Página web del Festival online ArteKino, donde se proyecta Happy Times Will Come Soon.

Carlota Moseguí

El singular cine del autor italiano Alessandro Comodin, especialmente su tercer film Happy Times Will Come Soon (I tempi felici verranno presto), parece concebido para espectadores temerarios, que, como los personajes de sus películas, no tienen miedo a abrazar lo desconocido. Todas sus creaciones transcurren en una tierra embrujada: en bosques mágicos, donde la naturaleza deviene enigmáticamente sobrenatural, ejerciendo una fuerza inexplicable sobre los intrépidos que se atreven a adentrarse, y perderse, en ella. En su primer corto, The Fever of Hunting –presentado en la Quincena de Realizadores de Cannes 2009–, unos cazadores enloquecían mientras seguían el rastro de lobos y demás alimañas por el monte. Años después, en su salto al largometraje con The Summer of Giacomo –premiada Mejor Película de la competición Cineastas del Presente de Locarno 2011–, el bosque deparaba un destino terapéutico al protagonista sordomudo de la docuficción: en ese paradisíaco paraje, Giacomo hallaba una suerte de esperanza, libertad y felicidad que no había experimentado en el mundo real.

Pese a emplear un registro que flirtea con el género documental, las películas de Comodin son fantasías que trascienden los límites de la lógica racional. El visionado de dichas cintas está pensado para generar en el público más preguntas que respuestas, empezando por un enigma que deviene la esencia de su cine: ¿puede un paisaje natural inducir estímulos curativos y, a su vez, corrosivos en el alma del ser humano? El retrato mágico de los bosques del Valle de Aosta en Happy Times Will Come Soon, obra cumbre de Comodin, remite a la representación de la selva de Isaan en la obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul. Sirviéndose de una metodología parecida a la del autor de Cemetery of Splendour, el tercer film de Comodin –un cineasta apadrinado por Miguel Gomes– pretende demostrar que el tiempo en el arbolado nordeste italiano nunca avanzó de forma cronológica. En otras palabras, pasado y presente, realidad y mito, sucedieron simultáneamente.

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Happy Times Will Come Soon puede leerse como una majestuosa carta de admiración incondicional al maestro tailandés. Además de imitar la fotografía en 35mm del colaborador de Weerasthakul, Sayombhu Mukdeeprom, así como el ritmo pausado de sus films (a través del cuidadoso montaje a cargo de João Nicolau), Happy Times Will Come Soon reproduce, de forma explícita, escenas icónicas de Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, como la secuencia de la princesa violada por un monstruo marino en el lago, o el encuentro final entre el tigre y el soldado de Tropical Malady, entre muchas otras.

La trama de Happy Times Will Come Soon arranca con la fuga de dos jóvenes –intuimos, de otra época, por sus vestiduras– en mitad de la noche. Tommaso (Erikas Sizonovas) y Arturo (Luca Bernardi) corren, veloces, hacia el bosque, aunque el motivo de su huida (como tantos otros detalles de esta espléndida película inabarcable en su totalidad) permanece en fuera de campo. Tras esta breve secuencia, filmada casi en completa oscuridad, el peso del relato cae en las tácticas de supervivencia de los chicos en el nuevo hábitat. Los fugitivos se alimentan de raíces, cazan conejos y se bañan en el río hasta que un castigo cae sobre ellos. Acto seguido, la ficción queda suspendida, y Comodin nos presenta a los aldeanos que viven cerca de ese bosque, donde se refugian los fugitivos, en la actualidad.

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Este salto al presente (y al género documental) tiene lugar a través de tres entrevistas. En ellas, el director pregunta a los habitantes por un mito local sobre el lobo que campa por el bosque desde tiempos inmemorables. A continuación, los interlocutores narran la misma fábula, pero de forma distinta, tal y como sus tatarabuelos se la contaron. Salvando las pequeñas diferencias entre los tres monólogos, la leyenda dice que cada cuarenta años el lobo se enamora de una cierva blanca. Cuando ésta escapa de sus garras, el animal desea vengarse, y adopta la crueldad del ser humano para secuestrar, y asesinar, a una niña del pueblo. En el momento en que la tercera interlocutora se encuentra explicando cómo el lobo sedujo a una chica enferma llamada Ariane, la entrevista termina y la fábula empieza a representarse delante de la cámara. Sin embargo, para incidir en la percepción cíclica del tiempo, Comodin no sitúa la escenificación de la leyenda en una época ancestral, sino en la misma capa del presente que ubicamos las entrevistas, como si el mito aún estuviera por suceder o estuviese ocurriendo eternamente.

La puesta en escena de la supuesta simultaneidad de capas temporales queda sublimada en el encuentro entre Ariane (Sabrina Seyvecou) y el lobo (cuya apariencia antropomorfa corresponde al actor que da vida al fugitivo Tommaso del primer acto). Ariane encuentra al monstruo humanoide cavando un túnel que la transporta hacia la dimensión temporal donde se esconde la bestia. A partir de ese momento, el espectador queda maravillado ante la naturalidad del desdoblamiento del relato. Así, mientras vivimos la historia de amor imposible entre Ariane y la fiera, en una época indecible, también seguimos al equipo de búsqueda de la muchacha desaparecida en el presente. Para terminar, un misterioso epílogo, transcurrido en un centro penitenciario, ocasiona la ruptura narrativa definitiva, e invita al público del film a abrazar el único requisito imprescindible para apreciar esta obra maestra: entregarse por completo al enigma.