274 minutos, tres grandes historias divididas en 18 episodios, varias decenas de personajes y de locaciones (incluida una escena rodada en Mozambique), tres narradores en off omnipresentes (Daniel Hendler, Juan Minujín y Verónica Llinás) y –lo más importante de todo– miles de pequeñas y grandes ideas, varias de ellas en camino de ubicarse entre las más audaces y delirantes del cine argentino en mucho tiempo. Todo eso (y mucho, muchísimo más) es lo que propone Historias extraordinarias, un título megalómano pero que, por una vez, suena justo y apropiado. Si Balnearios (2002), la ópera prima de Llinás, fue una película muy influyente con su ironía y su apuesta juguetona con el (falso) documental, Historias extraordinarias es ya una proeza cinematográfica concretada en formato digital y un trabajo consagratorio. La primera secuencia (genial) del film incluye un asesinato narrado a distancia y en único plano fijo, un pasaje que nada tiene que envidiarle, por ejemplo, a No es país para viejos, de los hermanos Coen. Luego, la película saltará del thriller a la comedia, al melodrama romántico, al falso documental, al género de aventuras, al costumbrismo pueblerino, a la épica, al cine bélico y, claro, a la road y river movie (hay tantas escenas en ruta como en lancha). Una película que, como apuntan desde Mubi, se haya imbuida por el espíritu de Robert Louis Stevenson y filtrada por las sensibilidades de Jorge Luis Borges y Thomas Pynchon. Diego Batlle

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