274 minutos (con dos intervalos incluídos), tres grandes historias divididas en 18 episodios, varias decenas de personajes y de localizaciones (incluida una escena rodada en Mozambique), tres narradores en off omnipresentes (Daniel Hendler, Juan Minujín y Verónica Llinás) y, lo más importante de todo, miles de pequeñas y grandes ideas, varias de ellas en camino de ubicarse entre las más audaces y delirantes del cine argentino en mucho tiempo. Todo eso (y mucho, muchísimo más) es lo que propone Historias extraordinarias, un título megalómano –el reverso de las Historias mínimas, de Carlos Sorín– pero que, por una vez, suena justo y apropiado.

Quienes lo hemos entrevistado o lo hemos visto hablar en público, quienes hemos leído sus manifiestos o escuchado sus opiniones sobre el cine argentino, sabemos que Llinás está un poco (sólo un poco) loco, que es un artista de tendencias anarquistas y un provocador, un personaje panfletario al que no le importa nada: ni el INCAA (el instituto del cine argentino), ni las relaciones públicas ni mucho menos el ridículo. Si Balnearios (2002) fue una película muy influyente con su ironía y su apuesta juguetona con el (falso) documental que convirtió a Llinás en una suerte de patriarca de un grupo de técnicos y directores que lo ayudaron en ese y otros emprendimientos –y que luego él apoyó en los proyectos personales de cada uno–, Historias extraordinarias es ya una proeza cinematográfica concretada en formato digital: un trabajo consagratorio.

La primera secuencia (genial) del film incluye un asesinato narrado a distancia y en único plano fijo, un pasaje que nada tiene que envidiarle, por ejemplo, al de No es país para viejos de los hermanos Coen. Luego, la película saltará del thriller a la comedia, al melodrama romántico (hay un tríangulo amoroso), al falso documental, al género de aventuras, al costumbrismo pueblerino, a la épica, al cine bélico y, claro, a la road y river movie (hay tantas escenas en ruta como en lancha).

Hay también una excelente banda sonora compuesta por Gabriel Chwojnik que no deja género por incursionar (se destacan los acordes que remedan a los spaghetti westerns de Sergio Leone), hay una masacre con víctimas que van desde jeques árabes hasta agentes de Scotland Yard narrada sólo con fotos, hay una escena ambientada en Guyana con nazis de la Segunda Guerra Mundial, hay momentos sublimes con música lenta de una FM pueblerina, hay reconstrucciones de casos policiales con recortes de periódicos, cartas y mapas, hay gente que fotografía monolitos y otros que los hacen explotar por los aires, hay personajes que viven meses encerrados en un hotel mientras practican el voyeurismo y otros que no paran de viajar, hay narradores que se escuchan todo el tiempo mientras los protagonistas casi no hablan, hay delirios de grandeza (y la película tiene mucha grandeza) y hay una liviandad propia de la novela popular por entregas y una belleza sofisticada propia de la literatura del siglo XIX.

Hay en estas historias extraordinarias mucho humor, amor y pasión por el cine. Gracias a Llinás y a su equipo por las cuatro horas más disfrutables de los últimos tiempos. Como dice el leit-motiv de la película… ¡Sigan siempre en la ruta!

Proyección de “Historias extraordinarias” en el ciclo que Tabakalera dedica a la Universidad del Cine de Buenos Aires (5 de mayo).