Atrapado entre las agrestes imágenes de Fango, el cinéfilo no familiarizado con el personal universo del cineasta argentino José Celestino Campusano puede descubrirse rememorando las primeras impresiones que le despertaron Malas calles de Martin Scorsese o Accatone de Pier Paolo Pasolini, obras forjadas sobre un realismo tosco y a la vez estilizado, films paridos desde el corazón de la cruda realidad que retrataban. Esta absoluta ausencia de distancia entre la cámara y el objeto representado es el motor de una película en la que Campusano y su equipo autorretratan un universo de moteros, expresidiarias y veneradores del heavy metal, todos ellos afincados en enclaves marginales del Conurbano bonaerense.

Fango es la sexta película del prolífico e indomable Campuso, un “hijo y hermano de boxeadores”, reconocido anarquista y adepto a la estética rocker que ha sabido labrarse una fascinante trayectoria al margen de los cauces industriales del cine argentino. Próxima a ciertas nociones del underground, la obra de Campusano –que ejerce de director de su productora “CineBruto”– se compone de ásperos y viscerales frescos de la vida suburbial que parecen westerns de otro mundo. Obras habitadas por criaturas que transitan la frontera entre la realidad y la esencia del cine: los no-actores de Campusano parecen declamar sus diálogos como si estuvieran en una película de los Straub, mientras que su aguerrida y volcánica gestualidad denota una veracidad imposible de fingir o simular.

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Fango es la enésima película de Campusano basada en hechos reales; pequeñas historias de violencia que confluyen en una endiablada trama que serpentea a lo largo de dos líneas temáticas. Por una parte, está la historia de amistad entre dos músicos empeñados en popularizar el Tango-Trash: el Indio (Claudio Miño) y el Brujo (Oscar Génova). Mientras, en el otro vértice del relato, un adulterio empujará a una pareja de mujeres beligerantes a imponer su versión de los hechos a cualquier precio. Una de estas mujeres, Nadia (Nadia Beltrán), es probablemente la criatura más salvaje y fascinante que ha poblado una pantalla (grande o pequeña) desde la aparición de Felicia ‘Snoop’ Pearson en la tercera temporada de The Wire. Con estos ingredientes sobre la mesa, resulta posible fiarse del gran crítico argentino Quintín cuando celebra a Campusano como “el mayor narrador del cine argentino actual”.

La radiografía social que pone en juego Fango escapa a toda clasificación. ¿Se trata de una etnografía alucinada, un retrato hiperrealista, un ataque lírico y materialista sobre lo real? Sea como sea, la violencia, el deseo, la fraternidad y la pobreza material (que no espiritual) que abundan en la película exudan algo que solo puede ser comparado con la Verdad. Campusano ha descrito su método de trabajo como una “composición colectiva” en la que no existen el “yo” o el “mi”. Estamos, en definitiva, ante un cine que reniega de la compasión y el paternalismo en su representación de la personal e intransferible nobleza de sus protagonistas.

Proyección de «Fango» en La Casa Encendida (en el marco del Festival Márgenes).

Este texto fue publicado originalmente en el Catálogo del Festival de Sitges de 2014. El texto ha sido retocado por el autor para su republicación.