Nanni Moretti escribe en su diario personal:

Caro diario,
c’è una cosa che mi piace fare più di tutte!

Querido diario,
¡hay una cosa que me gusta hacer más que nada!

Después de esta declaración de intenciones, el cineasta arranca con su querida Vespa al son de la canción Batongade la beninesa Angelique Kidjo. El primer acto de Caro diario (1993), titulado pertinentemente In Vespa, transcurre casi exclusivamente a lomos de dicho vehículo y queda unificado por un hilo musical nada secundario que sirve de banda sonora tanto para el motorista/director como para el espectador. Aunque sea el preámbulo inevitable del capítulo, Batonga no se presenta como una mera pieza musical de introducción y acompañamiento, sino que reclama un espacio y un tiempo de escucha, como harán a su vez la reconocida I’m Your Man del canadiense Leonard Cohen o Didi, el debut del argelino Khaled, ambas parte de la mixtape especial que Moretti se (y nos) dedica. Mientras Moretti nos sumerge en las calles de Roma, con la narración en pausa, las voces de Kidjo, Cohen, Khaled o Pedro Guerra más adelante se suman a su tren de pensamiento, convirtiéndose en elementos primordiales del film. Me gusta pensar que las bandas sonoras, cuando consiguen trascender una condición decorativa o una función ambiental, dejan de ser solamente eso y pasan a ejercer el rol de recopilatorios personales, entregados directamente a las manos de las espectadoras con una anotación en la que pone: “Espero que disfrutéis de la escucha”. Cuando Moretti se plantea cómo trasladarnos sus vivencias y neurosis, parece evidente que piensa en el papel central que ostenta la música en su propia vida y escoge con mimo las canciones que pueden representar o transmitir su visión del mundo.

Un par de años después del estreno de Caro diario, el popular escritor británico Nick Hornby exploraba en la novela Alta fidelidad la idea de la música como elemento integral de la vida del hombre contemporáneo. En ella, un misántropo melómano obsesionado con la elaboración de “Tops 5” de absolutamente todo, repasaba sus peores rupturas sentimentales al son de Elton John, Katrina & the Waves, el “Boss” Springsteen, Otis Redding, Elvis Costello o Gladys Knight. El Rob Fleming del libro encontró en el año 2000 su encarnación fílmica en John Cusack, protagonista de la adaptación dirigida por Stephen Frears. Así, las melodías que Hornby imaginó brotando de los auriculares del incorregible Rob ahora adquirían, de la mano de la sonoridad fílmica, una duración real, impregnando cada segundo de una vida ficcional que, gracias a ello, se sentía mucho más real. Como sucede en el caso de Moretti, Hornby confecciona una cuidada selección de temas que, junto con el resto de componentes narrativos clásicos, ayudan a construir al personaje y su contexto.

“Alta fidelidad”

En Caro diario, el retrato cotidiano que se deriva del recopilatorio es esencialmente ligero, mientras que Hornby y Frears ofrecen una mirada ácida y crítica de las relaciones interpersonales a través de la actitud con la que Rob elabora sus listas de reproducción. Esto es así hasta la iluminación final, en la que el protagonista comprende que puede derribar los muros de soberbia con los que ha estado resguardando todo ese conocimiento musicómano. ¿La idea de fondo? Poner el goce musical al servicio de aquellos a los que se ama. Sea como sea, las espectadoras, que le hemos acompañado durante todo el camino, tenemos la sensación de haberle dado a “reproducir” a una playlist (anglificación de “lista de reproducción”) exquisita y variada de dos horas.

Algo destacable de estos dos casos de estudio es que, a su manera, se erigen como retratos generacionales. Caro diario y Alta fidelidad se presentan como testimonios de la experiencia masculina en la década de 1990. Moretti piensa en la música coetánea de finales de los 80 y principios de los 90, la que suena en ese momento en su casa; mientras que Hornby extrapola su propio gusto a lo que presupone que un pretencioso adulto-joven debe escuchar en ese momento. Pero, ya sea en vinilo, en la radio, o a través de las mixtapes de cassette o CD, son canciones que impregnan el día a día y le hablan al espectador de una cierta familiaridad, porque se puede identificar con esa forma de consumir música. Hoy en día, en el cambiante y líquido panorama cultural en el que estamos inmersos, los hábitos han cambiado, pero quizás no tan radicalmente como podría parecer. Ya sea a partir del recuperado formato físico (gracias al cual algunas de nuestras tiendas de discos favoritas siguen existiendo) o en el todopoderoso universo de las plataformas de streaming, el consumo no ha cesado. En este nuevo orden, la lista de reproducción ha substituido a la mixtape, pero su popularidad es tal que cuesta hablar de ello en términos agoreros. Cuando Edgar Wright presenta al singular conductor de Baby Driver (2017), no resulta extraño, o desfasado, que la música siga siendo un elemento vehicular del film, pese a que los gigantescos Sony Boodo Khan que lucía John Cusack en Alta fidelidad hayan sido reemplazados por unos discretos auriculares de botón. Wright, musicómano declarado, no forma parte de la generación de Moretti y Hornby, pero aun así profesa una devoción por canciones de todos los tiempos. Por eso, en su playlist (y por extensión, en la del protagonista), podemos encontrar desde The Beach Boys hasta Dave Brubeck, pasando por los más contemporáneos Sky Ferreira o Run The Jewels.

“Euphoria”

En la actualidad, la cuestión de la playlist permea en el audiovisual trascendiendo el propio cine e incluso el concepto de la autoría. Gracias a su popularidad, este atractivo modo de consumir música variada se ha establecido como tendencia innegable en los productos destinados, especialmente, al sector más joven de espectadores. Aunque pueda establecerse una continuidad con las experiencias y expresiones de Moretti, Hornby y Wright, las playlists del audiovisual contemporáneo no aparecen sujetas a la idea de la filia, sino que aspiran a representar un gusto más universal; quizá por eso puedan resultar más superficiales. El objetivo no es el de compartir una visión personal sino más bien apelar a las nuevas espectadoras, compañeras de generación de los personajes. En esta nueva tendencia, destacan los productos seriales de la plataforma HBO, como el reboot de Gossip Girl (2021) o, con más notoriedad, Euphoria (2019-actualidad). En ellas, la autoría de la selección musical queda totalmente disuelta en pos de la creación de un retrato de la adolescencia en el siglo XXI. En la serie creada por Sam Levinson (Nación salvaje, Malcom & Marie), los protagonistas interactúan con la playlist bailándola, llorándola, escuchándola mientras van en bici… Que la tímida Lexi de Euphoria escuche en la intimidad una estridente canción de Laura Les (miembro del grupo de hyperpop 100 gecs) dice tanto de su personaje como lo hacía el hilo musical que Rob Fleming utilizaba en su tienda de vinilos. Puede que, guiadas por un sentido eminentemente funcional –captar la esencia de la sensibilidad juvenil contemporánea–, estas canciones hayan perdido algo del espíritu lúdico y vivencial que invocaba, por ejemplo, la Batonga de Moretti. Dicho esto, resulta innegable que la playlist de Euphoria funciona como una compuerta abierta a la catarsis generacional. Cuando pasen unos años, servirá de testimonio coyuntural, tal como se escuchan hoy en día las bandas sonoras de Caro diario o Alta fidelidad. Sea a través de playlists de Spotify, o siguiendo un nuevo orden de consumo musical que surja más adelante, las obras de cada generación permanecerán como un rastro de lo que escuchamos a lo largo de nuestras vidas.