Víctor Esquirol (Festival de Berlín)
Mientras Roger Federer recuperaba el trono de la ATP (restaurando así el equilibrio en la Fuerza), en la sección Forum del Festival de Berlín se mostraba L’empire de la perfection, de Julien Faraut, una de las joyas de la sección, un documento deportivo espectacular y una reflexión fílmica igualmente impresionante. Si David Foster Wallace llegó a comparar al deportista suizo con una revelación religiosa, cabría hacer lo propio con John McEnroe y la experiencia cinematográfica total.
Echando mano del material que grabó Gil de Kermadec para dejar constancia del astro estadounidense, y teniendo siempre en mente aquella famosa sentencia de Jean-Luc Godard (“Las películas mienten, el deporte no”), Faraut invoca la voz de Mathieu Amalric y el espíritu de Serge Daney y se encomienda a los dioses del deporte más bello del mundo. Lo demuestra la cámara ultra-lenta, el montaje obsesivo y la transición de los 16mm al 4K, infalibles herramientas para descubrir (y entender) los secretos detrás de los saques, voleas, liftados y cortados más imprevisibles del circuito profesional.
Hay en este ensayo de Julien Faraut mucha fascinación por la plasticidad corporal, también por lo bien que se preserva la emoción de aquellos grandes partidos (como aquella final de 1984 en París, contra Ivan Lendl). Pero la película no se conforma con el estatus de cápsula del tiempo. Tiene claro que no es una retransmisión, sino una reflexión sobre el propio medio en el que se apoya. El mismo que hizo grande a McEnroe, un hombre que en sus picos de inspiración pasaba del Deuce a la Ventaja, pasando antes por todos los géneros conocidos por el séptimo arte. Drama, comedia, terror, suspense… todo cabía; todo valía.
Todo queda inmortalizado y perturbado por la fuerza invasiva de la cámara, testigo y condicionante de un juego noble, sincero… pero sujeto al juicio de muchos ojos. De una infinidad de instantáneas que siempre despertará una infinidad de puntos de vista. La imagen como activo subjetivo, como motivo de discordia. La bola tocó línea dependiendo de la actitud con la que revisamos la jugada. Normal que en la acción y la reflexión de L’empire de la perfection luzcan los tonos marronosos de la arcilla de Roland Garros, no en vano, Meca de la única superficie a la cual aún no ha llegado la tecnología del “ojo de halcón”, esa verdad cinematográfica que debe imponerse a la mentira de la opinión humana. Terreno, este último, que todavía es propiedad de los genios. Aquellos que por técnica y, sobre todo, por carácter, se han ganado el derecho a aspirar a la perfección. McEnroe, en el mejor curso de su carrera se quedó en un insuperable 96,5% de victorias. Faraut no se quedó muy lejos.