En un primer momento, parece que Cooper, que se estrena como director, vaya a hacer el recorrido inverso al de Gaga, que da la cara en su papel de Ally, liberándose de su identidad mediática y aferrándose a la cara más genuina de su talento. Bradley Cooper, por su parte, con un acento sureño relativamente verídico, resulta evidente que está forzado, afectado. Sin embargo, si hay una cualidad que caracteriza a Cooper es la transparencia de su personalidad actoral. Así, su encarnación de una estrella de la música atormentada por el alcoholismo emerge tocada por un halo de dignidad. Una combinación de factores que convierte esta nueva Ha nacido una estrella en un film singular: lejos de la sensación de condena irremediable que transmitía James Mason en la magistral versión de 1954 (con Judy Garland), y también al margen del festín de egolatría e infantilismo de Kris Kristofferson en la olvidable versión de 1954 (con Barbra Streisand), Cooper consigue dar forma al drama de un hombre bueno condenado por los traumes de infancia, la soledad y la fiereza de su adicción. Manu Yáñez

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