Los años noventa fueron especialmente prolíficos en lo que se refiere al thriller e incluso se puede afirmar que fue una década que vio nacer un subgénero propio: el sexythriller. La apropiación de elementos del cine negro de la mano de Paul Verhoeven en Instinto básico daría pie a una serie de películas derivadas donde el sexo, el asesinato y los giros sorprendentes iban siempre la mano. Si el holandés inauguraba de algún modo un género, se puede decir que Juegos salvajes es en cierto sentido su defunción: resulta difícil ofrecer más de lo que la película de John McNaughton brinda dentro de esos nuevos parámetros marcados. Hablamos de un relato caleidoscópico donde nunca nadie es quién dice ser y donde la narración se rompe cada poco para ofrecer una nueva visión de los acontecimientos de una manera tan delirante como fascinante. Eso, sumado a un gran sentido del humor, a un escenario sudoroso magníficamente aprovechado, a un hilarante fuera de campo en los títulos de crédito y a una serie de secuencias sexuales más cercanas a la parodia que al cine erótico, hacen de Juegos salvajes un divertimento donde la distancia irónica la marca la propia dirección. Netflix se suma al verano y rescata la cinta esta semana en su plataforma. Endika Rey

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