Pocos días antes de la presentación de su nuevo film en el Festival de San Sebastián, Jon Garaño y Aitor Arregi aseguraban en una entrevista que habían querido huir de referentes como El hombre elefante para llevar a cabo su película. La comparación no es inocua ya que Handia habla también de una figura marginal, el gigante de Altzo, que pasaría sus días siendo exhibido por toda Europa. En su lugar, los directores aludían a otras referencias que iban desde el Béla Tarr de El caballo de Turín al David Lean de La hija de Ryan, pero de entre todas las que mencionaban destacaba una con la que la conexión se antoja especialmente significativa: al igual que hacía Andrew Dominic en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford, Handia se acerca también a la leyenda a través de sus aledaños.

La película, rodada en euskera y en territorio vasco, no es un western propiamente dicho, pero ese caserío de Altzo del que salen sus protagonistas bien podría ser el escenario de una película donde el tren irrumpe en la vida de sus habitantes. Handia es la historia de un outsider, pero es, sobre todo, el retrato de un mundo en transformación. Desde ese final de la segunda guerra carlista con el que comienza la trama, hasta ese periplo por un nuevo continente que todavía no ha acabado de olvidar el Antiguo Régimen, Handia se convierte en una road movie protagonizada por dos hermanos donde el gigantismo es más la excusa que el centro del relato. Tal y como la voz en off se encarga de repetir, “bajo esa superficie todo siempre está cambiando”, y lo que Garaño y Arregui han decidido llevar a cabo de manera inteligente es reconstruir la leyenda del gigante —mucho más conocida en el País Vasco que fuera del mismo— a través de una ficción que nunca pretende encontrar la verdad del mito, sino la de toda una época.

Para hacerlo, los directores toman la decisión de dividir la película en seis capítulos centrados tanto alrededor de Joaquín, el gigante, como de Martin, su hermano. Cada uno de ellos representa una mirada hacia el nuevo mundo: Joaquín solo habla euskera mientras que Martín se atreve con el castellano. Joaquín no para de crecer mientras que Martín es un lisiado de guerra. Joaquín sueña con volver a su pueblo mientras que Martín no deja de pensar en emigrar a América, etc. Tal y como asegura Martín en un momento de la cinta “lo mejor de las personas es nuestra capacidad de adaptarnos a todo”, pero para Joaquín lo mejor será precisamente todo lo contrario… En la relación entre ambos podemos observar tanto el pasado como el futuro de un pueblo y es ahí donde Handia triunfa: al mostrar un tira y afloja entre dos concepciones vitales, al describir un momento en que fue la propia Historia la que dio un paso de gigante.

Formalmente, estamos ante una película impoluta donde los trucajes invisibles siempre van a favor del relato. He aquí una producción vasca insólita: no sólo se trata de una cinta virtuosa en el apartado técnico, sino también ambiciosa en su uso de la tecnología. Más allá de los efectos que consiguen igualar, en un mismo plano, diferentes alturas, también hablamos de una puesta en escena que poco a poco se va olvidando de los escenarios para situar a sus protagonistas en unos fondos de oscuridad donde la abstracción, tanto temporal como espacial, se apodera de la historia. No es el único apunte interesante que proviene de los directores: los espejos y escaparates como definitorios para el gigante, el juego de vestuarios a los que se enfrenta (la visita a la Reina es, muy probablemente, la mejor secuencia de toda la película), el proceso según el cual nos vamos habituando a los mecanismos del showbusiness, el instante en que el amor y la vergüenza se escapan junto a esa otra gigante inglesa, etc.

Handia es una película con ideas sumamente interesantes desperdigadas a lo largo del relato. Su mayor problema es, precisamente, esa diseminación de elementos y referentes. En ocasiones da la sensación de que la película quiere escapar con tantas ansias al mero biopic que se esfuerza en añadir ingredientes que restan fuerza al conjunto. Una vez la película ha terminado, los pasos están claros pero no así la meta hacia donde se dirige. En cualquier caso, Handia camina, en todo momento, por ideas, paisajes, diálogos y personajes que sólo pueden entenderse plenamente desde el contexto vasco. En un momento en el que los cines nacionales tienden a la globalización de sus contenidos o a pulimentarlos hasta el minimalismo, me da la sensación de que ese será otro de los méritos por los que se recuerde esta película: ser capaz de hablar del allí desde aquí.