2016 fue un año lleno de ensayos y ficciones que exploraron el concepto de ciudad cual mapa del alma y de la memoria. Películas como By the Time it Gets Dark de la tailandesa Anocha Suwichakornpong, All the Cities of the North del debutante bosnio Dan Komljen, Beduino del maestro brasileño Júlio Bressane, El auge del humano del argentino Teddy Williams, o los dos largometrajes más recientes de Lav Diaz, A Lullaby to the Sorrowful Mystery y The Woman Who Left, analizaron un territorio –especialmente una urbe– a través de las historias individuales y el pasado colectivo del lugar. Irati Gorostidi es la última cineasta española que se ha sumado a esta lista de directores dispuestos a cartografiar una ciudad humanizando sus coordenadas. En su ópera prima, Gorostidi retrata el municipio de Pasaia –en vasco, Pasajes– como una suerte de contenedor sin fin, donde los recuerdos quedan adheridos a una telaraña invisible al ojo humano.
De entrada, podríamos considerar que Pasaia Bitartean se propone resucitar aquel pasado industrial del que gozaba el pueblo cuarenta años atrás, o al menos rastrear lo que ha quedado de él en el actual paisaje urbano de Pasaia. La memoria, dirá Gorostidi, puede ser invisible, pero no es indestructible. Planos largos, fijados sobre un trípode, y travellings que discurren a un ritmo pausado, simulando el lento paso de los años, descubrirán los vestigios de aquella actividad portuaria exultante, que empezó a decaer a partir de la década de los setenta. Sin embargo, la cuidadosa selección de localizaciones a cargo de Gorostidi no será nuestro único contacto con la era pasada –y gloriosa– del municipio costero. Como planteó Carlos Balbuena en su ópera prima, Cenizas, la directora vasca también invocará ese otro tiempo a través de una banda sonora que sólo sus habitantes del presente saben apreciar. Así, si en Cenizas éramos testigos de los ruidos de la industria minera en vías de extinción de un pueblo leonés, el rumor de fondo de Pasaia Bitartean serán unos intermitentes golpes de martillo sobre metales, el crujir del ferrocarril sobre raíles oxidados, ecos de sierras, motores de buques gigantescos en movimiento, y, por último, conciertos de bandas de heavy que (a su manera) invocan y homenajean al fantasma de la metalurgia con sus guitarras, bajos y baterías.
Como demostró la gran obra de José Luis Guerin, En construcción, el cine también puede resucitar fantasmas, incluso empleando los códigos del lenguaje documental. Pasaia Bitartean propone una puesta en escena –similar a la del director de En la ciudad de Sylvia– de las coordenadas de un mapa que se encuentran ancladas (o, mejor dicho, suspendidas) entre dos épocas. De hecho, la palabra vasca “Bitartean” se traduce por “mientras” cuando se refiere a cuestiones temporales, y por “entre” tratándose de espaciales. Sin embargo, el título del largometraje no es una idea original de la cineasta novel. Gorostidi escogió el nombre del proyecto urbanístico que el arquitecto Jonander Agirre Mikelez –también productor de la cinta– presentó en 2013 para denunciar el abandono de ciertas zonas de Pasaia, así como ofrecer tentativas de mejora. En este sentido, Gorostidi no podía cerrar su representación de las dos realidades temporales que conviven en Pasaia sin mencionar el componente más humano que reside en ellas: los sueños y deseos de regeneración de aquellos que habitan el lugar.
Enlace para ver Pasaia Bitartean en el Festival Mérgenes online.