Afincado en la inmadurez crónica y en un eterno conflicto de proporción respecto a su entorno —como si el mundo no estuviera hecho para los grandullones—, Will Ferrell alcanzó la gloria fílmica formando tándem con el guionista y director Adam McKay, a quién conoció en los pasillos del Saturday Night Live. En El reportero, Ferrell encarna a un petulante presentador de un noticiario televisivo local que se vanagloria de ser la voz de San Diego mientras informa sobre desfiles de gatos y nacimientos de osos panda. Entre la sátira retro –la película transcurre en los años 70– y el arrebato surrealista, Ferrell y McKay se recrean en la desaforada e injustificada egolatría del protagonista, amplificada por el escenario mediático. También cruzan chistes sobre erecciones con citas a Alfred Tennyson y el existencialismo, y se entregan a lo que el director David O. Russell, productor de la película, definió como “un equilibrio entre el arte performance y el cine narrativo”. Una dicotomía que se hace patente en el endiablado trabajo de improvisación que puntea la obra de Ferrell/McKay: las “tomas falsas” de sus películas funcionan como valiosas radiografías del método tentativo y vertiginoso del dúo. MY

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