Uno más de los (muchos e innumerables) problemas que atenazan a España, y podría parecer menor cuando es realmente grave, es la progresiva dejación de funciones del periodismo y los medios de comunicación, que han ido deslizándose de forma nada sigilosa hacia una práctica servil, acrítica y acomodada, al calor, dicen, de la crisis económica y la falta de recursos. Más allá de determinados proyectos mediáticos digitales, que pelean por construir y practicar un periodismo digno e independiente (decir periodismo e independiente debería ser una obviedad, pero ha terminado siendo un oxímoron, una contradicción, un imposible en España), el panorama periodístico aparece dominado por una absoluta falta de rigor: la prensa ya no ejerce como contrapoder, sino que alimenta y participa de las manipulaciones de los grandes poderes políticos y económicos con el alegre ánimo del converso.
Es en ese panorama en el que hay que enmarcar proyectos como los de la productora catalana Metromunster, ahora muy conocida por su trabajo Ciutat Morta, con el que desmontaban las tesis oficiales en torno al caso de la muerte de Patricia Heras, acusada sin pruebas por la Policía de haber participado en unos altercados violentos, y que terminó suicidándose bajo una enorme presión. La película alcanzó cotas inimaginables de notoriedad cuando, tras meses de espera, fue finalmente emitida por la televisión pública catalana, TV3, en su segundo canal, Canal 33, en una versión censurada por orden judicial. Como es conocido, en esta época de redes sociales y contrainformación, la secuencia eliminada corrió como la pólvora por internet, ayudando a convertir la emisión, en un horario bastante tardío, en un éxito absoluto de audiencia, con un 20% del share y una audiencia de 569.000 personas. Se demostraba así que, en una era de comunicaciones digitales, la censura, al menos en países (más o menos) democráticos, es la mejor herramienta publicitaria posible: lo que había de ser una emisión tradicional, y probablemente minoritaria, se convirtió en un debate público de gran alcance.
Xavi Artigas y Xapo Ortega, los responsables de aquella película, junto con Marc Serra, estrenan ahora Tarajal: desmontando la impunidad en la frontera sur, que nace como una coproducción entre la productora Metromunster y el Observatori DESC (Drets Econòmics Socials i Culturals) para tratar de combatir la versión oficial de la que no solamente es una de las mayores tragedias migratorias vividas en las costas españolas, ni una descomunal violación de los derechos humanos y las leyes y tratados internacionales (que España ha suscrito), sino también un ejemplo palmario de instrumentalización mediática, mentiras continuadas, y servilismo atroz por parte de la prensa mayoritaria ante los poderes públicos. Sintetizando: en febrero de 2014, un grupo de inmigrantes trató de alcanzar a nado una playa española en la ciudad africana de Ceuta. Lo hicieron desde una playa marroquí, separada por una verja y un espigón en el mar de la playa española de Tarajal. Eran aproximadamente las siete de la mañana, y según contarían después los medios de comunicación, citando únicamente fuentes oficiales, y sin contrastar las versiones, 15 de esos inmigrantes, que supuestamente atacaron con violencia a los Guardias civiles que defendían el territorio, acabaron muriendo, ahogados, en aguas marroquíes, fruto de su inexperiencia, la avalancha humana, la desgracia, la voluntad divinia, el infortunio o el azar. Testigos presenciales, que llegaron a grabar el suceso con sus teléfonos móviles, y organizaciones sociales que trabajan en la ayuda y acogida a los immigrantes, pronto empezaron a desmentir esa versión, apuntando además un dato estremecedor: los Guardias Civiles habían hecho uso de sus armas represivas, fusiles de pelotas de goma, con los que habían disparado a los inmigrantes que trataban de cruzar la frontera a nado, provocando su ahogamiento.
La película reconstruye los hechos con precisión quirúrgica, y sigue el proceso de construcción de la versión oficial para ir desmontándolo paso a paso con ayuda de imágenes, testimonios de compañeros de los fallecidos, que pudieron salvarse de morir ahogados, testigos presenciales, abogados, y miembros de organizaciones sociales, hasta demostrar con una claridad palmaria la cadena de mentiras, versiones, y manipulaciones con las que el Gobierno encubrió el comportamiento inhumano, además de ilegal, de la Guardia civil, que incumplió tratados internacionales de derechos humanos, realizó lo que se denominan “expulsiones en caliente”, también prohibidas por la ley, además de tratar de detener su entrada en el país a base de disparos, que en algunos casos acabaron provocando la muerte de quince de ellos. El grueso de la película es por tanto la investigación, casi periodística, de lo acontecido en la playa del Tarajal aquella mañana de febrero, recopilando y analizando pruebas, buscando testigos, contrastando testimonios; un trabajo periodístico en el mejor sentido de la palabra, una responsabilidad que en un país civilizado recaería sobre la prensa tradicional, pero que aquí ha de ser asumido por productoras independientes y asociaciones de derechos humanos, que ven cómo no solo se incumple la ley, sino que se manipula lo ocurrido, mintiendo y malinformando a la opinión pública.
Y esa es la segunda vertiente, tan terrorífica como la primera, de la película: la constatación de que los poderes del Estado reconstruyen la realidad a su gusto para encubrir sus políticas ilegales y represoras, y lo hacen con la colaboración entusiasta de aquellos medios que deberían estar ahí para vigilar y fiscalizar su comportamiento. El gran valor de la película reside en la capacidad y el empeño por retratar todo un entramado periodístico-legal-político-estatal que se retroalimenta y actúa fuera de la ley: nada que no supiéramos, pero que la película, a través del dramático caso de los inmigrantes muertos en Ceuta, pone de manifiesto; versiones contradictorias, pruebas manipuladas, mentiras que se superponen, jueces que no buscan testigos, fiscales que no acusan, periodistas que aplauden las intervenciones de los poderes públicos en lugar de cuestionarlas… el retrato que se deduce de la película es, cuando menos, aterrador. Si bien podríamos reprocharle a la película una forma más televisiva que cinematográfica, y sobre todo algunos subrayados y efectos dramáticos probablemente innecesarios, es también cierto que la película no se pretende nada más que un contrapunto informativo a una situación de desinformación y mentiras. Y ya es bastante.
Y sin embargo, al principio de la película, un pequeño gesto cinematográfico, un zoom out, que contextualiza la playa del Tarajal en la ciudad de Ceuta, desvela una confianza en las imágenes y su capacidad para crear significado y desmontar mitos. Basada esencialmente en vídeos grabados por testigos de la actuación de la Guardia Civil, en los que se aprecian perfectamente los disparos a los inmigrantes en el agua, y una serie de entrevistas, la película tiene la potencia de elevarse por encima de lo concreto, y manejar al mismo tiempo una reflexión global sobre las políticas migratorias, y la manera en que los estados, que ven debilitarse sus apoyos entre sus ciudadanos, recurren a la dureza inhumana contra los migrantes como forma de granjearse la simpatía de sus votantes: lo que no son más que personas en busca de una vida mejor se convierten en invasores, amenazas, en el lenguaje de los políticos y sus medios comparsa. Trabajos como este sitúan las cosas, y las personas, en su justo lugar.
Proyección de El Tarajal. Desmontando la impunidad en la frontera sur en Cineteca.