Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

En el prólogo de Drive, Nicolas Winding Refn marcaba el ritmo y el tono del film en dos frentes distintos. Primero, a través del apartado sonoro: de fondo, sonaba el Tick of the Clock de los Chromatics, que se solapaba con la retransmisión radiofónica de un partido de la NBA, no de los Lakers, sino de los Clippers. Y en segundo lugar, mediante la gestión del espacio escénico y urbano: el héroe anónimo del film conducía velozmente por el asfalto nocturno de Los Angeles sin dejar de apretar el freno. Tenía que correr, pero también evitar ser visto, y finalmente se escondía en el Staples Center. Por su parte, la primera secuencia de Funny Face de Tim Sutton –presentada en la sección Encounters de la Berlinale– se presenta como un aterrador eco del arranque de Drive. Un hombre se esconde tras una máscara en la que destaca una sonrisa que hiela la sangre. El hombre vibra (hasta el tembleque enfermizo) con otro de esos partidos que los New York Knicks están destinados a perder. Estamos en la costa este, en la monstruosidad neoyorquina que tritura y aliena al individuo.

La máscara de la sonrisa aterradora ahora da vueltas sobre sí misma en el cielo. Luego se precipita al vacío y Sutton aprovecha para exhibir su talento a la hora de manejar los planos de seguimiento. En un momento determinado, la caricatura del rostro humano es engullida por los rascacielos de la ciudad, y ahí cuaja la tesis de Funny Face, una película centrada en la relación (tensa y conflictiva, pero también esperanzadora) de las personas con el espacio urbano. Antes de la proyección, el propio Sutton insistía en el carácter universal de su obra, en su interés por explorar fenómenos de carácter global como la gentrificación, la especulación inmobiliaria y el mobbing. Así, el director de Dark Night introduce al espectador en la jungla neoyorquina renunciando a todo frenesí romántico y abrazando unas atmósferas opresivas que se perfilan a cámara lenta, muy al estilo “NWR”. En una escena reseñable, los dos protagonistas de la historia debaten apasionadamente sobre las implicaciones de apoyar a los Knicks de Nueva York o a los Nets de Brooklyn, pero en realidad están ahondado en los traumas causados por los últimos pelotazos urbanísticos… y por supuesto, en un sentimiento de derrota asfixiante.

Al caer el Sol, empieza la jornada para dos marginados, un chico y una chica, que deben dicho estatus a su condición étnico-cultural, pero también a una serie de traumas familiares enquistados. Podríamos estar ante el nacimiento de dos nuevos superhéroes (de hecho, ella parece salida de A Girl Walks Home Alone at Night de Ana Lily Amirpour), o a lo mejor de dos villanos (él remite al Joker de Todd Phillips). En cualquier caso, se trata de dos seres desarraigados, condenados a vagar por los rincones más inhóspitos de la ciudad. En ese transitar, colmado de paradas técnicas, Sutton juega constantemente con la distancia y el ángulo en la filmación de estos dos cuerpos que a veces parecen vulnerables, y en otras ocasiones da la sensación de que se vayan a zampar los edificios que intentan aprisionarles. Funny Face plantea un juego permanente de dimensiones y proporciones, un eficaz modo de reflexionar sobre la huella que deja el ser humano en su entorno. Sutton se resiste a clarificar si estamos asistiendo a una misión vengativa contra la capital de los fondos buitre, o si en realidad todo se trata de una historia de amor en la que volcar nuestras últimas esperanzas en el mundo moderno. Sea como fuere, la ciudad se reivindica siempre como la tercera pieza en este posible triángulo de amor-odio.