Víctor Esquirol (Festival de Berlín)

A estas alturas, parece que ya se haya dicho todo lo que se podía decir sobre DAU… y aun así, incluso después de haber tenido (¡al fin!) un primer contacto con la criatura, da la sensación de que seguimos sin saber absolutamente nada al respecto. Esto podría ser una fuente de frustración, pero en realidad es la constatación de que el cineasta ruso Ilya Khrzhanovsky, mente maestra detrás de este experimento cinematográfico pantagruélico, consiguió lo más complicado: estar a la altura de las inmensas expectativas levantadas a lo largo de los años, apuntaladas todas ellas con un toque de misterio que ponía los pelos de punta. Eran los ingredientes óptimos para el caldo de cultivo de las leyendas.

Por muy paradójico que pueda sonar, resulta reconfortante saber que el enigma en torno a DAU no se ha desvanecido, ni siquiera tras las más de dos horas y media de proyección de DAU. Natasha (una de las películas más radicales que he visto jamás en la Sección Oficial a Competición de un gran festival). Sigo sin saber prácticamente nada del asunto, y está bien que sea así, dado que fue el misterio lo que me llevó hasta el delirante proyecto diseñado por Khrzhanovsky. De hecho, sueño con que este proceso de exploración no termine nunca. Hablamos de unas dimensiones tan elefantiásicas –para el proyecto completo de DAU, Khrzhanovsky rodó 700 horas de película en 35mm, grabó 8000 horas de diálogo, editó entre 13 y 15 películas y utilizó 10.000 extras y 400 personajes principales–, que inevitablemente nos acercamos al límite imposible del infinito. Y en el infinito debería permanecer siempre esta película de películas. De hecho, escribo este texto con el estimulante y vertiginoso miedo a no llegar nunca al final, porque, sinceramente, ahora mismo no sé cómo puede uno parar de hablar de DAU. Sí creo saber, al menos, cómo empezar.

Lo colosal en plano frontal. En 4, el anterior proyecto de Khrzhanovsky, ya se podían intuir las grandes ambiciones del cineasta. La película empezaba con una secuencia impactante: en un callejón, de noche, un puñado de perros permanecían mansamente tendidos sobre el asfalto. Tras unos cuantos segundos de silencio y calma, un ejército de gigantescos taladros neumáticos invadían el cuadro, espantaban a los pobres animales y hacían que reinara el caos, el ruido y, por supuesto, la destrucción. La calma derivaba en una violencia latente que estallaba de manera incontrolable en un abrir y cerrar de ojos. La coartada para este festín de degeneración apuntaba al seguimiento, a lo largo de más de dos horas, de tres personajes que se habían encontrado en un bar de Moscú para ahogar, con alcohol y mentiras, las penas de su miserable existencia.

A las órdenes de Khrzhanovsky, la cámara estaba a punto estaba de ser arrollada, en más de una ocasión, por hordas de quitanieves; aviones militares de dimensiones gargantuescas danzaban un baile terrorífico; y familias de campesinas montaban aquelarres con la complicidad necesaria de muñecas de trapo con propiedades de magia vudú. Un combinado reconcentrado de nihilismo ruso en el que la Madre Patria y la condición humana se derretían por igual y al mismo ritmo frenético, en un ejercicio casi profético de revelaciones tales como el Qué difícil es ser un dios de Aleksey German.

Lo colosal en multipantalla. DAU se presenta como un mega-proyecto ambientado en la Unión Soviética y centrado en la figura de Lev Davídovich Landáu, ganador del Premio Nobel de Física en el año 1962, hombre ya de por sí rodeado de inquietantes incógnitas. Con esta premisa en mente, nos adentramos en DAU. Natasha, cuyas escenas se desarrollan principalmente en una cantina, punto de encuentro entre obreros, funcionarios y, por supuesto, científicos, aunque aquí los laboratorios y experimentos ocupan un discreto (e inquietante) segundo plano. De hecho, el ámbito científico parece casi una excusa para presentar a un personaje clave en la vida de la Natasha del título: camarera y regente de la cantina. Es decir, que la carta elegida por Khrzhanovsky para presentar DAU no es más que un pequeño, insignificante, satélite en el universo planetario de la ficción histórica. Así, por ejemplo, el tan publicitado mega-escenario que debía reproducir la ciudad de DAU (a la manera de Synecdoche, New York de Charlie Kaufman) apenas se intuye en una breve secuencia. El resto transcurre en unos interiores asfixiantes en los que, curiosamente, acabamos encontrando lo que buscábamos. DAU es, al fin al cabo, una invitación a dejarse engullir, contra el sentido común, por algo gigantesco.

En Dau. Natasha, nos asomamos al abismo de la mano de los gestos más reconocibles del cine de la crueldad. La intensidad, elevada hasta niveles que van mucho más allá del simple exceso, corre a cargo de unos planos de seguimiento nerviosos y febriles, y un montaje frenético que ahonda en una violencia omnipresente. Después de una intensa jornada laboral, Natasha se queda recogiendo la cantina junto a otra camarera que supuestamente está a sus órdenes. Ocurre que la segunda opina que ya ha trabajado suficiente, de modo que intenta irse a casa negligiendo sus responsabilidades profesionales. A partir de esta nimiedad, se origina una lucha entre ambas que, de hecho, marcará la tónica en todo lo que está por venir. A partir de un pequeño grano de arena, se origina una montaña de proporciones, efectivamente, colosales.

Khrzhanovsky lleva los cuerpos al límite de manera similar al último Abdellatif Kechiche, empalmando opulentas performances disfrazadas de riñas hogareñas, fiestas de celebración o visitas inesperadas de los servicios secretos. Todo está guionizado pero plasmado con tal crudeza que parece que los actores se emborrachan, copulan y se maltratan de verdad. En los sucesivos clímax, incluso parece que cargar con la cámara sea una tortura para el operador. La violencia se extiende por todas partes, alimentada por la ejecución cinematográfica. DAU. Natasha es, al fin y al cabo, un estudio de los mecanismos que emplean los regímenes totalitarios para vampirizar las relaciones humanas. La práctica totalidad de los encuentros entre personajes llevan el sello del autoritarismo. Natasha se empeña en que su ayudante cumpla las labores que le han sido encomendadas para reafirmar su supuesta superioridad en la escala social.

El perverso juego que propone DAU. Natasha consiste en ver quién está encima, y quién es aplastado debajo. El vencedor, por cierto, es siempre quien consigue anular a su “rival”, quien le priva de su condición humana, convirtiéndolo en otro bulto dentro de la masa sumisa. No importa si la operación se realiza con métodos lúdico-recreativos o a puñetazo limpio, pues el resultado y las motivaciones son siempre las mismas. El espectador capaz de mantener la mirada fija en la pantalla descubrirá uno de esos objetos fílmicos que aparecen una vez en la vida. Primera pantalla superada, toca seguir explorando; toca seguir perdiéndose en DAU.