco (y no es un apunte superficial: el rostro en el cine documental también se lee como drama político), no consigue hacerse a la idea de que su función se reduzca al ámbito doméstico y no al revolucionario, y la cámara de McAllister permanecerá atenta a las discusiones, reconciliaciones y daños colaterales de una identidad que se ha perdido con el refugio. El desamor y la separación del matrimonio se convierten en excusa narrativa y Francia, en la nueva prisión a la que la mujer debe enfrentarse: una de la que es difícil recomponerse porque el rescate ya no puede tener lugar.

Una de las ideas más duras a las que se enfrenta el espectador de Siria: una historia de amor es esa nostalgia imposible hacia el país en guerra: la madre necesita el conflicto para saberse a sí misma, el padre necesita confirmar que su amor no es un fósil de su vida anterior, el hijo piensa que, pese a todo, los viejos tiempos eran bellos… Las rejas de ese pasado les impiden construir un futuro en libertad como el que tenían planeado, una idea que también se concreta (en parte) en The Longest Run, otro de los documentales que podrán verse en el DocsBarcelona. Aquí no hay historia de amor más allá del (tierno) bromance entre sus protagonistas: dos presos –Jasim y Alsaleh. Uno sirio, otro iraquí; ambos kurdos– que esperan una fecha para sus respectivos juicios en una cárcel griega. Hay una secuencia en que Jasim también hace hincapié en esa melancolía forzada al indicar que preferiría estar luchando en Siria antes que en la cárcel, pero Marianna Economou, la directora, no se centra tanto en el drama pasado de ambos como en su posible proceso de adaptación futuro. El teléfono se revela de nuevo como uno de los dispositivos que mejor construyen esos dos escenarios del aquí y el allí; y las conversaciones de los dos presos con sus respectivas familias, pese a estar plagadas de mentiras piadosas, retratan de manera totalmente honesta como ambos quieren volver pero también quieren quedarse.

"The Longest Run", de Marianna Economou.

“The Longest Run”, de Marianna Economou.

Resulta curioso que uno de los principales conflictos por los que pasa Alsaleh sea demostrar que, efectivamente, era menor de edad al llegar sin papeles al país. El documental se transforma, en parte gracias a esa idea, en una película de juicios totalmente sui generis donde nadie habla el idioma que debería y la traducción de la palabra es la que conduce el relato. Economou realiza un trabajo sutil pero contundente y, así, cuando un radiólogo testifica asegurando que la estructura ósea del preso indica que seguramente tenía alrededor de 18 años en el momento en que fue detenido, sabemos que es un dato irrelevante porque ya lo hemos descubierto en la escuela primaria de la cárcel o viendo una televisión que casi siempre emite dibujos animados. Es decir, que para la directora la edad no es más que otra construcción administrativa porque ese preso, tenga la edad que tenga, no ha dejado todavía de ser un niño. Finalmente, el otro lado del teléfono se revelará como una zona todavía más cruel que la propia celda: cuando Jasim habla con su familia siria, ya refugiada en Turquía, entiende la imposibilidad de volver a cruzar la frontera a casa. Cuando Alsaleh habla con su hermano, que ha conseguido instalarse en Alemania, comprende que aun consiguiendo salir del correccional, no podrá reunirse con él. En Europa las últimas barreras son, ante todo, burocráticas.

The Longest Run consigue algo tremendamente complicado: situar el punto de vista de la narración en dos miradas extranjeras ajenas al escenario y a la dirección. El objetivo de Kandahar Journals, el cuarto documental que podrá verse en el DocsBarcelona, es precisamente el contrario: narrar a modo de diario filmado la experiencia del yo en el extranjero. La película, codirigida por Louie Palu y Devin Gallagher, sigue al primero (un fotoperiodista estadounidense) pero, a diferencia de los ejemplos anteriores, nunca deja de tener la perspectiva de un turista en tierra de nadie. Ya desde las primeras líneas de diálogo de la película (“Tengo que focalizar, tengo que centrarme en el encuadre, relajarme y conseguir el plano, no dejar que la situación me controle, yo tengo que controlar lo que está en el encuadre…”) se deja bien claro que la situación política de Afganistán no importa tanto como la visión que Palu adquiere de la misma. Así, cuando la explosión de una bomba destroza el cuerpo de un civil, asistimos a las (terroríficas) fotografías que el director realizó del cuerpo desmembrado y a su voz en off afirmando que lo que más se le quedará grabado de aquel instante es el olor a carne quemada, pero en ningún caso sabemos qué es exactamente lo que ocurrió en el incidente ni quién era exactamente el fallecido.

"Kandahar Journals", de Louie Palu y Devin Gallagher.

“Kandahar Journals”, de Louie Palu y Devin Gallagher.

Al igual que sucedía con Raghda en Siria: una historia de amor, Palu asegura que en cinco años en Kandahar ha envejecido más que en el resto de su vida, pero a diferencia de la protagonista de aquélla, aquí no llegamos a asistir a ese deterioro sino que hemos de hacer un voto de confianza para creérnoslo. Kandahar Journals es un híbrido de soportes que juega obsesivamente con la palabra escrita en la imagen así como con la fotografía como mecanismo que le permite parar el flujo del tiempo. En ocasiones, la película escapa al control absoluto de su protagonista y plantea varias ideas interesantes como, por ejemplo, esos soldados que comienzan a tararear la cabalgata de las valquirias en el momento en que ven unos helicópteros sobrevolando la zona. Es en esos instantes cuando la cinta consigue ser uno de esos documentales que usan la cámara ante todo para registrar la realidad externa: cuando no tiene miedo de realizar guiños a la ficción y se escapa de la primera persona. Pero, en general, si en los otros tres documentales los directores se introducían en la mente y sufrimientos de sus protagonistas, en Kandahar Journals la cámara es la que funciona como un escudo que protege de la guerra. Lo que en Kabur, Siria: una historia de amor y The Longest Run era el documental como refugio, en Kandahar Journals es el refugio como documental.