Júlia Gaitano i Mendizabal (L’Alternativa, Barcelona)

La memoria, muchas veces útil, nos hace conscientes de dónde venimos y nos ayuda a trazar una cierta dirección de destino. Otras veces la ignoramos por conveniencia, simulamos el olvido, repetimos errores. Aquellas con poca capacidad de retentiva, o que simplemente no tienen nada especial que recordar, viven plácidamente en un presente indoloro que no deja rastro tras de sí. Pero quién arrastra consigo una experiencia excepcional, como la directora de 918 GAU, difícilmente puede escapar de dichos recuerdos. En el caso de Arantza Santesteban, nos referimos al hecho de haber pasado esas 918 noches del título encerrada en una prisión, cumpliendo condena. Aunque de eso hace ya más de 14 años, no resulta difícil imaginar cómo una vivencia así marca el resto de una vida. Santesteban hace de esa memoria la materia prima de su pieza, que llega al Festival L’Alternativa tras su reciente galardón en Doclisboa como Mejor Película Internacional. Como indica la sala totalmente llena en su pase en Barcelona, presentado por la propia autora, se trata de un proyecto que ha generado mucha expectación.

918 GAU no aborda solamente una memoria particular, aunque es ahí donde pone el foco de la cineasta, sino que también contiene un fragmento de la memoria de todo un país. Sin emitir juicios de valor (en esta historia, ya se ha superado ese punto), Santesteban no deja fuera de la ecuación el contexto de su detención y posterior encarcelamiento. Era octubre de 2007 y el juez Baltasar Garzón emitía una fulminante orden de detención para la directora, junto a veintidós compañeros del ya entonces ilegalizado partido político Batasuna. En un momento especialmente tenso, cuando ETA se encontraba dando los últimos y destructivos coletazos, resistiéndose agónicamente a su fin, la justicia fue especialmente dura con aquellos considerados simpatizantes o incluso aliados de la organización terrorista. Santesteban lo recuerda todo desde un enfoque muy subjetivo, invocando la experiencia a través de su diario y de la revisión de fotos y documentos personales de ese momento. El escáner y su ritmo hipnótico le sirven para contextualizar e ir construyendo un rompecabezas de lo que fueron aquellos casi tres años de presidio. La cineasta propone así un ejercicio riguroso, con pocos elementos: lecturas, archivos, recreaciones simbólicas. Poco a poco, detalle a detalle, 918 GAU se va configurando como un todo. La narración adquiere capas de significado mientras somos testigos del generoso despliegue de material que va dando forma a la cronología de los hechos.

«918 GAU» de Arantza Santesteban.

Si hubiese decidido tratar únicamente sus recuerdos del tiempo en prisión, con las historias de sus compañeras, improbables romances y sus propias dudas, Santesteban tendría entre manos una pieza con entidad suficiente, pero no quiere limitarse a ello. Incluye, así, reflexiones que transcienden el contexto. Sensaciones y experiencias que muy poco tienen que ver con el idealista mundo de las consignas y certezas políticas. 918 GAU va más allá de las noches del título para poner sobre la mesa lo que las siguió. En el fondo, este ejercicio de memoria tiene que ver con un deseo de mirar hacia adelante. Cabe destacar un discurso especialmente elocuente que la cineasta extrae de la carta de un amigo, recibida durante el tiempo en prisión. En este pasaje, Santesteban se revela como una militante menos persuasiva o rotunda de lo que se podría esperar. Como dice la misiva, a veces hay que aceptar que no podremos saber si las cebras son blancas con rayas oscuras o viceversa.

«Heltzear» de Mikel Gurrea.

En el cortometraje Heltzear, Mikel Gurrea articula un ejercicio de memoria que, como el de Santesteban, va de lo particular a lo nacional. Utilizando las herramientas que le brinda la ficción, el donostiarra construye una pieza que aborda el conflicto vasco de forma tangencial o sutil, reconociéndolo como el gran elefante en la habitación. Tanto el foco narrativo como la cámara se mantienen cerca de Sara (Haizea Oses), una adolescente que escribe una carta a su hermano ausente. Es su voz la que vehicula el cortometraje, acompañada por escenas en las que la vemos entrenar sin tregua, dedicando todo su tiempo y esfuerzo a la escalada competitiva. Memoria, en este caso, no es solamente lo que ella expresa o el espacio que pueda abrirse y quedar entre líneas. En Heltzear, adquiere una acepción más, la de la memoria muscular, que con el gesto evoca aquella persona que nos falta. Resulta remarcable que, con tan pocos elementos dramáticos, el corto de Gurrea llegue a proponer tantas capas. La pieza llega a la ciudad catalana tras pasar por el Festival de Cine de San Sebastián o la Mostra de Venecia, marcando la primera vez que se ve un cortometraje en euskera en el certamen italiano.

«Begiak Hesteko Artean» de Jorge Moneo Quintana.

Presentado en la Sección Nacional de Cortometrajes, Begiak Hesteko Artean también convierte el gesto en protagonista de la memoria, aunque en este caso sea el del propio cineasta. Jorge Moneo Quintana pone en relación el paso del tiempo con la arquitectura de Vitoria, a pesar de que se podría aplicar al caso de cualquier otra ciudad. Mucho más centrado en la partícula, o lo que es lo mismo, en una esquina particular de la capital vasca, la pieza se despliega aprovechando las posibilidades expresivas del montaje y el diseño de sonido. La materia prima es la fotografía de archivo, que registra una ciudad cambiante. Incluso las iglesias, como el edificio inicial del corto, se demuestran finalmente como construcciones efímeras. Su lugar, tan aparentemente eterno y resistente, es sustituido por interés, por la acción del hombre: el destrozo como forma de alterar el paisaje urbano. Emerge la capitalización del espacio, como revela la aparición de un Banco Popular de los Previsores del Porvenir. Y, por encima de todo ello, interviene la mano de Moneo Quintana, que invoca una imagen imposible, cabalgando entre décadas que, ahora sí, dejan huella.