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LA IMAGEN PERDIDA. 92 minutos. Camboya, Francia (2013)

En su ensayo El crítico como artista, Oscar Wilde encabezaba sus reflexiones con una cita de Nietzsche que proclamaba: “Todo lo que es profundo ama la máscara”. Un lección paradójica que se extiende con fuerza por el arte que aspira a exorcizar las heridas del pasado. En la novela gráfica Maus de Art Spiegelman, el horror del Holocausto se enmascaraba bajo la fisonomía de unos ratones y unos gatos que representaban a judíos y nazis. Por su parte, en Superstar: The Karen Carpenter Story, el director norteamericano Todd Haynes recreaba el trágico viacrucis anoréxico de la cantante Karen Carpenter utilizando muñecas Barbi. Y, finalmente, en la reciente The Act of Killing, el genocidio de miles de comunistas en la Indonesia de los años 60 se evocaba a través de una truculentas recreaciones que no ocultaban su disfraz ficcional, subrayado por el uso de códigos del cine negro o el musical.

En la magnífica La imagen perdida, el director camboyano Rithy Panh vuelve a demostrar el poder de la máscara para sacudir los fantasmas del pasado. En este caso, el vacío dejado por una imagen perdida, o más bien negada –la imagen de la ejecución de inocentes a manos de los Jemeres Rojos–, se llena con unas recreaciones estáticas protagonizadas por pequeñas figuras de arcilla, unas figuras que conectan con la tierra pantanosa en la que se vio hundido un pueblo sometido a la barbarie. Así, combinando unas crudas imágenes de archivo i estos retablos enfangados, Panh elabora su propia respuesta elegía e íntima a una realidad secuestrada por la desmemoria. Como apunta el director en una de las muchas lecciones contenidas en el poético texto que recita en off, “es posible robar una imagen, pero no un pensamiento”. Manu Yáñez

DUCH, MASTER OF THE FORGES OF HELL. 110 minutos. Francia, Camboya (2011)

Entre 1975 y 1979, el régimen de los Jemeres Rojos causó la muerte de alrededor 1,8 millones de personas, un cuarto de la población de Camboya. Kaing Guek Eav, conocido como Duch, estuvo a cargo durante cuatro años de la M13, una prisión controlada por los Jemeres Rojos, antes de convertirse en secretario general del Angkar («la Organización», entidad sin rostro y omnipresente que dirigió sin oposición el destino de todo un pueblo) en el centro S21 en Phnom Penh. Allí, una máquina de muerte que, según los archivos, acabó con la vida de al menos 12.300 personas. Pero, ¿cuántas más desaparecieron, «pisoteadas, reducidas al polvo», sin que se haya encontrado ningún rastro?

En 2009, Kaing Guek Eav, o Duch, fue el primer dirigente de la organización de los Jemeres Rojos presentado ante una corte penal internacional. Duch revela en este film de Rithy Panh de qué forma cumplió su misión y las razones que le condujeron a dirigir la M13 y luego S21: su fe en la ideología del Angkar; su obsesión por el trabajo bien hecho, el culto a la jerarquía y su deseo de ser apreciado por sus jefes; su pasión por el poder, la disciplina y la organización; sus talentos como pedagogo y su obsesión por formar a obreros que cometieran crímenes colectivos y silenciosos; su instinto de supervivencia, sus remordimientos y su miedo a la muerte. Panh recoge su palabra desnuda, sin adornos, en el aislamiento de un cara a cara. Paralelamente, la pone en perspectiva con imágenes de archivo y testimonios de sobrevivientes. A lo largo del relato se vislumbra implacable la máquina infernal de un sistema de destrucción de lo humano. Diego Lerer

S21, LA MACHINE DE MORT KHMÈRE ROUGE. 101 minutos. Camboya, Francia (2003).

En S21…, la obra maestra de Rithy Panh, el documentalista camboyano lleva a cabo una investigación encaminada a encontrar a los responsables y supervivientes del genocidio llevado a cabo por los Jemeres Rojos en la década de los 70 del siglo XX. El realizador convence a victimas y torturadores para que se reúnan en Tuol Sleng o S21, el centro de torturas de Phnom Penh donde, veinticinco años atrás, tuvieron que enfrentarse a la barbarie más atroz. Entre relatos del horror, las victimas muestran su dolor por la pérdida de seres queridos y por los imborrables traumas psicológicos provocados por el maltrato y la tortura, mientras los torturadores van recordando sus actos sin apenas inmutarse. Un desconcertante y sobrecogedor abismo se abre entre el contenido de sus confesiones y la gélida impavidez de sus rostros. Y hay más, en el momento cumbre del documental, el realizador decide escenificar el funcionamiento de las celdas de encierro y tortura de Phnom Penh. La máquina se pone en marcha: los torturadores ocupan sus lugares, no hay presos tendidos en el suelo, pero al dar inicio la macabra representación, los antiguos represores empiezan a actuar como si los cuerpos estuviesen ahí, empiezan a gritar, a lanzar patadas contra figuras invisibles, a exigir violentamente el silencio…

En S21…, el ejercicio cinematográfico deviene un exorcismo de la Historia. La memoria colectiva adopta la forma de una fantasmagoría corpórea, en trance, que reconstruye la abyección histórica a través de sus verdugos: sus movimientos mecanizados, tocados por una inconsciencia macabra, son el testimonio definitivo del horror y al mismo tiempo una puerta abierta a la verdad. Una verdad que, sostenida sobre palabras pero también sobre movimientos, debiera permitir la construcción de un diálogo con la Historia, un presente de justicia y un futuro de convivencia. Manu Yáñez