“Me interesa lo que tengo cercano y he observado. No siempre son cosas autobiográficas pero son cosas que saco de detalles de la realidad y después avanzan solas hacia la ficción. En ese sentido, lo primero que tengo al frente es lo familiar. Para mí lo familiar es relativo, son relaciones entre personas. Me interesa quebrar los roles, que lo familiar tenga que ver con conexiones y decisiones personales. De alguna forma, cómo lo familiar y cotidiano se vuelve ajeno al mismo tiempo”. Así introducía Dominga Sotomayor su ópera prima, tras una interesante carrera como cortometrajista, con la que ganó el Festival de Rotterdam. Precisamente, De jueves a domingo conecta con las preocupaciones que la directora chilena había planteado en sus cortos (el análisis del núcleo familiar a través de las relaciones internas que se establecen en él) y, como ella misma reconoce, también mantiene esa forma de posicionarse a la hora de contar historias. En este caso, el punto de vista es el de dos niños que emprenden un viaje de cuatro días con sus padres, que están a punto de separarse. La melancolía de una época que se acaba está retratada con sutileza y enorme emoción por esta cineasta que sabe sacar partido a la soledad y al encierro dentro de un coche. Formaría un buen (y revelador) programa doble con Verano 1993 (2017), de Carla Simón. Fernando Bernal

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