Más allá de roles, estructuras, diálogos o incluso espacios, lo que de veras se presenta como la marca sagrada del guión contemporáneo es el punto de vista. Una buena película siempre se determina respecto a un lugar o un personaje (esté éste presente o no en la película) y a partir de ahí se nos narra todo siendo consecuente con los parámetros que uno mismo se ha marcado. Lynch juega a destruir el narrador mítico burlando las leyes de espacio y tiempo y sobre todo, el seguimiento de personajes, pero no rompe con el punto de vista, simplemente lo amplía y eleva, incluyendo en su cámara los sueños e ilusiones de los retratados al mismo tiempo que sus alucinaciones y pesadillas. Mullholland Drive es de algún modo el ejemplo perfecto de esto, pero en Inland Empire Lynch, no contento con ello, elevó la propuesta a una desacralización (o, tal vez, todo lo contrario) de la cámara. Rodada en digital, no importa tanto entender a los personajes mediante sus acciones como descubrirlos a través de las huellas y reflejos que va dejando en cada parte de las imágenes. El relato imposible de Inland Empire cobra fuerza precisamente por esa imposibilidad, una inherente a su estructura pero también respecto a una más física y desbordante. Endika Rey

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