Manu Yáñez

Tras su sugerente debut con Pueblo (2015) –un cortometraje que transitaba entre la antropología alucinada y el retrato generacional–, la directora valenciana Elena López Riera dobla la puesta con Las vísceras, un maravilloso artefacto poético que utiliza la memoria personal para celebrar, de manera espectral, una existencia marcada por los rituales y las tradiciones. Entre la historia de una mujer con “el corazón comido” y las estampas de unos niños que contemplan la matanza de un conejo, López Riera medita sobre la experiencia humana en el ardor de lo atávico: vida y muerte, inocencia y brutalidad, lo salvaje y lo domesticado. Pausada en su tempo y vertiginosa en su despliegue conceptual, Las vísceras evoca la obra de Pier Paolo Pasolini, Jean Eustache o Apichatpong Weerasethakul, aunque la intimidad y libertad con la que la directora maneja sus imágenes y temas permiten que la obra trascienda sus referentes.

Doctora en Comunicación Audiovisual y diplomada en un máster de comisariado en prácticas culturales y nuevos medios, López Riera ha sido profesora de cine y literatura comparada en la Universidad de Ginebra, ha trabajado como programadora para el festival internacional Cinema Jove, y ha publicado textos en revistas especializadas sobre cine. Miembro del colectivo lacasinegra, López Riera estrenó su debut en solitario, Pueblo, en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes, y ahora presentará Las vísceras en la competición de cortometrajes del Festival de Locarno, que se celebra del 3 al 13 de agosto. En la siguiente entrevista, realizada por e-mail, la directora alicantina reflexiona sobre las claves formales y poéticas de una obra fulgurantemente personal.

ELENA_LOPEZ_RIERA ¿Cuál fue el punto de partida para la creación de Las vísceras? La “protagonista” de la película parece ser la mujer del “corazón comido” a la que no queda claro que veamos en pantalla. Luego están los niños, un viaje en tren, las procesiones…

Pues el punto de partido inicial fue hace 6 años. Hacía tiempo que andaba obsesionada con la matanza del conejo que es una costumbre muy extendida en mi pueblo (me imagino que como en muchos otros pueblos). Yo lo recordaba con una especie de ritual mágico y salvaje al mismo tiempo, casi siempre ejecutado por mujeres (al menos en mi recuerdo era así, una primera muerte vinculada a las manos de mi abuela). Esas imágenes un poco difusas se habían ido almacenando en mi cabeza como la imagen del primer contacto con la muerte, y más que con la muerte, con la capacidad que tiene uno de quitarle la vida al otro. Como un gesto brutal y al mismo tiempo cotidiano, doméstico, como un proceso que debemos aprender aunque no queramos porque forma parte de la vida.. Lo curioso es que nunca supe si las imágenes de ese recuerdo eran mías o robadas, en mi cabeza eran las manos de mi abuela acariciando y matando al conejo con el que había jugado durante semanas. En realidad, según mi madre, en mi casa nunca se mataron conejos.

Así que en el verano del 2010, junto a mi hermano, Marcelo, y Gabriel Azorín (lacasinegra) decidimos grabar a la mujer protagonista de Las vísceras, Fina, matando a un conejo, rodeada de sus nietos, atravesando la humedad de las tardes del verano en un pueblo sin mar. El relato de la mujer del corazón comido, el tren, las procesiones y toda la dimensión fantástica vinieron después, tras 6 años de pensar y de jugar con los brutos de aquel verano. El relato del corazón comido es un motivo que aparece en la literatura medieval y que conoce mil y una versiones diferentes. La estructura siempre es la misma: un hombre (o una mujer, esto varía según las versiones) descubre la infidelidad de la esposa, asesina al amante y obliga a su cónyuge a devorar el corazón. La imagen de este triángulo de amor caníbal, salvaje y encarnado, me persigue desde que descubrí este relato, y aunque a priori no tuviera nada que ver con las imágenes de tipo “documental” rodadas aquel verano, todo fue tomando una forma más o menos orgánica en el montaje. O al menos eso hemos intentado: confrontar una dimensión fantástica al registro de una imagen cotidiana. La verdad es que lo más gratificante de este proceso ha sido la libertad total a la hora de trabajar con las formas.

Como ocurría en tu anterior trabajo, Pueblo, Las visceras está llena de rituales: las procesiones de Orihuela, la muerte y despelleje del conejo (que me hizo pensar en Le Cochon de Jean Eustache y Jean-Michel Barjol), la quema de unas ramas como misterioso exorcismo sentimental… ¿Sabrías explicar tu fascinación por los rituales?

Sí, la verdad es que mi fascinación con lo ritual se está convirtiendo en algo patológico. Me parece que para explicarlo necesitaría hacer un psicoanálisis, aunque creo que en realidad prefiero no explicarlo. Me preocupa mucho la necesidad que tenemos generalmente de tener una explicación de todo, de exigir una respuesta lógica ante todo lo que vemos. Durante el proceso de montaje de Las vísceras, nos hemos encontrado con muchas críticas en este sentido, “porque no se entendía”, “porque lo que oímos y lo que vemos no tiene nada que ver”, etc. La verdad es que me cabrea bastante que en cine todavía tengamos esta necesidad de explicación lógica, cuando en literatura y me parece que en el teatro también, la gente es capaz de adentrarse en lo incomprensible. Quizá por esto me fascinan los rituales, porque son capaces de introducir la dimensión de lo incomprensible en nuestra vida cotidiana. Es muchas veces a través de estas formas rituales –la religión, las fiestas populares, las leyendas, etc– que se acepta que no todo tiene una explicación lógica o una demostración científica. Creo que la lógica está sobrevalorada.

Y sí, Jean Eustache es para mí una influencia determinante, en este caso Le cochon, obviamente y de alguna manera también La rosiere de Pessac. Me fascina la capacidad que tiene para retratar las tradiciones sin juzgarlas, de contener en su cine lo sublime y lo brutal del lugar donde creció. Creo que es una empresa difícil y que se puede caer muy facilmente en el paternalismo o en la moral. El cine de Jean Eustache, como el de Pasolini, el de Paradjanov, en este sentido son rotundos y escapan de cualquier caricaturización de lo ritual.

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Las visceras me parece una película bastante más audaz que Pueblo. Aquí te desmarcas de lo narrativo para trabajar sobre coordenadas poéticas y conceptuales. ¿Me gustaría preguntarte por los textos poéticos que lees y sobreimpresionas en la imagen? ¿Son textos escritos para la película o proceden de una obra poética más extensa?

Son textos para la película. Como te decía, trabajé sobre el motivo del corazón comido. Me gustaba mucho la idea de hacer este ejercicio de malear el texto, como se han maleado, contaminado y transmitido los textos en la tradición de la literatura oral, antes de que se ensalzara la figura del autor. Me gustaba la idea de trabajar estos textos como si fueran una especie de romance contemporáneo. En el montaje, lo más complicado, fue trabajar en el equilibrio de los textos impresos sobre la imagen, la voz en off y las imágenes.

Como en el cine de Pasolini o en Mysterious Object at Noon de Apichatpong, en Las visceras el mito sedimenta en lo real. Hay una conexión misteriosa y poderosa entre el relato legendario, de corte fabulístico, que evoca la voz en off, y las estampas de una realidad rabiosamente presente: esos maravillosos rostros de los niños. ¿Hasta qué punto querías explicitar en la película esa tensión entre mito y realidad?

Como te decía, quizá lo que me mueve personalmente a la hora de hacer cine es la tensión entre el mito y la realidad y el placer inmenso de no saber dónde acaba uno y dónde empieza la otra. Creo que en el momento en el que asumes esta confrontación como algo inherente a la vida, la perspectiva cambia de manera irreversible. A mí por lo menos me parece fascinante y tremendamente rico trabajar con esto, no intentar separar lo que parece inteligible de lo que no lo es.

La dimensión conceptual de Las vísceras emerge ya con fuerza en el majestuoso plano de arranque de la película: un plano tomado desde el interior de un tren hacia el exterior. El solapamiento del paisaje exterior y el reflejo sobre la ventana del interior del vagón (algo que trabajó mucho a la inversa Abbas Kiarostami) me hizo pensar en el diálogo permanente que hay en tu cine entre pasado y presente. Me pregunto si estas imágenes surgen de la investigación de unos temas o es más bien al revés: las imágenes te llevan a los temas, los conceptos.

Pues la verdad es que yo soy bastante poco reflexiva en general. Es verdad que en el montaje sí que las imágenes se piensan y se trabajan de otra manera, y el diálogo con el montador (Raphaël Lefèvre, que también es el responsable de Pueblo) es esencial. Sin embargo, en Las vísceras, el rodaje ha sido bastante impulsivo, entre otras cosas porque nunca imaginé que la forma final sería ésta. El plano del tren lo grabé en una de mis vueltas a casa (de mis padres, a Orihuela), ese día tuve la grandísima suerte de que se sentaron en frente de mí dos adolescentes impresionantes, cuyos movimientos se adaptaron perfectamente al movimiento del tren, pero fue fruto del azar más azaroso. Yo sólo estaba allí. Lo de los reflejos de las ventanas supongo que es porque me paso tantas horas en el transporte público que he desarrollado una fascinación por observar a la gente a través del marco de las ventanas. Es verdad que si lo piensas puede ser un ejercicio bastante divertido. Decía Rivette que los vagones son como pequeños escenarios de teatro…

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Hay algo que me fascina particularmente de Las visceras y es la comunión entre el formalismo o sofisticación de ciertos mecanismos –esos reflejos y fundidos encadenados que generan efectos espectrales en la imagen– y la transparencia de otros momentos –la claridad con que capturas los juegos de los niños o el modo en que se despelleja el conejo–. ¿Hay un trabajo consciente por tu parte en la búsqueda de ese equilibrio entre “opacidad” y “nitidez” de las imágenes, o es algo que surge visceralmente en tu cine?

Pues la verdad es que no lo había pensado…como te decía antes, el proceso de trabajo en este proyecto ha sido larguísimo. A las imágenes de vocación más realista de aquél verano, le han seguido otras que intentaban poner en escena de una manera más consciente lo ritual (como las imágenes de semana santa, o las del fuego), así que no sé si de manera consciente o insconsciente pero creo que sí hemos jugado con esto. Como ha sido un corto hecho sin dinero y sin expectativas, hemos tenido toda la libertad del mundo para jugar con materias distintas.

A parte de esto, creo que me cuesta un poco pensar en “mi cine”, sólo he hecho dos cortos…

Como habrás detectado por mis anteriores preguntas, Las vísceras me parece una película rebosante de ideas y sugerencias, aunque al mismo tiempo la veo como una obra libre, que da margen para que el espectador interprete o viva la película a su manera. ¿Hasta qué punto era importante para ti controlar el discurso y el “mensaje” de la película?

Uyyyy, pues la verdad es que a mí la palabra mensaje me da mucho miedo, para mí es sinónimo de evangelización y aunque me interese muchísimo la religión, no estoy nada de acuerdo con el proselitismo. Además (y siento ser muy drástica con esto) creo que es nocivo y fascista (además de imposible) intentar controlar un discurso. Dicho esto, creo que deberíamos ahondar un poco más en el cine como experiencia y no como un discurso-manual de instrucciones. Entiendo que haya gente que se pueda sentir incómoda frente a cosas que no entiende en una primera lectura, o que no cumplen con unas expectativas narrativas, pero la incomodidad no tiene porqué ser una reacción negativa. Me gustaría mucho pensar que la gente que va a ver películas es capaz de sumergirse en ellas sin esperar una solución como la de los crucigramas

En Las vísceras, si no me equivoco, no aparecen actores “profesionales”, como sí los había en Pueblo. Tampoco hay diálogos extensos entre personajes. ¿Has echado de menos poder trabajar con esos “ingredientes”? ¿Cuál es el mayor reto de trabajar, e intentar modelar, elementos de la realidad?

Echar de menos no porque ha sido un trabajo completamente diferente y creo que cada uno tiene sus particularidades. El trabajo con actores (profesionales o no) puede ser muy bonito porque se vive de una manera muy intensa el trabajo colectivo, la creación de una energía con el otro, pero también por esto tiene sus limitaciones. En Las vísceras, el lujo, como decía, ha sido poder montar pensando que cualquier cosa podría salir de aquéllas imágenes, pero es verdad que es un trabajo más solitario… En mi opinión cada proyecto tiene unas necesidades diferentes…

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¿Cómo valoras el tránsito por festivales que hiciste con Pueblo, que empezó en el Festival de Cannes, y qué te gustaría aprovechar del viaje que harás con Las vísceras, empezando por el Festival de Locarno?

Pues muy buena, la verdad es que si dijera lo contrario mentiría. Estar en Cannes con Pueblo, además acompañada de mi familia y mis amigos fue toda una experiencia, pero creo que tampoco hay que volverse loco con esto. Afortunadamente todo esto me ha pillado con una edad considerable como para saber que los festivales se olvidan y que participar en ellos es el fruto de una serie de casualidades y de parámetros que se nos escapan. Lo más bonito de todo esto ha sido poder enseñar tu trabajo en lugares distintos, poder devolver de una manera simbólica a toda la gente que ha trabajado contigo el esfuerzo que han hecho, pero es importante tener un poco de distancia para saber que el hecho de que un corto vaya a Cannes o a Locarno no significa que sea ni mejor ni peor. Los festivales son una forma muy satisfactoria de reconocimiento, por supuesto, pero creo que hay que valorarlos en su justa medida porque de lo contrario pensaríamos que todas las películas que se quedan fuera no valen la pena y esto, evidentemente, no es así.

¿Tienes algún proyecto futuro entre manos del que puedas, o quieras, hablar? ¿Hay alguna película de lacasinegra en cartera?

Pues por ahora me gustaría seguir trabajando con este mito del corazón devorado y seguir dándole vueltas, intentar hacer variaciones sobre el mismo mito, pero vamos, tranquilamente, no tengo nada concreto por el momento. Con lacasinegra siempre hay cosas en la cartera, lo que pasa es que todavía tenemos que concretar. Por el momento estamos todos trabajando en cosas personales y al mismo tiempo almacenando imágenes en el disco colectivo que seguramente verán la luz algún día, de todas formas nosotros somos bastante de contradecirnos…