Como buen documental observacional, Inland Sea se toma su tiempo para desplegar todo su potencial. El crítico Neil Young apuntaba en The Hollywood Reporter, acerca del film presentado en el Festival de Berlín de 2018, que este “recompensaba a los espectadores pacientes”. En una obra como esta es fundamental el concepto de la espera, la paciencia, incluso. Tal como demuestra el propio Kazuhiro Soda, que con piezas como Campaign o Mental se ha asentado como uno de los más importantes documentalistas del cine japonés contemporáneo, las personas (que en el otro lado de la pantalla devienen pintorescos personajes) requieren un voto de fe, mucha perseverancia y, sobretodo, una inquebrantable humanidad. Con todos estos elementos, el cineasta y su pareja (y productora) Kiyoko Kashiwagi se presentan en Ushimado, un envejecido pueblo pesquero bañado por las aguas del mar Interior de Seto (el Inland Sea del título). Allí se dedicarán a rondar por sus calles, acompañando silenciosamente a su gente, mostrando en cámara un variado plantel de figuras. Desde el anciano pescador que, diligentemente, despliega y recoge sus redes día sí día también, hasta la chismosa del pueblo (protagonista de una de las escenas más sobrecogedoras de la película), pasando por la pescadera local, la gente que limpia losas en el cementerio… El retrato de un ecosistema social y vital en inminente peligro de extinción. Júlia Gaitano

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