Este año, el D’A Film Festival Barcelona se celebrará (del 30 de abril al 10 de mayo) en formato online a través de la plataforma Filmin.

LEYENDA DORADA. Ion de Sosa, Chema García Ibarra. 11 minutos. España (2019). Con Al Sarcoli, Cristina Canchal, María Ángeles Rosco, Carlos Lebrón Lázaro.

Parece una virtud nimia, pero tanto Ion de Sosa como Chema García Ibarra, en sus respectivos trabajos individuales, han sabido retratar con verdadero respeto esa clase/cultura popular española, ya sea levantina o emigrante, que pocas veces protagoniza relatos cinematográficos ajenos a la compasión y el miserabilismo. A los pocos minutos de arrancar Leyenda dorada, aparece un primer plano, nada estetizante, de un glorioso plato combinado –salchichas, patatas fritas, lechuga (iceberg), tomate–, probablemente el rey gastronómico de las mesas populares de verano. Y ese plano, sobre el que se superpone el canto popular de una vieja con gafas de sol sentada en un chiringuito de piscina, viene precedido de las manos de una joven que ojea despreocupada un libro sobre conjuros satánicos, rituales y ouijas. Un corte brutal que marca el tono que persigue la película: un trabajo de ficción costumbrista, o una suerte de costumbrismo de ciencia-ficción cargado de (buen) humor.

La combinación De Sosa-Ibarra es quizás uno de los duetos más geniales que ha alumbrado el cine reciente en España, dos almas gemelas que parecían destinadas a encontrarse, y que juntos han conseguido un exacto punto intermedio entre sus filias y fobias. Lo que enunciaban las primeras películas de Ibarra –una sci-fi teñida de absurdo popular, de retrato de barrio– ha devenido, gracias en parte a la intervención de de Sosa y su cámara de 16mm, en pequeños haikus (un sonido aquí, un diálogo allí) que apuntalan una historia que el espectador habrá de concluir. En Leyenda dorada, el sopor de las sobremesas de verano en esa piscina de tierra adentro se mezcla con una megafonía que se debate entre lo promocional y los sonidos de ultratumba, y un grupo de jóvenes que deciden invocar, ouija en mano, a Antonio Anglés. Apuntes humorísticos con los que De Sosa e Ibarra no solo acreditan la belleza del tedio veraniego y de las hormonas desatadas de los adolescentes (todos actores no profesionales), sino que convierten un escenario aparentemente banal en un candente híbrido de satanismo a plena luz del día, cultura popular y crónica negra. Quizás estos dos cineastas hayan superado el haiku y encontrado una fórmula patria más apropiada para nuestro contexto: el cine como plato combinado. Gonzalo de Pedro Amatria

MY MEXICAN BRETZEL. Nuria Giménez. 73 minutos. España (2019).

En My Mexican Bretzel de la barcelonesa Núria Giménez se entremezclan tres materiales: películas domésticas de una pareja en de distintos lugares y eventos –de Suiza a Nueva York, pasando por el paisaje del suroeste mallorquín–; algunos detalles sonoros añadidos a posteriori; y el texto del diario de una mujer llamada Vivian Barrett, que se inscribe en la película mediante subtítulos. Una combinación de elementos en la que hallamos inscrito un misterio, una ficción escondida bajo la realidad aparente. ¿Cómo puede ser que un archivo doméstico encontrado se corresponda con los destinos de viaje de la señora Barrett? ¿Qué fue antes, el texto o la imagen? La incógnita se resuelve fácilmente, pero poco importa, sobre todo porque Giménez sabe encontrar una poética que va más allá del dispositivo. Pese a algunos detalles sonoros, el silencio repercute en el sentido de intimidad que desprende la película. Desde la ventanilla de un avión, una mujer observa el paisaje, y los subtítulos discurren sobre el anhelo de soledad. En otro momento, ella tuerce el gesto, aparentemente harta de que el hombre que la acompaña la mire siempre a través de la cámara: “filmar es una de las mejores formas de autoengaño”, afirma. Las dudas y los deseos de la mujer van cobrando forma mediante las palabras y las imágenes. También los paisajes: la noche en Nueva York, la costa, un circuito de coches, el París de posguerra, donde un pintor retrata Notre Dame décadas antes que esta ardiera… La fascinación que generan las imágenes de archivo es tal que por momentos una olvida el texto que aparece grabado al pie del encuadre. No importa: en el dejarse llevar está quizá el más bello de los misterios que propone My Mexican Bretzel. Violeta Kovacsics

LOS PÁRAMOS. Jaime Puertas. 43 minutos. España (2019). Con Ángeles Moreno, José Daniel Brígido, Dulce Rodríguez.

Los poco más de cuarenta minutos con los que se salda Los páramos pueden considerarse una de las cartas de presentación más poderosas del cine español reciente. Su director, guionista y comontador es Jaime Puertas, un estudiante de la ESCAC que aprovechó la realización de su proyecto de graduación para filmar este mediometraje en el que se insinúa una madera de maestro. Ya desde sus títulos de crédito de apertura (donde los nombres de todas las personas implicadas en el proyecto van desfilando lentamente), la propuesta adquiere formas y ritmos a los que el cine nos tiene poco acostumbrados. Luego llega una cita de las Sagradas Escrituras: “Cuando eran pocos en número, muy pocos, y forasteros, y vagaban de nación en nación, y de un reino a otro pueblo…”. Entonces, con el despertar de la cámara, avanzamos por un espacio vacío, árido, aparentemente desolado, pero que en el fondo contiene algo indeterminado que nos invita a quedarnos. A perdernos. La belleza de las imágenes tiene al mismo tiempo algo de sublime y de amenazador; su fuerza parece emanar, principalmente, de los colores con los que el cielo ilumina el espacio. Intensas tonalidades rosadas nos sitúan en una franja del día que no acaba de concretarse. ¿Será el amanecer o el atrdecer? Los extremos se tocan: la noche y el día, quién sabe si la vida y la muerte, o ya puestos, el pasado y el futuro. El presente, en este sentido, se descubre como una especie de limbo, y así mismo se comporta la película.

Puertas sigue los pasos de Aurora, una mujer definida por su condición de madre y esposa, pero también por su identidad gitana. Al igual que el espacio y la franja horaria en la que nos movemos, el objeto de estudio se concreta por su contexto. De un modo similar, cada secuencia parece estar condicionada tanto por su precedente como por la siguiente. A nivel técnico Los páramos se apoya casi de manera continua en la superposición de estímulos sensoriales. No es que un escenario lleve a otro, sino que se convierte en el siguiente. También, lo que en una escena suena a banda sonora extradiegética, en la siguiente se confirma como ruido ambiente. Cada imagen-situación mancha aquellas con las que colinda por montaje. El antes y el después están igualmente presentes en el ahora, originándose así un hilo narrativo cuya dirección y sentido tienden a dibujar una nebulosa y no tanto una línea nítidamente trazada. El efecto resultante no dista mucho al de estar leyendo una historia que no se sabe cuándo empezó, ni cuándo va a terminar. Más que una fuente de frustración, el no-saber nos alienta a explorar. Entre diálogos naturales y recitaciones teatrales, entre presencias y desvanecimientos, entre el día y la noche, el misterio de Los páramos aguarda desde tiempos inmemoriales. No espera ser entendido, sino a ser abrazado, admirado. Víctor Esquirol

JESUS SHOWS YOU THE WAY TO THE HIGHWAY. Miguel Llansó. 83 minutos. España, Estonia, Etiopía, Letonia, Rumanía (2019). Con Daniel Tadesse, Guillermo Llansó, Agustín Mateo.

Miguel Llansó, autor de la desconcertante Crumbs, propone un visceral y extravagante acercamiento al cine de género en Jesus Shows You the Way to the Highway, una relectura de los códigos de la serie B orientados hacia la fantasía y la ciencia ficción. Se trata, en el fondo, de trastocar, a través de tramas enloquecidas, el sentido original de la iconografía popular, para así crear nuevas formas de representación. Si en Crumbs Llansó se nutría de la plasticidad y significación del paisaje etíope para entrar en el terreno de la distopía, en Jesus Shows You the Way… ese rol figurativo y semántico lo ocupa la geografía humana de su protagonista, el etíope Daniel Tadesse, que en la piel del agente especial Gagano deberá infiltrarse, junto al agente Palmer (Agustín Mateo), en un mundo virtual amenazado por el gobierno ruso. Más allá de la premisa argumental, resulta inútil intentar explicar el film de Llansó, ya que gran parte del (sin)sentido de la propuesta pasa por la perplejidad que genera su visionado. Regocijándose en un absurdista discurso geopolítico y referencial –donde el logo pixelado de Batman convive con unas caretas de Robert Redford y Richard Pryor–, Jesus Shows You the Way… muestra una cierta pretensión de ser original a cualquier precio. Su singularidad es incontestable, así como la efectividad de su trabajo con el stop motion, pero pasada la sacudida inicial, el embrollado argumento agota prematuramente su efecto sorpresivo. Júlia Gaitano

LA REINA DE LOS LAGARTOS. Burnin’ Percebes. 63 minutos. España (2019). Con Bruna Cusí, Javier Botet, Ivan Labanda, Miki Esparbé, Roger Coma.

En los cimientos de la artesanal e hilarante La reina de los lagartos, dirigida por el colectivo Burnin’ Percebes, se esconde una genial paradoja conceptual. Por un lado, la película se afianza en una apuesta por lo vintage, encarnada en el uso del formato Super 8mm, en el retrato de una Barcelona de extrarradio que parece situada en un limbo pre-Olímpico, y en la referencia a films como Ultimátum a la Tierra o La semilla del diablo. Sin embargo, en paralelo, el film transita por las sendas de la posmodernidad: entrecruza con descaro los más variopintos códigos del cine de género y se explaya en las formas del poshumor, exprimiendo las posibilidades de la comedia absurda (como en la simple pero efectiva repetición de la palabra “catequesis”), del gag excesivamente dilatado y del humor deadpan, que opera normalizando la excentricidad. Así es como se articula la imposible relación entre un príncipe-lagarto-extraterrestre (interpretado por el espigado Javier Botet) y una madre-separada-humana (la menuda Bruna Cusí), una historia en la que las coordenadas de géneros eminentemente foráneos como la ciencia ficción y la comedia romántica se pasan por un filtro castizo, a la manera de Extraterrestre de Nacho Vigalondo o Sueñan los androires de Ion de Sosa. Con sus prolongados planos fijos, su empleo de primeras tomas (que imbrican la sofisticación formal y la imperfección amateur) y su inclinación al diálogo balbuceado, La reina de los lagartos conjuga una suerte de realismo ilusionista, una invitación a contemplar la magia de lo cotidiano a través del filtro de la fantasía indomable. Manu Yáñez y Víctor Esquirol