Existen pocas cosas nuevas que decir sobre la gigantesca proeza del cineasta neozelandés: los fans del libro de J.R.R. Tolkien pueden seguir quejándose de la ausencia de Tom Bombadil mientras que los recién llegados a la película tal vez no entiendan todavía del todo por qué un ojo gigante quiere destruir la Tierra Media. Todo el mundo tiene quejas respecto a la adaptación, pero también todo aquel que sepa valorar las hazañas imposibles las respeta. El señor de los anillos es el mejor ejemplo de ese bigger tan life al que Hollywood suele acostumbrarnos en ocasiones especiales. Una trilogía perfectamente delineada donde el espectador entiende en todo momento una acción que no por múltiple deja de ser comprensible (dicho sea como todo un halago). Una adaptación casi al pie de la letra del viaje del héroe que nunca deja de resultar única y emocionante. Endika Rey

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