Gonzalo de Pedro Amatria

Dentro de la sección Riscos, dedicada tradicionalmente al cine de vanguardia, Doclisboa presentaba este año una programación especial dedicada a las variaciones del género epistolar, y la relación que las cartas establecen entre espacios y tiempos, distantes o próximos, y la manera en que nos pueden enfrentar al pasado desde el puro presente, o a la inversa. Es ahí, por ejemplo, donde podíamos encontrar Of the North, el nuevo trabajo del cineasta canadiense Dominic Gagnon, uno de los que de forma más incisiva está trabajando sobre ese nuevo espacio-tiempo que constituye Internet, y específicamente YouTube como espacio de auto-representación, atravesado al mismo tiempo por las contradicciones de la autoría, la propiedad y los derechos de imagen. Of the North retoma la segunda parte del título del primer y mítico largometraje de Robert Flaherty Nanook of the North (conocida en España como Nanook el esquimal), para levantar el verdadero contraplano, o respuesta, de los propios inuits al retrato deliberadamente arcaicista que Flaherty realizó de ellos en 1922, y con el que dio oficialmente el pistoletazo de salida al cine documental tal y como muchos lo han entendido desde entonces.

La película está compuesta exclusivamente por fragmentos y secuencias de video que los herederos actuales de Nanook comparten en internet, en un ejercicio de autorepresentación fragmentaria, y probablemente inútil: un nuevo cine-ojo, constituido por ese enorme panóptico en el que se ha convertido Internet, que todo lo ve y al mismo tiempo todo lo esconde, pero que es capaz de construir, o al menos ofrecer, el camino para una contestación ideológica, aunque sea con más de noventa años de retraso. Un gesto identitario que no deja de resultar contradictorio, fútil, o quizás más relevante que nunca, en un momento en que las identidades nacionales, étnicas, o culturales, se ven absorbidas por esa nueva nación de imágenes llamada YouTube, escenario al mismo tiempo para la construcción ególatra, la reivindicación nacional y la participación desinteresada en los mecanismos más perversos del nuevo capitalismo que nos convierte, sin saberlo, en obreros esclavizados y consumidores por voluntad propia.

Ta'ang

Wang Bing, que es un viejo conocido de Doclisboa, por donde ha pasado la mayor parte de su filmografía, presentó este año su último trabajo, Ta´ang, estrenado en el Forum de la Berlinale, en febrero de 2016, y que no por azar transcurre en una zona fronteriza entre China y Birmania, siguiendo a un grupo de refugiados birmanos que buscan cobijo en China, huyendo de la guerra en su país. Gente en tierra de nadie, despojados de valor, identidad y reconocimiento, y a los que la cámara de Bing restituye por unas horas como seres humanos. La película bien puede ser vista como el epítome de todo el trabajo anterior de Bing, pues retoma el espíritu de toda su filmografía previa, que ha estado siempre centrada en aquellos que no encuentran su lugar: el seguimiento, el retrato, la reivindicación silenciosa de gentes en movimiento, de entrada, o de salida, buscando un lugar, o sencillamente desplazados a los márgenes del sistema. Bing acompaña, muy de cerca, a varios grupos de refugiados, viaja y cena con ellos, les filma en un tiempo cotidiano muy desdramatizado, casi rutinario, y su presencia es obvia, pero no ostentosa: hay quien mira a la cámara, hay quien la ignora, en un tenso pero efectivo juego entre veracidad, realismo y construcción.

Wang Bing, que siempre ha sido un realizador profundamente nacional, empeñado en construir un retrato lo más completo y complejo posible de la China contemporánea, poniendo siempre en relación su pasado olvidado y su presente escondido, enlaza en esta película con un zeitgeist globalizado que excede las cuestiones identitarias exclusivamente chinas, para vincularse al espíritu global de una época que tiene en el drama de los refugiados uno de sus más grandes retos. ¿Qué hacer con quienes buscan refugio, qué hacer con los que huyen de las guerras que nosotros mismos hemos creado, qué dice de nosotros la indiferencia, el olvido, la mirada apartada? La película, de hecho, apenas se centra en la relación de los refugiados con las autoridades o los habitantes de la región china, y prefiere retratar el deambular de varios grupos de refugiados. Estructurada en tres largos capítulos, cuatros días y tres noches, como en Father and Sons (2014), también estrenada en Doclisboa, Bing mantiene un enorme fuera de campo en el que se situaría el espectador, porque, de alguna manera, somos nosotros los responsables pasivos de estar provocando, consintiendo o al menos viendo sin reaccionar el espectáculo de la muerte y el drama de tantos y tantos seres humanos.