Paula Arantzazu Ruiz

El pasado 26 de enero, aterricé en Holanda con el tiempo justo para llegar a la Masterclass que Yervant Gianikian y Angela Ricci Lucchi ofrecían en el marco del Festival Internacional de Cine de Rotterdam. El certamen había incluido en su programación su último ejercicio, Journey to Russia (2017), una instalación de seis pantallas y una amplia acuarela que relata el encuentro de la pareja de artistas con los supervivientes de la vanguardia rusa en los estertores del régimen soviético. Inaugurada en la Documenta 14, Journey to Russia es una instalación desbordante, que acompaña y amplía dos piezas cinematográficas previas –Notes sur nos voyages en Russie 1989-1990 (2011) y À propos de nos voyages en Russie (2016)–, y un libro sobre sus diarios de viaje, The Arrow of Time, publicado en 2017. Inmersa en la escritura de un trabajo crítico sobre esta pieza artística, vi en la Masterclass un momento inmejorable para poder conversar con los artistas e indagar en los detalles de ese proyecto. Como me habían demostrado en más de una ocasión, la generosidad en la palabra y la voluntad de explicarse también formaban parte de su praxis artística. Nada más llegar a la ciudad neerlandesa, sin embargo, se anuló la clase magistral y pronto supe que Angela estaba hospitalizada.

Tal vez porque me encuentro enfrascada en el estudio de Journey to Russia, se repiten en mi cabeza una y otra vez las numerosas claves de esa obra que subrayan la relevancia artística de Gianikian y Ricci Lucchi, su vínculo con una cierta tradición cultural europea: un legado, una herencia, una memoria, la Historia en mayúsculas. Una línea genealógica que, con el deceso de Angela, se desvanece un poco más. La vinculación se extiende también, por supuesto, a una cierta manera de entender y amar las imágenes en movimiento. Étienne-Jules Marey, Eadward Muybridge, los hermanos Lumière… pero también las teorías de Wladimir Propp, el cientifismo de Cesare Lombroso, los colores de Oskar Kokoschka –Angela había estudiado Bellas Artes bajo la supervisión del artista austríaco–, y el testimonio del exilio de Nina Berberova, Iliá Ehrenburg y Ossip Mandelstam. Angela y Yervant son ese nexo entre ellos y nosotros.

Hay una imagen en Journey to Russia que me parece muy reveladora de esa genealogía. Uno de los vídeos de la instalación es un compendio de entrevistas a varias figuras de la vanguardia rusa que Gianikian y Ricci Lucchi realizaron a lo largo de sus viajes al país, de Aleksey German a Berberova, o a Valentina Kozintseva, viuda del cineasta Grigori Kozintsev. En un momento de la entrevista a Kozintseva, la mujer les revela que antes que con el director de El Rey Lear (1971), estuvo brevemente casada con Boris Barnet, y les indica que guarda un pequeño archivo de sus años de relación con el cineasta. Angela sostiene la cámara, filmando la escena: tras la revelación hablada, hay un corte, y entonces la imagen nos muestra el instante en que Valentina le entrega una foto de Barnet a Yervant. De una mano a otra. Una verdadera imagen de lo que significa tomar el testigo.

Creo que los críticos y críticas, académicos y académicas, que hemos trabajado la obra de Gianikian y Ricci Lucchi nos hemos sentido fascinados, y nos seguimos sintiendo fascinados, por esa idea de relevo y de memoria. Una noción que resuena en la obsesiva capacidad de acumular y catalogar de la pareja, de ordenar los restos de un naufragio histórico –cuyas consecuencias palpitan con fuerza en nuestro presente–. Nos gusta reconocerlos como los últimos miembros de una estirpe congregada en torno al pensamiento benjaminiano sobre las dinámicas de la Historia. Cuando ves, o más bien participas, del visionado de Dal Polo all’Equatore (1987), Uomini, anni, vita (1990), la serie de los Frammenti elettrici (2001-2015) o la Trilogía de la guerra –Prigionieri della guerra (1995), Su tutte le vette è pace (1999) y Oh! Uomo (2004)–, por citar las obras más conocidas de la pareja, resulta imposible no sentirse sacudido por el modo en que la idea del recuerdo se materializa en pantalla, así como por el respeto y la delicadeza con el que los cineastas se aproximan a los fotogramas y al archivo.    

Llegué al cine de Gianikian y Ricci Lucchi de manera azarosa, y a veces pienso que esos caprichos y esas decisiones arbitrarias son las que más determinan quién acabas por ser. Estudié su cine en mi tesis doctoral y la investigación sobre Oh! Uomo me condujo a rastrear los orígenes del cine médico y la incorporación del cinematógrafo a la sala de operaciones y al laboratorio, en paralelo al nacimiento del cine como espectáculo, entre otras cuestiones de historia del cine y de la medicina. A Angela y a Yervant, por tanto, les debo este largo viaje –otro más–, y un buen número de encuentros y experiencias compartidas ya fueran universitarias, profesionales o personales: de Gorizia a Bolonia y Turín, de Barcelona a Madrid, Rotterdam y París. Tuve la oportunidad –otra más– de ampliar mi conocimiento sobre su obra el pasado septiembre en unas jornadas académicas en París, continuación de un congreso organizado en 2016 por Jonathan Larcher y Alo Paistik en el marco del EHESS, y creo que no hay palabras para describir cuánto de abrumadora fue la experiencia de contemplar, en 35 milímetros, el tren que circula serpenteando un acantilado durante el arranque de Dal Polo all’Equatore.

Hace justo un año, un mes después de doctorarme, salió publicado el número 3 de la revista Found Footage, dedicado a Angela y Yervant, en el que participé gracias a la confianza de César Ustarroz. Es un número especialmente emotivo, visto de manera retrospectiva, en el que tengo el placer de compartir índice con algunas personas con las que siento mucha afinidad y a las que admiro, entre ellas la propia Angela. En realidad, lo siento como un honor. Al cabo de varios meses de salir la revista a la luz, recibí un correo electrónico de Gianikian y Ricci Lucchi agradeciéndome ese texto, intrigados asimismo por mi interés en las imágenes de manos que aparecen recurrentemente en sus obras cinematográficas. Era un correo breve, pero cariñoso: hablaban de nuevos proyectos, de la instalación Journey to Russia y de un nuevo Frammenti elettrici, en esta ocasión sobre el pueblo romaní en España en los años previos a la Guerra Civil. Imágenes y manos. Pienso ahora en esas tomas en las que vemos, o intuimos, a los cineastas manos a la obra, moviendo fotogramas mediante la cámara analítica o pasando imágenes a mano, una a una, delante de la cámara. Hay sin duda una cuestión de fuerza laboral y de cuidado con el material (que tienen entre manos); una ética rigurosa que alude asimismo al hecho (milagroso) de que su labor manual pone a la vista todo ese cúmulo de imágenes que habíamos dejado de ver. Hoy prefiero también pensar esa idea de imágenes y manos como réplica de la toma de Angela en la que vemos a Valentina Kozintseva extender el brazo y pasarle a Yervant una fotografía de Barnet. Imágenes que van de una mano a otra para que puedan ser vistas. Un conmovedor regalo.