Manu Yáñez (Festival de Venecia)

El octogenario cineasta bostoniano Frederick Wiseman, infatigable retratista de la realidad norteamericana, convoca en Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York (2017) –ya disponible en Filmin– el recuerdo de dos de sus films más recientes: In Jackson Heights (2015), una aproximación al armónico cóctel de culturas que conviven en el barrio neoyorquino de Queens, y At Berkeley (2013), un estudio del funcionamiento de la más prestigiosa universidad californiana. Ahondando en su sempiterno interés por diseccionar el funcionamiento de las instituciones, el legendario director de Titicut Follies (1967) descubre en los entresijos de la Biblioteca Pública de Nueva York no sólo un ejemplo de ética aplicada al servicio público sino, sobre todo, un punto de encuentro para las diferentes sensibilidades y realidades que conforman el multiétnico tejido social de la Gran Manzana. Como ocurría con la radiografía del melting pot que convivía armónicamente en el gimnasio de Boxing Gym (2010), en Ex Libris el incisivo retrato de uno de los templos de la cultura neoyorquina deviene una suerte de compuerta abierta a la utopía yanqui.

En un momento clave de este documental de 197 minutos –donde, entre otros, aparecen Elvis Costello y Patti Smith presentando sus proyectos literarios–, una arquitecta especializada en el diseño de edificios públicos reniega del concepto de la biblioteca como un recinto destinado a almacenar libros: “¡Las bibliotecas deben ser pensadas como edificios para la gente!”. Adoptando este lema como si se tratara de un mandato estético, Wiseman sitúa las hileras de libros en el trasfondo de las imágenes, mientras que el primer plano lo ocupan los niños que acuden a talleres, mayores que hacen clases de baile, profesionales que ofrecen asesoramiento laboral, miembros del equipo directivo (obsesionados con la responsable gestión de la revolución digital) o trabajadores que atienden las demandas de investigadores y visitantes. Todo ello perfectamente hilvanado por la mirada atenta de Wiseman, que articula un humilde pero resonante manifiesto sobre el valor del conocimiento como herramienta de progreso, y sobre la nobleza del compromiso individual con el bien común.

En la edición de 2017 del Festival de Venecia –donde Ex Libris concursó en la Competición Oficial, logrando el Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional–, tuvimos la ocasión de charlar con Wiseman acerca de las diferentes lecturas de su película, así como de las claves de su método de trabajo.

En un momento de Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York, una arquitecta apunta que las bibliotecas deberían estar pensadas para la gente, no solo para almacenar libros. Consecuentemente, su película se centra en las personas que habitan ese lugar.

Bueno, las estanterías y almacenes de la Biblioteca Pública de Nueva York atesoran seis millones de libros, pero la verdad es que los libros, como objetos materiales, tiene un interés cinematográfico bastante limitado. La Biblioteca tiene uno de los archivos bibliográficos más importantes del mundo. En la película hay una referencia al archivo de obras de Burroughs; sin embargo, por mi forma de trabajar, me interesan más las actividades participativas que se llevan a cabo en las diferentes sedes de la biblioteca. Si yo grabase entrevistas tradicionales, si hiciese películas de bustos parlantes, podría mostrar a alguien explicando que, en la Biblioteca, pueden encontrarse 6000 páginas de manuscritos de T.S. Eliot. Pero no es el caso.

En todo caso, el conjunto de su obra puede verse como un archivo audiovisual de las instituciones que rigen la vida social.

Tengo la esperanza de que mis películas puedan perdurar y de que la gente las vea dentro de 20, 50 o 100 años. Lo que me pica la curiosidad es cómo se verán mis películas en el futuro. Quizá serán vistas como comedias, o quizá ya lo son. Mi convicción es que la vida cotidiana tiene suficiente comedia y tragedia como para filmar 500.000 películas.

De lo que no cabe duda es de la cohesión de su obra. Ex Libris: La biblioteca pública de Nueva York puede verse como una combinación de sus anteriores dos trabajos, At Berkeley e In Jackson Heights.

Sí, es verdad que una biblioteca se parece bastante a una universidad y, por otra parte, muchos de sus clientes son inmigrantes. Además, Ex Libris funciona como un retrato de la ciudad de Nueva York. Si una película funciona, debe hacerlo en varios niveles al mismo tiempo, al menos en un nivel literal y en otro más abstracto. En Ex libris, el nivel literal es la presentación de los espacios y los programas de la biblioteca, mientras que en un nivel más abstracto la película invita a reflexionar acerca de diferentes interrogantes: ¿cómo debemos leer el hecho de que muchos de los programas de la biblioteca estén pensados para la comunidad de inmigrantes? ¿Qué debemos pensar del hecho de que la biblioteca funcione a partir de la combinación de financiación pública y privada? ¿Por qué es importante que la biblioteca esté abierta para todas las personas? ¿Cómo podemos relacionar el funcionamiento de la biblioteca con la teoría política, con lo que sabemos acerca de la democracia y con lo que está ocurriendo en el conjunto de los Estados Unidos?

¿Tenía usted todas esas preguntas en mente desde antes de la realización del film o las fue articulando durante el proceso?

Tenía una cierta idea, pero el discurso de mis películas se termina de consolidar en la fase de montaje. Empiezo mirando todo lo que hemos rodado –que para esta película eran 150 horas de metraje– y, de partida, suelo descartar el 40% o 50% del material. Entonces trabajo en el montaje de todas las escenas que me parecen interesantes –eso toma unos 8 meses– y solo entonces empiezo a trabajar en la estructura de la película. Como, a esas alturas, conozco cada escena en detalle, realizo un primer montaje en tres o cuatro días. La primera versión suele durar unos 40 o 50 minutos más que la versión final. Lo que queda a partir de ahí es trabajar en el ritmo de la película; también hago pequeños cambios en el orden de las escenas. Eso me lleva unas seis semanas en total. Y, cuando ya todo parece terminado, vuelvo a los descartes para asegurarme de que nada interesante se ha quedado en el tintero.

¿Cómo encontró el ritmo adecuado para Ex Libris?

No existe una fórmula para ello. Te sientas en la mesa de montaje y vas trabajando en busca del ritmo adecuado. El proceso es a la vez deductivo e intuitivo. Idealmente, debería ser posible ver la película mientras vas zapateando un ritmo constante y vivaz. Sin ritmo no hay película; el ritmo es uno de los elementos esenciales de lo cinematográfico. Siempre monto la película escuchando los diálogos. El ritmo no es solo una cuestión visual o sónica. En la última fase del montaje, algo que ayuda mucho de cara a encontrar el ritmo de la película es la composición de las transiciones sonoras entre las diferentes secuencias. Lo que suelo hacer es que, al final de cada escena, voy introduciendo de fondo el sonido ambiente de la siguiente escena. Eso suaviza el corte de montaje. Es interesante trabajar con el volumen de las diferentes pistas en la mezcla de sonido.

Antes ha comentado que Ex Libris funciona como un retrato de la ciudad de Nueva York. Aquí, como en In Jackson Heights, el foco parece puesto en la diversidad étnica y cultural que impera en la ciudad y sus diferentes barrios.

La idea de que los Estados Unidos es un país de inmigrantes se ha convertido en un cliché, pero la gente suele olvidar que se trata de algo real. La gente que, en mi país, en la actualidad, muestra un cierto recelo hacia los inmigrantes, olvida que los fundadores del país fueron inmigrantes. Llegaron en el siglo XVII y lo hicieron escapando del mismo tipo de circunstancias que hoy empujan a otra gente a venir a nuestro país. Los colonos llegaron a América escapando de la persecución política, que es lo mismo que ocurre con muchos inmigrantes hoy.

En Ex libris aflora de manera palpable un sentido de lo comunitario.

Una de las cosas bonitas de la Biblioteca –y espero que eso se perciba a lo largo de la película– es que la gente que trabaja allí se preocupa por todos aquellos que visitan las instalaciones, están genuinamente interesados en ofrecer su servicio, sea educacional, cultural, laboral… Resulta emocionante encontrar a un grupo de personas que, verdaderamente, desean llevar a cabo su misión, y que no intentan dar gato por liebre, que es lo que parece hacer la mayoría de la gente hoy en día.

En ese sentido, la película aparece tocada por una cierta urgencia política.

Mi deseo es que la película pueda servir de ejemplo no solo para mi país sino para todo el mundo. Sería interesante que la gente pudiese ver la película y que comparase la Biblioteca de Nueva York con las bibliotecas de sus ciudades y pueblos.

Esto podría aplicarse a la mayoría de sus películas, sobre todo teniendo en cuenta que usted ha mostrado un interés particular por los servicios públicos.

La verdad es que no creo que sea necesario ver mis películas para darse cuenta de que necesitamos unos servicios públicos fuertes. Pero (Donald) Trump está haciendo recortes en los servicios públicos. Esa es la realidad. Por otra parte, no tengo la impresión de que sea apropiado hacer responsables a las películas de los cambios sociales. Creo que las películas pueden educar a la gente, pero no tengo claro qué es lo que produce los cambios sociales.

¿Cómo fue el proceso de filmación de Ex Libris? ¿Se encontró con sorpresas durante el proceso?

¿Sorpresas? Como no planeo nada, diría que todo me resulta sorprendente.

Pero hay momentos curiosos, como por ejemplo la clase de baile, que es lo último que uno esperaría encontrar dentro de una biblioteca.

Sí, claro que me sorprendió encontrar la clase de baile. La Biblioteca publica un libreto mensual con las actividades educativas y culturales que se realizan en sus diferentes sedes. Me leí el libreto, fui marcando con un círculo las actividades que me parecían más atractivas y pedí cita para asistir con la cámara. Así encontré la escena del baile, la escena de la lectura de la Declaración de Independencia, la lectura de poesía…

En las reuniones del equipo directivo de la Biblioteca, se habla, repetidamente, del reto que supone para las bibliotecas la revolución digital. ¿Ha tenido esa revolución algún impacto en su cine?

Casi ninguno. Ahora filmo y monto las películas con tecnología digital, pero trabajo como antes. Diría que filmo un 5% más que cuando rodaba en analógico. Es más barato. Sin embargo, aunque filmar en digital puede ser más barato, el coste final de las copias es más caro, porque el proceso de corrección de color es muy caro. Ese proceso suele tomarme unas dos semanas enteras para cada película, trabajando cada día y pagando por hora al laboratorio.

¿Cuáles son sus impresiones acerca del lugar que ocupan los documentales en el panorama audiovisual contemporáneo?

Llevo 50 años haciendo películas y esta es la primera vez que uno de mis trabajos es seleccionado en la Competición Oficial de un gran festival como Venecia. Estoy muy agradecido por ello. Pero, sea por la razón que sea, el cine documental se sigue viendo como un primo lejano del cine de ficción. Aunque tengo la impresión de que eso está cambiando. Hoy en día se ruedan más documentales que nunca y hay más presión sobre los festivales para que los incluyan en sus programaciones.

Siento curiosidad por si, alguna vez, ha tenido que desechar algún proyecto después de iniciar su filmación.

Empecé a filmar mi película sobre policías (Law and Order, 1969) en Los Ángeles y después de una semana me dijeron que podía filmar dónde quisiera excepto dentro de los coches. Ellos no tenían patrullas que fuesen a pie, así que, básicamente, no tenía nada que filmar, con lo cual deseché la idea de filmar la película en Los Ángeles y me fui a Kansas City, donde me dejaban filmar con absoluta libertad. Creo que es la única vez que me ha pasado algo así.