(Fotografía de cabecera: Lluís Miñarro, Ingrid García-Jonsson y Oliver Laxe en el set de Love Me Not)

Entrevista: Manu Yáñez. Edición: Júlia Gaitano y Manu Yáñez.

Love Me Not, la subversiva nueva película de Lluís Miñarro, propone una brecha abismal en el corazón de la ortodoxia. Resquebrajando las categorías sexuales, genéricas y dramáticas, transitando entre el cine de la palabra, el arrebato surrealista y la delirante parábola política, lo nuevo del director de Stella Cadente se atreve a trasladar el relato bíblico de Salomé, y su relectura a manos de Oscar Wilde, hasta una variante alucinada del desierto de Irak (que podría ser un escenario de Buñuel o Pasolini), donde las aberraciones cometidas en Abu Ghraib por los soldados estadounidenses son desarticuladas por un vendaval de sensualidad, absurdidad y kitsch. En su provocadora conjunción de iconografías atroces –militaristas, fundamentalistas, desquiciadas– y gestos liberadores –sexuales, humorísticos, conciliadores–, Miñarro invoca los males más inquietantes del mundo actual para someterlos a un tratamiento de shock afianzado en el dandismo.

En Love Me Not, Ingrid García-Jonsson es una Salomé andrógina, Oliver Laxe un Yokanaan místico, y Frances Orella y Lola Dueñas unas versiones esperpénticas de Antipas y Herodías. Un cóctel molotov de deseo y poder que Miñarro convierte en su particular circo de la carne y la sangre, un espectáculo sublevado que, como apunta en la siguiente entrevista el productor de films de Manoel de Oliveira y Apichatpong Weerasethakul, bebe del cine norteamericano (el melodrama de Douglas Sirk) para lanzarse, en plan kamikaze, por las pendientes verticales de la modernidad. Miñarro presenta estos días Love Me Not en la sección Deep Focus del Festival de Rotterdam, y aprovechamos la ocasión para conversar con él acerca de los temas, figuras y formas de su nueva película, así como del panorama (español e internacional) de la producción, distribución y exhibición de cine independiente.

En Love Me Not, abrazas la figura de Salomé y la llevas a un territorio personal e intensamente contemporáneo. En su abstracción, el mito te permite abordar cuestiones que abarcan desde la ambigüedad de género hasta la inclinación a la barbarie del poder, pasando por la dimensión más fanática de la fe. Son temas controvertidos, muy candentes en el momento actual. ¿Cuál fue el punto de partida para la película?

El origen fue una representación de Salomé de Oscar Wilde que vi en Londres, en la versión operística de Richard Strauss. A partir de ahí, fue tomando forma en mi cabeza la necesidad de actualizar este mito. La Salomé que conocemos, más allá de su versión bíblica, es un fenómeno muy del siglo XX, porque hubo cantidad de autores que la abordaron desde el teatro, como Lindsay Kemp o Terenci Moix. Y es innegable el peso que Salomé ha tenido en la historia del arte pictórico, para Caravaggio y tantos otros. Es una figura muy representativa de eso que llamamos Eros y Tánatos, es decir, la relación entre el amor, el deseo, la sexualidad y la muerte, todo entremezclado como en una caldera a punto de explotar. Hacia el año 2014, después de dirigir Stella Cadente, me puse a desarrollar el guion de lo que terminaría siendo Love Me Not. Un guion que, lógicamente, bebe de la actualidad. Como apuntabas, la película aborda la cuestión de género y retrata un imperialismo que aún está muy vigente.

Love Me Not no se esconde a la hora de componer imágenes que remiten a acontecimientos recientes y chocantes: las torturas en Abu Ghraib, el integrismo religioso, el militarismo yanqui… ¿Hasta qué punto querías ser específico en tu abordaje a estas cuestiones? ¿Y hasta qué punto querías dejar abierta la película?

Si se analiza el relato bíblico de Salomé, se percibe una especie de espíritu de revancha, de conquista, que todavía forma parte, por desgracia, del patrimonio cultural de Occidente. Me interesaba explorar el modo en que la venganza parece formar parte de nuestra idiosincrasia. En ese sentido, y teniendo en cuenta que la historia de Salomé transcurre en el desierto, pensé que su actualización debía ambientarse en Siria, Afganistán o Irak. Y al pensar en Irak, era inevitable referirse a lo que ocurrió la década pasada. En la actualidad estamos viviendo el resultado de la intervención norteamericana en Oriente Medio. Las guerras de Irak, Afganistán y Siria han terminado teniendo un efecto directo sobre Europa. Las pateras no se van a Estados Unidos, vienen a Europa. Nuestra vida diaria está influenciada por el modo en que George W. Bush puso patas arriba Oriente Medio hace algo más de una década, por intereses seguramente económicos relacionados con el petróleo.

Volviendo a la película, fíjate que no se titula Salomé. No quería plantear una recreación típica, con la danza de los siete velos y demás. He querido huir de la cara más romántica del mito, que está sobre todo en la obra de Oscar Wilde o en las pinturas de Gustave Moreau. ¿Cómo se llama la película? “No me quieras”, Love Me Not, porque en el fondo todos los personajes están rechazando el amor, y esto es el fruto de la guerra: el rechazo del amor, la negación del afecto hacia el prójimo, a quién se percibe como un enemigo. En todo caso, la película no busca aleccionar al espectador, no quiere ser moralizante. He querido hacer una película eminentemente visual que pudiera apelar a un cierto subconsciente colectivo.

No es difícil establecer un puente entre las guerras y la barbarie de inicios del siglo XXI con el auge actual de la extrema derecha. ¿Puede que tu película sea a día de hoy aún más urgente que cuando la concebiste?

En este momento, la veo como una película cargada de urgencia, sí. Supongo que, con el transcurso del tiempo, encontrará su lugar, como creo que está ocurriendo con mi anterior película, Stella Cadente.

Apuntabas que los temas de la película están canalizados a través de lo visual. Love Me Not pone en diálogo la dimensión política del paisaje con los cuerpos de los actores, pero también con un uso intensivo de la palabra. Hay secuencias largas, como las protagonizadas por los soldados Hiroshima y Nagasaki, en las que se impone un cine de la palabra. Inevitablemente me hacía pensar en tu relación con Manoel de Oliveira. ¿Cómo has gestionado el equilibrio entre imagen, símbolo y palabra?

En Love Me Not, el trabajo con el paisaje bebe de la egiptología y de la imagen que tenemos de Oriente. Si vas a la pintura egipcia, más de 2000 años atrás, verás que predominan el azul turquesa y un amarillo que es el color de la arena o la tierra. He intentado que la película, y en esto me ha ayudado mucho el director de fotografía, Santiago Racaj, recogiera precisamente ese cromatismo. Quería que, cuando estuviéramos en exteriores, dominara el amarillo ocre y el azul. En cuanto a los actores, como en Stella Cadente, buscaba una determinada fisicidad, más que una inclinación dramática. ¿Cómo es mi Salomé? Es una chica o un chico de hoy día, es decir, alguien bastante andrógino. La tendencia apunta a unos géneros cada vez más difusos, menos marcados que antes, esa suerte de hermafroditismo poético en el que se mueven los jóvenes que hoy tienen menos de 30 años. Por eso escogí a Ingrid García-Jonsson. Al ponerse un uniforme, muestra una cierta androginia. Y, sin embargo, encontramos todo lo contrario en los personajes más antiguos y viscerales, menos refinados, que son el comandante Antipas, interpretado por Francesc Orella, y su mujer Herodías, Lola Dueñas. Los soldados Hiroshima y Nagasaki funcionan como una broma que bebe del cine clásico, como Oliver y Hardy, Abbott y Costello. Uno es un poco más tonto y el otro un listillo, pero son las dos caras de una misma moneda. También se les puede ver como el ladrón bueno y el ladrón malo de la Crucifixión.

El más perverso de los dos tiene un modo extremadamente simplista de abrazar un discurso de calado fascista. El diálogo es muy fructífero. Hablan sobre cine, arte, el sentido de la violencia y desu misión como fuerza invasora… ¿Cómo fue la escritura de esos diálogos?

Quería entremezclar ideas dispares, del cine de Kubrick al cock slapping, pasando por la posibilidad de que la luna sea un holograma. Construí ese diálogo de forma bastante intuitiva, pero luego tuve claro que la secuencia debía tener una cierta robustez técnica, por eso la filmamos como un plano secuencia de 6 minutos con steadycam. Me interesaba que, en el principio de la película, hubiera un pequeño virtuosismo técnico. Luego, los personajes se llaman Hiroshima y Nagasaki porque el mundo en el que vivimos es el surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Amo Japón y me resultó devastador visitar Nagasaki. ¿Qué justificación tuvo lo que ocurrió allí? Ninguna. En Hiroshima se probó la bomba atómica de hidrógeno y en Nagasaki la de plutonio. Esas bombas se lanzaron, por orden de Truman, para dejar clara una supremacía. Esa realidad me provoca un dolor enorme, pero en la película decido utilizarla de un modo casi frívolo, porque en el fondo Love Me Not apuesta, más allá de todas las desgracias, por una forma de vida sensual y divertida. No he intentado hacer nada trascendente, ni oscuro, o solemne. Por eso descarté introducir un montaje de imágenes de Abu Ghraib. No quería hacer un panfleto, sino todo lo contrario: una película sobre la sensualidad, la ambigüedad y el sexo.

Que unos personajes llamados Hiroshima y Nagasaki no paren de hablar sobre cuestiones intrascendentes me hizo pensar en el peligro de la desmemoria. Vivimos un momento en el que el poder parece empeñado en silenciar los horrores del pasados. La nueva película de Andrés Duque, Carelia: Internacional con Monumento, que también se presenta en el Festival de Rotterdam, aborda el modo en que el gobierno de Putin está intentando blanquear la figura de Stalin.

Siempre me ha llamado al atención el modo en que Alemania ha sabido regenerarse a partir del reconocimiento de su Historia. Uno puede visitar los campos de exterminio nazi. Sin embargo, en el caso de Abu Ghraib, los crímenes que allí se cometieron parecen haber sido borrados. Creo que la prisión fue desmantelada. Esa parte de la Historia ha sido blanqueada del todo. Mi película intenta no jugar con evidencias, pero lo que comentas está ahí de un modo no manifiesto.

Me has hablado del paisaje y los actores, pero también están los símbolos. En un momento determinado, muestras una imagen de una montaña y, de repente, insertas un pecho femenino, y luego una imagen cargada de un aura sadomasoquista. Hay ahí un halo surrealista sustancial que tiene una continuidad en el film.

Muchas de esas imágenes surgen de mi subconsciente. No olvides que la película está rodada en México y ese país, entre otras cosas, es la tierra de Buñuel. Conozco México bastante bien y lo considero el país más surrealista del mundo. Una vez me encontré con un hombre que vendía clavos oxidados en la puerta de un mercado. Le pregunté quién le compraba aquello, y él me dijo: “no, nadie, pero oiga, así puedo decir que soy mercader”. Este es el nivel de fantasía, creatividad y surrealismo que hay en México y, de alguna forma, he querido invocarlo en Love Me Not. Con esas imágenes busco despertar a un cierto espectador. Son como pequeños aldabonazos o puñetazos visuales.

La película juega con la incomodidad del espectador, con su desconcierto. En eso, Love Me Not se desmarca del grueso del cine contemporáneo, que a mi parecer se esmera por plantear variaciones en torno a fórmulas narrativas y patrones estéticos conocidos. Y, en muchos casos, sobre todo en el cine más autobiográfico, se detecta en los cineastas un enorme respeto por el material con el que están trabajando. En tu caso ocurre lo contrario. Impera la falta de respeto (risas).

Te diría que es mi manera de ser. Siempre he apostado por la diversidad, que me parece la característica fundamental de nuestro planeta. Todo es diversidad: los árboles, las plantas, los animales, el clima, que cambia continuamente. La idea de un pensamiento único o de una ortodoxia me molesta tremendamente. Nunca he creído en ello y me he opuesto desde mi actitud personal, mi comportamiento sexual, mis ideas políticas… Nunca haría una película conformista. Luego, por otro lado, creo que en la actualidad, con el apogeo de las fake news, todo se confunde. Y Love Me Not ahonda en este problema: ¿qué es el bien, qué es el mal? Creo que hemos perdido el anclaje con lo que ha sido la civilización hasta ahora, hasta el siglo XX. En esta tesitura, la cultura, la reflexión y el pensamiento, como formas de cuestionamiento, son más importantes que nunca.

Love Me Not también apuesta por el humor. En el “segundo acto”, hay una secuencia de enfrentamiento físico entre Lola Dueñas y Francesc Orella que tiene un punto hiperbólico, muy pasado de vueltas. Y, luego, también es extravagante la aparición de la canción Vivo cantando, interpretada originalmente por otra Salomé, a la que se evoca por el vestido con el que ganó Eurovisión en 1969. Para mí, ese es el punto álgido de la película.

Esta es una película hecha desde el corazón, y yo soy bastante así: por una parte, muy serio en ciertas ideas, pero también muy frívolo. Me gusta sacarle trascendencia a las cosas. La primera parte de Love Me Not establece dónde estamos, qué está pasando, es la mitad más política. La segunda parte es una apuesta por el melodrama donde se frivoliza lo visto anteriormente. Porque la vida está por encima, incluso, de las tragedias. En esa parte más melodramática, los personajes son un poco guiñolescos y hay mucho juego teatral, en sintonía con películas del estilo de Quién teme a Virginia Woolf o Reflejos en un ojo dorado de John Huston. En el fondo, Love Me Not puede ser vista como un recorrido por el cine norteamericano: tiene algo de western, algo de peplum, algo del melodrama a lo Douglas Sirk… Bebe del cine que he visto a lo largo de mi vida y de los autores a los que respeto. Recuerdo que, con Stella Cadente, al principio hay muchas piernas y pies, y me preguntaban si había intentado emular a Bresson. No era consciente de ello, pero es cierto que en las películas de Bresson se ven muchas manos, muchas piernas. Quizás es que Bresson forma parte de mi identidad. Volviendo a la cuestión del humor y la irreverencia, en la película se dice: “lo único subversivo es el amor”. También podemos interpretar que lo único subversivo es la diversión. En una sociedad tan seria como la actual, en la que todo se toma al pie de la letra, no estaría mal relajarse un poco.

Me encanta esa lectura de Love Me Not como una crónica irreverente de la historia del cine americano. Mientras veía la película, mi mente estaba anclada en una cierta idea de modernidad, aunque lo cierto es que la modernidad cinematográfica se planteó, en un principio, reciclar y subvertir elementos del cine de Hollywood. Como te decía, yo pensé más en Oliveira o incluso en el modo que tenía Greenaway de entrelazar elementos literarios, pictóricos, teatrales, de la mitología… Aunque Greenaway acabó en un callejón sin salida y tu película lo supera huyendo de la gravedad.

Greenaway se tomaba muy en serio y yo no. El cine clásico americano es admirable, de igual modo que la política americana no tiene nada de admirable. Esta es la disyuntiva que invoca la película. Oliveira me dio mucho coraje para plantearme iniciar una carrera como realizador con prácticamente 60 años, cuando hice Familystrip. Creo que Oliveira estaba más presente en Stella Cadente a través de un tratamiento obsesivo del espacio, casi un escenario teatral en el que ocurre todo, con pocas salidas hacia el exterior, poca naturaleza, poco cielo. En cambio, Love Me Not la definiría como una especie de western raro.

¿Cómo recibieron los actores una propuesta tan radical como la de Love Me Not?

He contado con un equipo entregado, que ha renunciado a los esquemas y ha confiado en que les llevaría hacia un lugar que para ellos era incierto. Pienso que al equipo hay que explicarle justo lo necesario, sin revelarlo todo. La colaboración con México ha resultado magnífica. Iba recomendado por Carlos Reygadas, pero para ellos yo era un novato, y aun así apoyaron el proyecto, financiaron una parte y pude rodar allí.

¿Cómo te gustaría que la película se moviese por el mundo y dialogase con la gente?

Pienso que la película dialogará bien con la gente a la que le interesan los temas que se abordan, y con los cinéfilos en general. Estas películas se mueven bien por festivales internacionales, por cineclubs y filmotecas, y para mí eso ya es suficiente. No pienso en el box office, nunca lo he hecho. Tengo una película pendiente de estreno, de Fabrizio Ferraro, Les Unwanted de Europa, que habla sobre el pensamiento de Walter Benjamin, y nadie quiere ponerla en ningún cine. Finalmente, tendré que encargarme de buscar lugares para exhibirla, porque en España sin estreno comercial es como si no existieras. Nunca he podido fidelizar a algún distribuidor. Para estrenar Singularidades de una chica rubia de Manoel de Oliveira tuve que componer un paquete con un estupendo corto, Mudanzas, de Pere Portabella, para que juntas sumaran una hora y media, y no rompiera los esquemas de la cartelera. El sistema es contrario a que este tipo de propuestas lleguen a un público generalizado. Gente de la televisión me ha dicho que les encanta lo que hago, pero que tendría que irme a Francia. Creo que la gente de las televisiones está menospreciando a su público. Yo no fui a ninguna escuela de cine. Me he formado viendo, produciendo y haciendo cine, pero antes me formé gracias a TVE, cuando con 18 años podía seguir un ciclo sobre Fritz Lang, Orson Welles o Roberto Rosellini… Eso hoy es imposible. ¿Cómo es posible que en el siglo XXI seamos más tontos que en el siglo XX?

¿Qué piensas del florecimiento de nuevos espacios de proyección y exhibición “alternativos” como la sala Zumzeig en Barcelona o algunas plataformas de Video on Demand?

Me parece fundamental que existan esos espacios. Hacen una labor encomiable cubriendo lo que otros sistemas de distribución han abandonado. El problema es que esos nuevos espacios no contabilizan en las estadísticas oficiales del Ministerio de Cultura. Y eso afecta a las posibilidades del director o productor de realizar su próxima película. La taquilla comercial domina la industria del cine, del mismo modo que el cine norteamericano domina el cine mundial.

¿Qué esperas del estreno de Love Me Not en el Festival de Rotterdam?

Agradezco tener esta posibilidad, porque es un festival que marca el inicio del año y puede servir para que otros festivales puedan programar la película. Además, es un festival que arriesga al favorecer formatos alternativos. Las películas de Andrés Duque están ahí cuando son películas no robustas desde un punto de vista financiero, pero son propuestas muy interesantes. Los festivales más mediáticos son propensos a comprar “marcas”, como Kaurismäki, Almodóvar, von Trier, etc. Es muy difícil entrar en esos circuitos si no has sido bendecido con anterioridad. Me parece más honesta la propuesta de festivales como Rotterdam, FICUNAM, Sevilla, Gijón y otros muchos que no son de clase A, pero que se atreven a poner películas diferentes en sus competiciones. Vivir y otras ficciones estuvo en una Sección Oficial (del Festival de San Sebastián) pero fuera de competición por tratar un tema muy delicado.

Con tu experiencia, ¿qué recomendarías a un joven realizador que hoy se plantea hacer cine?

La fórmula de Andrés Duque me parece esencial, aunque realmente no es una fórmula. Es un cine autogestionado en el que el propio autor busca la manera de conseguir financiación para sus proyectos. Son proyectos sin actores profesionales, proyectos ensayísticos, personales. Quizá puedes conseguir una beca de alguna institución o estar en una residencia de un festival. Te has de mover por el mundo, familiarizarte con los circuitos, conocer a la gente de los festivales, ver qué posibilidad ofrecen los fondos de los festivales e intentar conseguir coproducción con otros países. Hasta el propio Apichatpong Weerasethakul lo ha hecho así. Otra manera es que tengas mucho dinero y puedas hacer lo que te dé la gana, como Pere Portabella, lo cual me parece genial. En lo que a mí respecta, pienso que cada tres o cuatro años conseguiré hacer una película. Ahora me toca acompañar Love Me Not por el mundo y encontrarle distribución en España. Hay gente de distribuidoras que me dice que debería encargarme yo de eso, pero no puedo hacerlo todo. He buscado la financiación, escrito el guion, rodado la película, he supervisado el montaje y la postproducción. ¿Y ahora debo ocuparme de que se estrene en salas? Es agotador. El milagro, realmente, aunque en mi película también hay milagros, es conseguir hacer la película en las condiciones actuales. Tras una trayectoria contrastada, debería ser lo contrario, pero no es así. Tienes que empezar cada vez de cero y es desgastante, pero hay que mantenerse ahí, con fuerza.