La imagen de unas manos masculinas, serenas, acariciando un gato negro, sirven de puerta al mundo exuberante que está por aparecer, habitado por mujeres artistas y activistas transgénero. Gustavo Sánchez maneja el relato de tal modo que al espectador le pille desprevenido el paso del tiempo. Casi como les sucede a las protagonistas, quienes han asistido en primera persona a la transformación de Nueva York sin apenas darse cuenta. El repaso por la cultura underground a través de estas figuras determinantes, resulta, de algún modo, agridulce. Por un lado, los testimonios aportan una serie de conocimientos de gran valor personal, llegando incluso a retratar una actitud de activismo inmortal en defensa de la rareza y lo rechazado socialmente. Por otro, resulta triste percibir la incomprensión ejercida a través de actitudes cotidianas que se reflejan en las propias leyes, en una ciudad que, como una de las protagonistas recuerda, ha sido refugio de tantos seres inadaptados. El documental es una especie de ensayo con puntos suspensivos al final, que recuerda la necesidad de continuar el camino apenas iniciado. Laura Carneros

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