Algo que resulta fascinante a los profanos sobre el trabajo actoral son esos mitos sobre la capacidad de llevar la conexión sentimental con los personajes hasta los extremos más íntimos y recónditos. Cuando el asunto del método se vuelve realmente interesante –o irritante, según a quién se pregunte en el set de rodaje– es ese momento donde la psique, las emociones, y, en definitiva, las personalidades de interpretante e interpretado se difuminan tanto entre sí que nos enfrentan a una pregunta fundamental: ¿cómo se construye nuestra identidad? ¿O qué significa ser quiénes somos? Guiada por estos interrogantes, el documental Jim y Andy permite a un actor, Jim Carrey, poseído hasta ese límite por su personaje, Andy Kaufman (durante el rodaje de Man on the Moon). Un ejercicio de entrega a través del cual, paradójicamente, el actor descubre algo esencial acerca de sí mismo. Un juego de identidades en el que, por otra parte, se manifiesta una verdad universal: la consciencia de que la propia identidad –nuestros anhelos, sueños y aflicciones– no es más que un relato que vamos contándonos a lo largo de nuestra vida. Un relato, que, como el del “hombre en la Luna”, en ocasiones es más auténtico y otras veces es más simulado. David San Juan Bayón

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