(Imagen de cabecera: Filmperformance “Castle 1” de Malcolm Le Grice)

Sara Donoso (A Coruña)

Hay muchos tipos de festivales de cine pero el (S8) Mostra de Cinema Periférico es uno de esos que marcan la diferencia, que se caracterizan no solo por lo arriesgado de su programación sino también por generar nuevas formas de vivir la experiencia audiovisual. Es curioso ir escuchando cómo coinciden en la misma opinión los diferentes profesionales que han ido componiendo el perfil de un festival que acaba de cumplir su primera década. Cómo coinciden, también, en destacar la valentía de iniciar un proyecto de cine periférico desde la periferia y hacer que funcione. La ciudad de A Coruña, al norte de Galicia, se convierte una vez al año en el epicentro del cine experimental ofreciendo un espectáculo abierto a las miradas menos conformistas. Desde el inicio, Ana Domínguez y Ángel Rueda (directores del festival) tuvieron clara la necesidad de apostar por la exploración de nuevos modelos fílmicos que integrasen las artes plásticas, la música y demás disciplinas creativas dentro del ámbito audiovisual. Modelos que transitan en los márgenes y que no tienen prejuicios a la hora de hibridarse y experimentar. Otra de las divergencias que presenta el (S8) frente al resto de festivales es la idea del comisariado como base para la preparación de cada edición. En lugar de estructurarse a través de una sección oficial competitiva y programas paralelos, concentra su selección en torno a un concepto a partir del cual se van conformando los contenidos.

La pintura, el found footage, el álgebra y los patrones fueron los protagonistas de ediciones pasadas mientras que esta última estuvo guiada por la restauración y conservación del cine. Podríamos decir que ese fue el eje temático del festival este año. Sin embargo, pienso más bien que fue una excusa argumental para después ir componiendo una edición heterogénea en la que, además del foco dedicado a la conservación y restauración, protagonizado por Bill Brand, Ross Limpman, Mark Toscano y Janine Marchessault, surgieron nombres tan potentes como los históricos Malcom Le Grice y Charlotte Pryce. Como conmemoración del décimo cumpleaños del certamen, el programa Viejos y nuevos amigos permitió revisitar el trabajo de cineastas que pasaron por el festival y abrir la puerta a otros nuevos como Madi Piller, Stefano Canapa, Jeannette Muñoz, LEC México y Azucena Losana. No faltaron a la cita las ya tradicionales exposiciones, centradas en esta ocasión en el retrato y en la mirada de la fotógrafa María Meseguer y, por supuesto, las filmperformance que ponen la guinda a las noches del (S8). Como muestra de la fertilidad del audiovisual gallego contemporáneo, se dirigió la atención a los trabajos de Carla Andrade, Alexandre Cancelo y Berio Molina y al programa Sinais en Curto; una selección de filmes gallegos del último año que se compuso en torno a la idea de emigración. Éste fue, a grandes rasgos, el panorama general de un festival que quiso además rendir homenaje al recientemente fallecido Jonas Mekas. Lo hizo a través de una pequeña muestra de trabajos de cineastas que Mekas consideró importantes por su poesía, sinceridad y afán experimental. La muestra fue organizada por los programadores Andrea Franco y Javier Trigales.

“Skin Side Out” (Bill Brand, 2002)

Mekas, como padrino de toda una generación de artistas y como figura imprescindible para entender el cine de vanguardia, ha dejado un legado teórico y práctico inabarcable y sus palabras siguen resonando en la memoria del cine: “Necesitamos un público que se preste a educar, a dilatar sus ojos. Un nuevo cine necesita nuevos ojos.” decía Mekas. En la misma línea, Stan Brackage hablaba de un ojo sin prejuicios, un ojo que se deje arrastrar por la aventura de la percepción sin limitar su mirada a reglas o lenguajes establecidos. En esta dinámica se mueven los autores y obras que pueblan las pantallas del (S8), rechazando los modos de hacer convencionales, combinando disciplinas artísticas, forzando la reinterpretación del tiempo y del relato o sincronizando diferentes medios para idear una experiencia envolvente. Entre todos ellos, Bill Brand, Charlotte Pryce y Malcom Le Grice coinciden en la influencia de las artes plásticas, y de la pintura en particular, como lenguaje que dará origen a su posterior práctica fílmica. En sus obras, la pintura y el cine componen una relación recíproca que no ha dejado de retroalimentarse para producir nuevos modelos de construcción de la imagen en movimiento.

Conocido por su destreza en el manejo de la copiadora óptica, Bill Brand ha combinado su trabajo como conservador y restaurador de cine con una práctica artística que engloba el dibujo, la pintura, la instalación y el audiovisual. El programa Bill Brand. El cine como segunda piel nos introdujo en su particular lenguaje expresivo a través de cuatro films seleccionados por el autor donde lo pictórico, el collage y los juegos compositivos se entrelazaban con reflexiones sociopolíticas. En su último proyecto, Huevos a la mexicana (2018), las imágenes se suceden como un pestañeo, se muestran fragmentarias invitando al espectador a recomponerlas mentalmente para participar de la celebración del cine, la pintura y la cultura popular. De nuevo la pintura es protagonista en Skin Side Out (2002) donde se muestra el aspecto más sensual del cuerpo. Un cuerpo impúdico, teñido de color, un zoom que se recrea en el detalle para conducirnos al universo de las pulsiones mientras se suceden, al tiempo, imágenes de una barcaza de obra en el río Hudson. Imágenes que aparecen como respiros de esos instantes cuasi eróticos pero que a la vez entran en diálogo desde la superficie, desde las formas curvilíneas que retratan, desde el cine, con el objeto como escultura. Con Susie’s Ghost (2011) Brand recorre aquellos espacios urbanos marcados por la huella humana. Deteriorados, intervenidos, modificados. Son lugares, detalles, que construyen la verdadera historia de los barrios, aquélla que muchos se empeñan en ocultar. El film propone un paseo por todos esos rincones tan expuestos al público como ocultos a las miradas menos curiosas. Por último se proyectó Coalfields (1984), su película más antigua realizada mediante impresión óptica, donde aparece la denuncia política a través de la historia de los mineros de carbón de West Virginia. Visualmente, el film compone un vocabulario rico en texturas, composiciones y juegos matéricos que advierten de la conexión de Brand con el dibujo. Este vínculo estilístico aparece, recuperado desde el digital, en su última película y termina de cerrar una selección de films donde se abrazan lo figurativo y lo abstracto, cruzándose para jugar con el mensaje y la forma.

“The Tears of a Mudlark” (Charlotte Pryce, 2018)

Por su parte, Charlotte Pryce hablaba de “ensoñaciones observacionales” para referirse a sus películas. En su trabajo se conjugan la alquimia, la pintura, la ilustración, la literatura, la ciencia, la fotografía… todos aquellos fenómenos que la artista considera atrayentes pueden servir de germen para la creación. El misterio como origen, el hechizo como evocación. En esta ocasión estuvo presente en el festival a través de dos programas. El primero revela su interés por lo oculto, por aquello que transciende la visión humana y que nos impulsa, desde la curiosidad, a construir y utilizar objetos que nos permitan mirar más allá. Esa es la idea que palpita en Prima Materia (2015) o Pwdre Ser: The Rot of Stars (2019). También la luz y sus transformaciones, sus formas de energía, son fruto de experimentación por parte de la autora en A Study in Natural Magic (2013). El segundo programa reflejó la auténtica admiración de Pryce por las iluminaciones de los libros antiguos y las ilustraciones de la fauna y la flora. Estas piezas delicadas y reflexivas, con matices lumínicos y cromáticos muy singulares, nos trasladan a lugares exóticos. Una naturaleza vívida que se mueve entre lo onírico y lo real mediante diferentes juegos visuales. Fotogramas pintados a mano, imágenes desvanecidas, manipulaciones ópticas y luces trepidantes constituyen los atributos de una artista centrada en la exploración poética de los objetos. Completaron el foco dos performances con linterna mágica: The Tears of a Mudlark (2018) y W.H. Hudson’s Remarkable Argentine Ornithology (2013). Tratando de dibujar un círculo que aúne pasado y presente, Pryce busca continuar avivando la ilusión del cine e implicar al espectador, y a ella misma como creadora, en la sorpresa y la fantasía del espectáculo. Estas linternas mágicas fueron adquiridas por la autora y datan de principios del siglo XX, siendo ella misma quien prepara cada diapositiva aplicando diferentes efectos ópticos. Así, esta gran alquimista del cine iba pasando las placas horizontalmente para dar lugar a una secuencia de imágenes que, acompañadas de su propia voz, abrían una ventana a nuevos universos narrativos inspirados en el poder evocador de los sueños.

Otro de los protagonistas del festival fue Malcom Le Grice, que también contó con dos programas que nos permitieron asomarnos a la obra de un artista capaz de desbordar los márgenes del cine. Tal vez Le Grice sea el mejor ejemplo de que el cine nace en estrecha relación con las artes plásticas y, por tanto, también con la pintura. Entre ellos siempre ha existido una poderosa reciprocidad cuya estela descubrimos en el tratamiento de la imagen, la selección de los encuadres y un ejercicio de percepción visual que alimenta conexiones entre tiempo, espacio, contemplación y experiencia. Algo así como una pintura que resucita en movimiento, queriendo revisitar las cualidades de la imagen. Por eso, el primer programa partió de la idea de naturaleza muerta, tan explorada a lo largo de la Historia del Arte, y contó con filmes inspirados en la obra de pintores como Monet, Cézzane, Seurat, Picasso, Manet o Degas. Aquí, la materialidad de sus filmes aproxima su semejanza con el lienzo mientras se analizan aspectos como las variaciones del objeto en función del punto de vista, los efectos lumínicos, los contrastes cromáticos, el movimiento y las fragmentaciones. Preocupaciones con las que volvemos a encontrarnos en el segundo programa, donde Le Grice propone diferentes juegos con el soporte fílmico a través de experimentaciones con la copiadora óptica y estrategias como el paso del positivo al negativo, la manipulación (analógica y digital) de la película, la superposición y las velocidades. Desde el 16mm y el 8mm al vídeo, sus resultados ofrecen imágenes rítmicas, dinámicas, que prescinden de la narratividad sin renunciar a un carácter conceptual y a una tipología formal completamente estudiada.

Filmperformance “Horror Film 1”.

Además, la presencia de Le Grice en el festival trascendió las dos dimensiones de la pantalla para revisitar su trabajo como uno de los clásicos de la film performance a través de la sección Desbordamientos. De las cuatro obras presentadas, Castle 1 (1966) funciona casi a modo de declaración de intenciones sobre el significado clásico del cine y el papel del espectador como sujeto pasivo. Se proclama como un ataque al público, y lo hace recreándose en la repetición de imágenes y sonidos combinados con una bombilla situada en el centro de la pantalla que se enciende y apaga de modo intermitente. La imposibilidad de mirar, la incomodidad, la ceguera… todas estas sensaciones se incrementaban a medida que transcurría la performance alterando por completo la recepción del filme. Por su parte, Horror Film 1 (1971) establece un diálogo entre el cuerpo del artista y los tres proyectores que emiten luz y color. Un conjunto donde los diferentes elementos se fusionan dibujando una coreografía plástica completamente radical. El cuerpo adquiere presencia y nos devuelve un reflejo cromático cambiante, modelable. Le Grice aboga por un cine de resistencia, cree en el acontecimiento, en el acto mismo de mirar. Su cine fuerza la reinterpretación del tiempo y del relato, sincronizando diversos dispositivos para idear una experiencia envolvente.

Como ya es habitual, el S8 contó también con una programación didáctica que cada año se refuerza y diversifica hacia todo tipo de públicos a través de masterclass y talleres impartidos por los profesionales invitados, un seminario de crítica y programación a cargo de A Cuarta Parede y dos mesas redondas. En este afán por colaborar en la generación de nuevas redes de trabajo destaca el espacio de asesoramiento de proyectos INPUT. Coordinado por Gonzalo E. Veloso, el objetivo es poner en contacto a tres agentes del ámbito del arte y del cine con tres artistas que se encuentren en fase de desarrollo de su obra. En esta ocasión la crítica de cine Pamela Biézobas asesoró a la cineasta Maider Fernández Iriarte con su propuesta El médico cura en forma de díptico audiovisual que explora las conexiones entre lo científico y lo religioso; la comisaria María Morata guió el trabajo de Xiana do Teixeiro en relación a los diarios de infancia y adolescencia desde la experiencia femenina (Crías) y María Palacios, subdirectora adjunta de LUX London, se acercó al proyecto de cine expandido de María Isabel Costa Alfaro (Bombardear las nubes). Además de orientar de manera individual cada uno de los trabajos en función del perfil de la cineasta y la profesional, INPUT construye un clima de convivencia facilitando encuentros que abren la posibilidad de conectar colaboraciones futuras e intercambiar impresiones.

Éstos han sido algunos de los contenidos de la última edición del festival, pequeñas impresiones que forman parte de un corpus mayor y que coinciden, en su esencia, en aportar nuevas miradas a la práctica audiovisual. El cine se expande, como abogaba Jonas Mekas, para intensificar sus sensaciones, crear lazos e introducir al público en la emoción del proceso. En su interés por irradiar otro tipo de energía fílmica, el (S8) Mostra de Cinema Periférico vuelve a combinar todas estas sinergias, apostando por un programa al margen de las imposiciones industriales para escribir caminos paralelos a lo establecido. Algo que tiene que ver con el cariño por la imagen y la idea de celebración de un cine libre.