Para su segunda incursión en la animación (tras Fantástico Sr. Fox), Wes Anderson vuelve a optar por la tecnología stop-motion. A través de un complejo y precioso sistema de muñecos y maquetas en permanente movimiento, nos dibuja un Japón imaginario, en un tiempo igualmente imaginado. En él, el hombre ha renunciado a la compañía de su mejor amigo, y con ello ha renegado de su propia humanidad. Un maléfico clan político ha decretado mandar todos los canes de la ciudad de Megasaki a una isla-vertedero. En un gag brillante (y recurrente) que sirve además como carta de presentación del film, nos damos cuenta de que, a efectos prácticos, lo que distingue a un bando del otro es una mera barrera lingüística. Los humanos hablan japonés; los perros, inglés. A partir de ahí, les aleja lo mismo que les puede juntar. Donde antes había conflicto, ahora hay comprensión. De repente, brota la esperanza gracias a una alianza. La de un grupo de estudiantes opositores y sus fieles acompañantes, que no ladran, sino que se manifiestan a través de la voz de Bill Murray, Jeff Goldblum, Bryan Cranston o Scarlett Johansson. Víctor Esquirol

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