“Las mentiras son del mundo de las tinieblas, y usted, Jeanne, es hija de la luz”, dice un cura a la protagonista de El jardín de Jeannette (Une vie), una mujer que abandona la serenidad de la casa de los padres para adentrarse en un matrimonio que le acarreará todo tipo de tormentos. En el fondo, la última película de Stéphane Brizé, que adapta aquí una novela de Guy de Maupassant, es precisamente una historia de luz y de tinieblas, pues el grueso del relato se instala en esta dicotomía, entre los tonos amarillentos y brillantes de los días felices de Jeanne junto a sus padres y los colores grisáceos, oscuros y agónicos de su existencia como mujer casada, víctima de los engaños de su esposo. Rodada en formato 4:3, con los rostros casi siempre de perfil, El jardín de Jeannette–que concursó en la Sección Oficial del pasado Festival de Sevilla– se compone de una narración fragmentada, con saltos constantes en el tiempo, en esa vida decadente de la protagonista, como si la película fuese la evocación de un tiempo que fue mejor y de un profundo desgarro. Violeta Kovacsics

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