Gonzalo de Pedro Amatria
Robert Walser ya dejó escrito hace mucho que escribir que no se puede escribir, también es escribir. Pablo Hernando, con su segunda película tras la sorprendente CABÁS, parece de alguna manera seguir esa regla de la perplejidad ante el mundo y el arte, aplicándola al trabajo cinematográfico: filmar que no se puede filmar también es filmar. Berserker, protagonizada por uno de los miembros del colectivo performático-internetero Canódromo Abandonado, Julián Genisson, es una película aparentemente muy sencilla, y casi reducida a su mínima expresión: Hugo Vartan, un joven escritor de novelas por encargo se obsesiona con un caso cercano de asesinato, y decide, a pocos días de entregar su novela, cambiarla por completo y concentrarse en la investigación del caso, sin conseguir nunca resolverlo. Y es en esa imposibilidad donde reside uno de los puntos fascinantes de una película que parece montarse y desmontarse al mismo tiempo frente al espectador: a Pablo Hernando no le interesa la resolución del caso, que funciona como un McGuffin gigante, una excusa que pone en marcha un aparato de cine negro en versión crisis económica española, que, sorprendentemente, no se sabe dónde termina, y despista su resolución hasta disolverse en un océano de melancolía nini, de crisis existencial venida a menos que termina por contagiar al propio relato, como si el no future de la generación arrasada por el desmantelamiento del Estado del Bienestar hubiera afectado también a la posibilidad de contar y construir nuestros propios relatos, convertidos en películas de cine negro sin femme fatale, sin enemigos, sin malos claros ni buenos obvios, y rodadas en la pobreza más absoluta de la luz artificial de los supermercados de bajo coste.
De alguna forma, Berserker podría parecer una versión post-crisis económica del Zodiac de David Fincher, película seminal sobre el fin del cine (de ficción) como herramienta de conocimiento del mundo, pero aderezada con los elementos trágicos de una generación cuyo futuro ha sido arrancado como las páginas de una novela negra pulp de segunda mano comprada en un mercadillo. La trama se halla marcada por desapariciones, asesinatos, ausencias, que la película no se empeña en explicar, y que el personaje interpretado por un magistral Genisson parece remitir a cierta ilusión ciega, a una esperanza venida de un más allá situado fuera del aquí y el ahora, a un futuro imposible, a una creencia irracional como vía de salvación colectiva pero al mismo tiempo individual. El grupo de amigos sobre los que se cierne el misterio parecían compartir cierto conocimiento, ciertas informaciones sobre un lugar, un futuro mejor, pero, acabada la solidaridad y la conciencia colectiva, solo pueden salvarse uno a uno, desapareciendo para siempre, dejando al resto a la intemperie, enfrentados a su propia miseria que la película filma siempre a la luz del día, en una imagen de video HD, con su capacidad para fijar el mundo sin vida, que refuerza esa idea de un mundo casi vacío, inmóvil, condenado a filmarse de forma desganada para siempre.
La película, como hemos dicho, orbita en torno a un misterio que no quiere solucionarse, y hace referencia en su título a una figura de la iconografía vikinga, los berserker, guerreros ultra violentos que, probablemente anestesiados y bajo el influjo de drogas o sustancias alucinógenas, se lanzaban a la lucha sin reparar en miedos ni peligros, abrazando la muerte con pasión y sin cerebro, “como perros rabiosos y lobos”, sembrando el desconcierto entre sus enemigos. Esa figura de soldados semi-suicidas, inútiles, incapaces de controlar su fuerza, y probablemente poco productivos en términos bélicos, funciona como telón de fondo para la caracterización del personaje principal, ese joven hermético, anti-empático, sociópata y encerrado en sí mismo, que se abraza con la desesperación de un suicida apático a un caso que no resolverá nunca, no en busca de un conocimiento o una epifanía, sino probablemente con la búsqueda como única fuente de sentido a una vida, y una escritura, y un cine que se revelan de forma cruel totalmente carentes de él.