Manu Yáñez

Tras el anuncio, ayer, de la flamante programación del próximo Festival de Ourense (OUFF), que se celebrará entre el 28 de octubre y el 5 de noviembre, nos tomamos un tiempo para charlar con Fran Gayo (Xixón, 1970), el nuevo director artístico del certamen ourensano, primer responsable de la apuesta del festival por el cine iberoamericano, las óperas primas y el apoyo al cine gallego desde sus diferentes secciones. También aprovechamos la ocasión para departir con Gayo –programador en certámenes como el FicXixón (1997-2009) o el BAFICI de Buenos Aires (desde 2010)– acerca de las responsabilidades que implica la dirección de un certamen fílmico, la noción del festival como una “labor de amor”, la juventud espiritual de algunos cineastas veteranos, la relevancia de los descubrimientos y el posicionamiento del OUFF en el vanguardista mapa de los festivales cinematográficos en Galicia.

¿Qué te llevó a aceptar la propuesta de dirigir el OUFF y cómo enmarcarías este proyecto en tu trayectoria como programador?

Vi la dirección artística del OUFF como un reto. Puede sonar a tópico, pero es así. Cuando me he encontrado demasiado a gusto en el trabajo que estaba haciendo, he sentido la necesidad de romper con ello. Recuerdo que cuando dejé el Festival de Xixón para irme al BAFICI de Buenos Aires, más allá de las cuestiones de tipo personal, tenía la impresión de que Xixón empezaba a funcionar como una máquina demasiado bien engrasada, con un punto predecible, y yo asumía una parte importante de la responsabilidad sobre eso. Todo el mundo sabía que si había una nueva película de Kelly Reichardt o Tsai Ming-liang tenían que ir a Xixón. Y opté por remover el Cola Cao para que no se quedara en el fondo de la taza. Estaba dejando de aprender y aposté por una ruptura y una reactivación profesional, que por otra parte no fue fácil. En mi apuesta por Ourense me ha pasado algo parecido. El BAFICI estaba en un momento muy alto: el festival no dejaba de crecer, tenía un equipo de programación buenísimo y sentía que seguía aprendiendo. Pero entonces apareció el OUFF, que era una buena opción de probar otra cosa y además volver a cruzar el charco.

En cuanto al hecho de dirigir un festival, para mí se trata de una cuestión más coyuntural que otra cosa. No siento que esto sea un punto y aparte, o un punto sin retorno en mi trayectoria profesional. La tarea de dirección del OUFF la encaro con una convicción absoluta, con la responsabilidad de estar dirigiendo a un equipo de gente, pero siento que mi espíritu va a seguir siendo el de un programador.

En la transición entre el BAFICI y el OUFF, dos festivales de dimensiones muy diferentes, ¿cuáles han sido los mayores retos que has afrontado a la hora de dar forma al certamen ourensano?

El diseño del OUFF se ha dividido en dos partes fácilmente delimitables por el hecho de que vivo parte del año en Argentina. Una parte de los preparativos la desarrollé desde Buenos Aires y otra se ha realizado in situ, aquí en Ourense. La primera parte tuvo en cuenta sobre todo el diseño de contenidos del festival. Dado que mi nombramiento fue a finales de mayo, principios de junio, el estrecho margen de tiempo con el contábamos me llevó a descartar la posibilidad de buscar a otro programador: este año los contenidos debían ser cosa mía. Eso conllevó un esfuerzo importante, recién acabado el BAFICI, a la hora de iniciar un proceso de visionado de películas inscritas en el OUFF, dado que quería evitar que el festival se llenara de películas del BAFICI que podía apetecerme recuperar.

En este punto, era necesario establecer las normas que marcarían el conjunto de la programación y aposté por el cine iberoamericano y por la presentación en competición de premières españolas. Al mismo tiempo, tocaba ser realista acerca de la situación del OUFF y su posición respecto a otros festivales españoles situados en las mismas fechas del calendario, como Sevilla, Donostia un poco antes, Valladolid, Zinebi, Huelva. Pero no queda otra que meterte en esa liga, que te puede quedar grande, pero en la que toca pelear. Y la verdad es que esa parte que pensaba que podía ser dolorosa, difícil, resultó muy gratificante. Hubo un montón de gente que creyó en el proyecto, fuese por cercanía con el BAFICI, con Xixón o conmigo a nivel personal, y que aceptó venir al OUFF en première española. Eso nos permite tener un programa potente.

Luego está la parte dedicada a la producción del festival, que estamos desempeñando ahora mismo en Ourense y que está requiriendo un gran esfuerzo. Sabía que, por los plazos que manejábamos, la programación debía estar cerrada al 98% sobre el 1 de septiembre, porque en cuanto aterrizase aquí la producción iba a acaparar todo mi tiempo. En este sentido, tuve la suerte de que aceptó sumarse al equipo Analía G. Alonso, que ha trabajado en el Festival de Cans y en Novos Cinemas. Sin ella no habría podido sacar el festival adelante. Entendió perfectamente el proyecto y ya desde la etapa de Buenos Aires empecé a contrastar con ella cuestiones referentes a la programación.

¿Por qué te pareció tan importante apostar por las premières españolas en las competiciones?

Era algo fundamental para establecer un nuevo modelo de festival. Debo decir que la obsesión por las premières puede llegar a ser perjudicial para los contenidos de un festival; puede afectar a la coherencia y el rigor. Pero en la coyuntura de un año de cambio, cuando se me estaba pidiendo que viniese a Ourense para plantear un modelo distinto, sentía que había que ser especialmente riguroso en este tema. En todo caso, este es un paso que nadie dice que no se pueda desandar. Para mí, uno de los mejores programadores que hay en España es Angel Sala, director del Festival de Sitges, y él fue de los primeros en romper con el mito de las premières, consiguiendo al mismo tiempo llevar su festival hasta un estatus de gran prestigio. Pero en el caso particular de este año era importante marcar una decisión editorial de estas características.

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Ignacio Agüero en “Como me da la gana II”

Sobre la programación de este año, y en referencia a la Competición Iberoamericana, me llama la atención el equilibrio entre nombres consagrados (Piñeiro, Agüero, Fontán) y nuevos valores, y también la convivencia entre documentales y ficciones.

Sobre la cuestión de la veteranía y juventud, lo primero que destacaría es lo apasionante que resulta confeccionar una programación intentando plasmar un fuerte equilibrio interno. Esto te puede llevar a situaciones exasperantes cuando eventualidades como un invitado que no puede venir o la búsqueda de un sentido en el orden de proyección de las películas choca con tu equilibrio soñado. Pero en el fondo es divertido y muy necesario para fraguar la personalidad del evento. Luego, en el marco del cine latinoamericano, hay que resaltar la existencia de un grupo de cineastas con una carrera importante a sus espaldas que siguen haciendo películas tocadas por un espíritu juvenil. Directores como Ignacio Agüero o Eduardo Coutinho, ya tristemente fallecido, escapan de la idea de un cine envejecido, convencional. Y en cuanto a los directores jóvenes, un festival no puede faltar a su obligación de jugársela y apostar por nuevos valores. Respecto a lo de entrecruzar ficción y documental, era una decisión bastante evidente. Ya en los últimos años de Xixón, pusimos en cuestión esa frontera a la hora de programar y en el BAFICI es una cuestión que dejó de hablarse hace unos nueve años.

Respecto a la cuestión de los nuevos cineastas y observando vuestra Competición de Óperas Primas, se me ocurre preguntarte por la existencia de films valiosos que no llegan a aparecer en los circuitos internacionales de festivales.

Como programador, llega un momento en que tienes que decidir si vas a fiarte más del criterio ajeno o de la intuición propia. Obviamente, el criterio ajeno te permite pisar terreno firme. Existe la posibilidad de programar exclusivamente títulos grandes que vienen legitimados de festivales como Locarno, Cannes o Berlín. Pero también puedes meterte en harina con el archivo excel en el que figuran todas las películas que se inscribieron en el festival e intentar sacar algo de ahí. Esta diferencia es clara y existe: hay programadores que le tienen miedo a ese excel. Para mí, es una caja de sorpresas constante. En mi etapa en Xixón ya existía una vocación de lealtad con la gente que inscribía sus películas y tienes razón en lo de que existen películas que, por una razón u otra, no acaban yendo a ningún festival. Luego, si bien programar una película que nadie ha validado antes puede generarte una cierta ansiedad, no deja de ser mucho más emocionante.

Este año hay varias películas que rescaté del excel de las inscritas y que empezaron a tener recorrido una vez las pedí. Mattress Man la inscribieron directamente los productores, no venía legitimada por ningún festival de Clase A y me pareció uno de los crowd pleasers del año. Puedes ponerle alguna pega a nivel formal, pero es una película muy conmovedora. Y luego hay un caso que me hace especial ilusión que es El despertar de Lilith (Lilith Awakening) de la brasileña Monica Demes, que está en la Competición Iberoamericana. Es una película que apareció en la lista de inscritas y que, mientras la veía, no podía explicarme cómo no había pasado por uno de los grandes festivales. Es una película gótica de vampiros filmada en Texas con dirección de arte de Mary Sweeney, y me consta que hay una relación entre Demes y David Lynch. Y encima ella es brasileña y vivió en Madrid muchos años, y visitó Galicia muchas veces porque está interesada en el fenómeno de las meigas. Con esta película todo cuadró de un modo casi mágico.

Respecto a la efervescencia de la cinematografía gallega, ¿qué rol puede jugar esta bonanza fílmica en el presente y futuro del OUFF?

Para mí es un extra de alto nivel energético. Desde el principio, tuve claro que no íbamos a tener una sección de cine gallego porque, hoy en día, la calidad de esta cinematografía no permite aislarla en una sección secundaria. El cine gallego puede mirarse cara a cara con cualquier otro cine y por ello puede tener una representación en todas las secciones del festival, sin crear un ghetto en el que meter a directores con personalidades muy distintas entre sí. Sabiendo que el cine gallego debía ocupar un rol importante en el festival, aquí no me ha preocupado tanto la cuestión de las premières nacionales. Una película como Verengo de Victor Hugo Seoane debía ser mostrada en Ourense, igual que los dos últimos cortos de Helena Girón. Me importaba más plantear una selección de títulos con un criterio particular que intentar pelear por ser el festival de referencia de los cineastas gallegos. En este sentido, también hay que ser conscientes de las dimensiones del festival en este momento.

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Hugo Santiago, Mercedes Moncada, María Ruido y Camilo Restrepo.

Sobre los “focos” del festival, me interesaría que nos hablases tanto de los autores a los que habéis seleccionado como del propio concepto de “foco”.

Para mí, una “retrospectiva” implica un trabajo exhaustivo en torno a la obra de un director con una filmografía amplia. Es algo que puede llevar hasta once meses de trabajo en su diseño, en la búsqueda de copias nuevas… algo como lo que hicimos en Xixón con Claire Denis, de la que proyectamos hasta sus video-clips y trabajos para televisión. Soy un programador bastante clásico, viejuno, y me gusta la idea de la retrospectiva. Creo que la obsesión por la novedad puede ser perjudicial. En el caso de Ourense, me hubiese gustado hacer una retrospectiva, pero jugaron en nuestra contra los plazos y las dimensiones del festival. Este año hemos trabajado con un presupuesto muy bajo que no permitía un trabajo de búsqueda de copias, de fílmicos, de subtitulación en sala, de disponibilidad de dobles proyectores para las copias de conservación.

Pese a todo, este año era importante poder resaltar los nombres de una serie de autores que pudieran dar forma a la línea editorial del festival. María Ruido es una cineasta activista que tiene una propuesta muy interesante a nivel teórico, una directora que va por libre y que se sitúa fuera de los cánones del Novo Cinema Galego. A esto hay que sumar que es una cineasta de Ourense que aquí no ha tenido el reconocimiento que merece. Para acabar de completar la “genialidad” de esta mujer, ocurre que siendo la única cineasta ourensana a la que le dedicamos un foco, no va a poder estar en el festival porque justo esa semana va a estar en la Bienal de Imagen de Buenos Aires. Luego me parece que existe una línea que une a Hugo Santiago, Mercedes Moncada y Camilo Restrepo y que apunta a la idea de la transnacionalidad. Siendo argentino, Hugo Santiago ha hecho la mayoría de sus películas en París, que es la ciudad en la que trabaja actualmente Camilo Restrepo, que es colombiano. Mientras que Mercedes Moncada, siendo sevillana, ha hecho películas en Latinoamérica con producción mexicana. Había ahí una idea común del desplazamiento que me interesaba explorar. Además, hay una cuestión de presupuesto que no podemos desestimar. La verdad es que no podíamos ponernos a pagar billetes desde Latinoamérica y coincidió que estos cineastas andaban por Europa. Las fichas, el azar, cayeron de nuestra parte.

En relación a la dimensión del festival, me gustaría preguntarte cómo planteáis el diálogo con otros festivales de cine gallegos que están ofreciendo propuestas muy vanguardistas.

El tamaño lo marca el presupuesto y no hay mucha vuelta de hoja. El presupuesto marca el número de películas y proyectores vas a poder alquilar, de cuántas salas vas a disponer, etc. Este año, sabía que el festival no iba a poder pasar del medio centenar de largometrajes, algo que por otra parte conectaba con mi deseo de volver a trabajar en un festival de escala humana y no algo como el BAFICI, que es una montaña rusa ultra-adictiva. Me apetecía empezar a construir algo más pequeño y a partir de ahí poder dar pasos chiquitinos. Es como volver a aprender a caminar, pero esta vez rodeado de sosiego en vez de estruendo. Eso implica que muchas películas que te gustan no vas a poder programarlas porque no tienes sitio o que algunas de las películas seleccionadas no van a poder tener dos pases, cuando en el BAFICI se repiten dos o tres veces. Además, es clave encontrar un punto de encuentro con el movimiento de la ciudad: intentar conseguir que Ourense se sume al festival. No tiene mucho sentido entrar como un toro con un montón de películas. Lo importante es que las sedes que tenemos funcionen bien y que el equipo no se vea desbordado. Hay una tendencia en los festivales a crecer constantemente, fuera de control y eso acabará siendo perjudicial tanto para los festivales como para los cineastas, que se pueden ver atrapados en la corriente descontrolada del festival.

Respecto al circuito gallego de festivales de cine, hay que asumir que, hoy por hoy, en Galicia está la vanguardia de los certámenes españoles. Lo increíble es que son festivales bastante pequeños a nivel presupuestario, pero que están hechos con muchísimo amor. No olvidemos que la labor de programar y hacer un festival de cine es por encima de todo, más que un trabajo de gerencia, una labor de amor. Es algo a lo que le vas a dedicar un montón de horas, cuando no consigas una película te vas a disgustar, pero cuando la consigas te vas a emocionar, vas a saltar y gritar de euforia. Y eso es lo que, más allá de la propuesta de títulos, va a marcar el espíritu del festival. Propuestas como Curtocircuito, (S8) o Novos Cinemas, que son festivales un poco más pequeños que el OUFF, tienen una solidez y un rigor increíbles. Son festivales a los que, a día de hoy, no les ves el horizonte. Hace dos semanas estuve en Curtocircuito y tenías la sensación de estar viendo algo importante, un festival que va a crecer mucho, y que espero que lo haga a su ritmo, ni demasiado rápido ni muy despacio, con el acompañamiento financiero que merece. Y el (S8) también se ha posicionado de una manera muy sólida y firme.

Ante este panorama, no me quedaba otra opción que llamar a la puerta y pedir permiso para entrar. Vengo de estar trabajando en Buenos Aires unos años y para mí era importante sentarme con la gente de estos festivales y conocerlos. De hecho, cuando empecé a definir el OUFF, varias personas me recomendaron montar una competencia de cortometrajes, pero me negué en todo momento porque no tiene sentido hacer algo así cuando dos semanas antes que nosotros está Curtocircuito, que hoy por hoy es uno de los festivales de referencia del formato breve. Lo que hemos hecho ha sido pedirle a Pela del Álamo, director de Curtocircuito, que nos programe una sesión con algunos de los que él considera los mejores cortos de la última edición de su festival. La vía tiene que ser esa: el hermanamiento entre los festivales. Hay que sumar esfuerzos porque nuestro terreno profesional está en un momento muy incierto y la única manera de que el suelo no empiece a resquebrajarse bajo nuestros pies es que estemos todos a una. Pensar que los invitados de renombre de otro festival te van a situar en una posición de desventaja es una idiotez propia de cómo era este trabajo hace quince años.