Manu Yáñez

Tras una extensa trayectoria como cortometrajista, el donostiarra Alberto Gastesi da el salto al largo con La quietud en la tormenta, un drama intimista que, afincado sobre un delicado blanco y negro, se presenta como una cadenciosa colección de encuentros, paseos compartidos y charlas, situaciones en las que los protagonistas buscan refugio ante la presencia amenazante de la soledad. En una crónica escrita desde el pasado D’A Festival de Cine de Barcelona, Jaime Lapaz se refería a la notable ópera prima de Gastesi en los siguientes términos: “Sin apenas música (aunque haya buen jazz), el cineasta rueda un melodrama con el temple de un cine modesto, basado en gestos sutiles, en travelings cortos. En una cena entre amigos, el montaje solo incluye los discursos más genuinos, saltando entre ellos con elegancia, dejando que, como en una banda de jazz, cada uno tenga su solo”. Así toma forma una película que, tras su aparente humildad oculta un arrojo singular, contenido en sus largas escenas dialogadas y en unas peculiares incursiones en el pasado de los personajes. Para ahondar en los entresijos del film, conversamos con su director, que ya se encuentra preparando su segunda película.

Me gustaría empezar preguntándote por el modo en que La quietud en la tormenta imbrica lo narrativo y lo conceptual. En la película, la historia de dos parejas cuyos destinos se entrecruzan aparece punteada por alusiones de corte simbólico a temas como el abandono, el olvido y las relaciones intergeneracionales.

Nos interesaba la idea de enhebrar nuestra historia mediante elementos metafóricos. Y creo que esto tiene que ver con la singular metodología que empleamos para la construcción de esta película. Hay que destacar que La quietud en la tormenta es una producción propia de la compañía Vidania Films, que comparto con mi coguionista Alex Merino y otros colaboradores. Eso nos ha proporcionado libertad a la hora de plantear una narración a fuego lento, donde las temáticas toman forma poco a poco. Hemos trabajado sobre lo material, lo físico, esculpiendo la película a partir de una imagen capital: un piso vacío en venta. De ahí se va desplegando una narración hacia adelante y hacia atrás, que luego se combina con un formalismo que me interesaba explorar: el blanco y negro, una querencia por los retratos de los personajes, por sus cuerpos.

Para comprender el resultado final de La quietud en la tormenta, hay que tener en cuenta que las diferentes fases de creación del film se fueron solapando durante el proceso. La escritura del guion se imbricó con la preproducción. Hubo un trabajo de reescritura permanente en el que tuvieron mucha relevancia mis conversaciones con Alex (Merino) y con los actores y actrices. Nos ha guiado un espíritu aventurero que nos ha alentado a tomar riesgos.

¿Y cómo funcionó ese proceso de reescritura permanente del film?

Nos hemos tomado toda la creación de la película como un proceso lúdico, de disfrute, en el que lo más complicado era mantener una actitud despreocupada ante los contratiempos de producción. Hemos querido mantener una perspectiva abierta sobre la película que estábamos haciendo, esquivando los prejuicios. Por ejemplo, para nosotros era importante plantear una reflexión sobre la memoria y el transcurso del tiempo, y eso, a lo largo de la creación del film, se fue ligando con la experiencia de habitar los treinta y tantos, un sentir generacional marcado por la sensación de abandono. Eso se refleja en las historias de Lara y Daniel, cuyos padres les han abandonado de diferentes maneras. En términos más concretos, puedo decirte que la escena de la ballena varada, que es capital para el despliegue estético y simbólico de la película, surgió cuatro meses antes del inicio del rodaje, cuando estábamos intentando reducir la escala del proyecto.

El motivo de la ballena varada es muy poderoso.

Era un elemento que iba apareciendo en mis conversaciones con Alex (Merino) de forma recurrente, desde la época en la que ambos vivíamos en Madrid. La aparición de una ballena varada es algo que ocurrió en Donosti en 2012 y que ha quedado en la memoria de los habitantes como parte del paisaje de fantasmas de la ciudad. Decidimos incorporar la idea al guion sin saber demasiado bien en el lío en el que nos metíamos. Recuerdo cuando fui con Alejandra Arrospide, productora y diseñadora de arte, a comunicarle a Loreto Mauleón, la actriz que interpreta a Lara, que íbamos a rodar la película, y que habíamos decidido incorporar la escena de la ballena como un elemento de puesta en marcha de la historia. Y recuerdo la carcajada que soltó Loreto. Le parecía una locura. Al final, el cuerpo de la ballena se elaboró en la posproducción de la película.

Antes hablabas de la dimensión lúdica del proceso fílmico. Creo que ese goce de filmar aflora en la belleza que emana de los gestos de los actores y en el modo de filmar el paisaje urbano. Pero al mismo tiempo siento que La quietud en la tormenta tiene un fondo muy melancólico.

Supongo que debo ser una persona melancólica, porque es algo que termina aflorando en todos mis trabajos. En realidad, hemos intentado imprimirle a la película un tono más ligero y positivo. Pero es evidente que cuando uno intenta contar una historia de amor truncada resulta inevitable incorporar a la historia unos puntos melancólicos. En todo caso, ofrecemos una cierta paz a los personajes, incluso cuando deben enfrentarse a unos fantasmas interiores que los acompañan. Buscábamos una mezcla de tonos, entre la solemnidad de algunas escenas íntimas, cargadas de silencios, con escenas más dionisíacas, de conversaciones gozosas con amigos, en las que nos hemos permitido improvisar a la manera jazzística. Y todo ello lo hemos entremezclado con elementos de género como puede ser el suspense.

También me gustaría preguntarte por el peso que tiene la palabra en La quietud… En particular, hay dos largas escenas dialogadas que funcionan a la manera de pilares narrativos y emocionales del film.

Sí, pese a las numerosas reescrituras de la película, esas dos largas escenas dialogadas siempre estuvieron ahí, sosteniendo el relato, una de diez minutos hacia la mitad y otra de veinte hacia el final. Éramos conscientes de que no iba a ser fácil sacar adelante estas escenas, pero en nuestra embriaguez creativas nos lanzamos a ello de cabeza. El riesgo forma parte esencial de mi modo de entender el cine. Además, tanto Alex como yo tenemos un aprecio particular por la palabra. Como se apunta en Sacrificio de Tarkovski, “lo primero que se creó fue la palabra”. Me encanta cuando las películas avanzan a través de escenas muy dialogadas. Mientras preparábamos La quietud…, vimos las películas de Ryusuke Hamaguchi y nos parecieron ejemplares. Nos marcaron un horizonte de posibilidad, que luego se hizo realidad en gran medida por el extraordinario trabajo actoral de Loreto Mauleón e Íñigo Gastesi. Cada una de esas escenas se rodó únicamente en una jornada, que es algo poco habitual para escenas tan largas.

En relación con la palabra, me gustaría hablar de otros referentes, además del de Hamaguchi. Viendo La quietud… pensé en el cine de Eric Rohmer, al que sentí incluso que homenajeabais al referiros varias veces a París. Aunque pensé sobre todo en Hong Sang-soo, quien ha tomado el trabajo con la palabra y el naturalismo de Rohmer y le ha dado un giro al incorporar la idea del desdoblamiento del relato en diferentes realidades posibles.

Rohmer aparece bastante en los diálogos que hemos tenido con espectadores de la película. También nos han hablado de La ley de la calle, por los momentos de color, con los peces. Pero debo decir que no me gusta trabajar demasiado apegado a los referentes. Diría que, de cara a sostener el suspense que trabaja el film en su vertiente romántica, pensé más en títulos como La noche de Michelangelo Antonioni o Muerte de un ciclista de Juan Antonio Bardem. Nos interesaba capturar un ambiente casi de thriller. En cuanto a Rohmer, siendo un cineasta que me gusta, lo veo alejado de nuestra película, porque su cine es el de un esteta al que le gusta sostener el plano hasta el límite, mientras que nuestra película es más clásica.

Me gustaría preguntarte por el trabajo de los actores y en particular por el de Vera Milán, que me parece que borda un personaje que puede parecer más secundario pero que está lleno de vida.

A Loreto (Mauleón), Aitor (Beltrán) e Íñigo (Gastesi), que es mi hermano, ya los conocía, pero el personaje de la pareja de Daniel no tenía cara. Sabíamos que tenía que ser una mujer andaluza, apareció Vera (Milán) y apostamos por ella, y ha sido un gran descubrimiento.

Hay escenas muy simples pero que siento que cobran vida gracias a la precisión y convicción de los actores. Por ejemplo, el momento en el que vemos al personaje al que interpreta Íñigo Gastesi lavando los platos y dialoga con el de Vera Milán. Se puede sentir una intimidad rugosa. En este sentido, los diálogos no están recitados como un requisito que hay que cumplir, o sacarse de encima.

A nivel de diálogos, hay escenas muy variopintas en la película. Algunas están más construidas, más escritas, y en eso tiene mucho peso el trabajo de Alex Merino, y luego hay otras escenas que se construyeron a partir de improvisaciones en los ensayos. De hecho, de ahí surgió la escena que comentas entre Íñigo y Vera. Supongo que el proceso de ensayos ha llevado a una depuración del trabajo actoral en torno a la palabra.

También quería preguntarte por el factor de clase (social) que se manifiesta en el relato, en cuanto que los personajes interpretados por Loreto Mauleón y Aitor Beltrán parecen más burgueses, mientras que, por ejemplo, el personaje de Daniel tiene un trasfondo más proletario. ¿Cómo se dio esto?

Diría que es el resultado de nuestro deseo de mostrar la realidad que vivimos. Nos interesaba mostrar el encuentro entre personajes de diferentes clases sociales, pero también tenía claro que en ningún caso quería juzgar a los personajes por esta cuestión. En todo caso, hay algo de ciencia ficción en la posibilidad de comprarse un piso en el centro de Donosti con esas vistas al mar.

Para terminar, me gustaría preguntarte por tu próximo proyecto.

La próxima película que haré junto a Alex Merino iba a ser nuestro debut, antes de que surgiera La quietud en la tormenta. Será una producción de White Leaf Producciones en colaboración con Vidania Films, con la que hemos producido La quietud… Será una película de ciencia ficción con toques de thriller y drama, con tres personajes solitarios que arrastran una herida familiar y buscan la redención. El componente de ciencia ficción entra en juego de la mano de la inteligencia artificial. Hace poco nos confirmaron la participación de Televisión Española, lo que supone un gran espaldarazo. Tenemos previsto empezar a rodar en unos meses con Patricia López Arnaiz de protagonista. A pesar de que se trata de una producción más grande, con efectos especiales, creo que nunca dejaré de amar el riesgo y dejar la puerta abierta a la irrupción del azar en mi trabajo fílmico.

A continuación, presentamos un clip exclusivo de “La quietud en la tormenta”.