La nueva película de Isaki Lacuesta comienza recordando a Isra, el niño protagonista de La leyenda del tiempo. Aquella película, que puntúa ocasionalmente ésta a modo de flashback, desaparece enseguida para dejar paso a un nuevo nacimiento literal: el de su hija Manuela, doce años después. Entre dos aguas comienza así con la cámara introduciéndose en un quirófano y filmando el parto y la emoción del padre. La verdad y palpitación del momento quedará interrumpida por el instante en que la policía pone unas esposas al protagonista ya que éste está de permiso y ha de volver a prisión. En cinco minutos, el director gerundense nos introduce de una manera tan radical en la realidad de su protagonista que ya no nos planteamos más sobre la veracidad de lo retratado… por mucho que todo ello forme parte en realidad de un simulacro. En ocasiones, Entre dos aguas echa la vista atrás hacia el pasado de la película original pero ayudándose de ello para marcar un camino paralelo que siempre se dirige hacia adelante como si se tratase de un sueño que va sobre el tiempo (volando como un velero). En este sentido, motivos visuales como aquel de La leyenda del tiempo en que el protagonista se situaba a la izquierda del plano, casi mirando a cámara, encuentran aquí su correspondiente contraplano. Lo mismo puede decirse de su bello encuentro con Saray, de la vuelta al árbol donde marcaron su estatura o de uno de los mejores instantes de la cinta: la mirada de un Isra recién salido de prisión hacia el exterior de la ventanilla del autobús que le acerca a casa y que se corresponde con una sonrisa del niño jugando en montañas de sal en la primera película. Endika Rey

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