Violeta Kovacsics (Festival de Jerusalem)

En la revista Variety, Guy Lodge escribía que pocos cineastas contemporáneos pueden hacer tanto con tan poco como Kelly Reichardt. En IndieWire, Noel Murray elaboraba (quizá sin quererlo) una idea similar cuando afirmaba que Certain Women es una película sigilosa y vacilante, y que sus segmentos apenas duran treinta minutos. Hay algo callado en el cine de Reichardt, una especie de humildad profunda. Su obra se encuentra más cerca de la evocación de los momentos vitales (tema central en su cine) que de cualquier alegato contundente; y esto, en cierta manera, tiene mucho que ver con el hecho de que aquella que está detrás de la cámara es también una mujer. En Certain Women, Reichardt compone tres relatos en torno a sendas mujeres. Basados en cuentos de la escritora Maile Meloy, los episodios del filme de Reichardt son retratos sutiles que corren por debajo de la superficie: el de una abogada (Laura Dern) que tiene que lidiar con un desequilibrado cliente; el de una madre (Michelle Williams) que, para la construcción de una nueva casa, pide prestadas unas piedras a uno de sus vecinos; el de una cuidadora de caballos (Lily Gladstone) que se obsesiona con una profesora de clases nocturnas (Kristen Stewart).

“El juez le ha dicho lo mismo que yo le he estado diciendo todos estos meses. Me gustaría ser un hombre para poder decir algo y que simplemente me dijesen OK”, dice en un momento la letrada interpretada por Dern, poniendo en evidencia cuanto le cuesta, por su condición de mujer, que su cliente la escuche. De la misma manera, la esposa a la que encarna Williams se muestra decepcionada cuando su marido la deja hablar ante el hombre del que quieren conseguir el material para construir su nueva casa; para que, al final, él termine relativizando la urgencia del asunto. El hombre derrumba de un plumazo, y bajo la excusa de la cortesía, todo el discurso de la mujer. Mientras, Reichardt ahonda en las profundidades de estas grietas, de estas desilusiones y luchas cotidianas a través de los silencios de los personajes, de los pequeños gestos, de la mirada empañada por la ventanilla de un coche, o por el ventanal de una casa. Se trata, por ejemplo, de la rutina tibiamente modificada de la protagonista del último capítulo, que se acicala ante el espejo para asistir a caballo a la clase nocturna, con el deseo, callado, de cortejar a la profesora de la que se ha enamorado. Ella idealiza las posibilidades de un vínculo mucho más frágil de lo que quiere ver. En este sentido, el momento más bello del filme es aquel en el que ambas pasean a caballo, envueltas en una oscuridad cerrada, por las calles del pequeño pueblo de Montana, del instituto al diner, bajo los focos anaranjados de las farolas. Es una escena tan bella como insólita, pues el amor romántico se sitúa aquí en ese espacio tan extraño de la América profunda, limítrofe entre lo rural y lo urbano, entre las granjas y los pequeños centros comerciales.

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Michelle Williams, actriz fetiche de Reichardt, en “Certain Women”.

No es un detalle banal que el objeto de deseo de la caballerosa protagonista del tercer fragmento sea Kristen Stewart, una actriz que, en Viaje a Sils Maria de Olivier Assayas se atrevió a emborronar la frontera entre la ficción y su propia trayectoria. Aquí, se sumerge en una experiencia sin duda mucho más íntima, silenciosa. Hay algo en ella que la vincula hondamente con las estrellas clásicas de Hollywood. Sus gestos son plenamente suyos, no necesita una amplia gama de registros, sino que su presencia implica, por sí misma, un discurso determinado. A su vez, Stewart define como nadie la contemporaneidad (por eso, su presencia en un relato de los tiempos actuales como es Personal Shopper, también de Olivier Assayas, se antoja esencial para entender la propuesta del cineasta francés). En un momento de Certain Women, el personaje de Stewart se limpia con una servilleta enrollada aun alrededor de los cubiertos del diner donde cena tres noches, primero una hamburguesa que no termina, luego una sopa y finalmente un sandwich. Esta inmediatez, esta especie de relación despreocupada que establece con los objetos (con la servilleta, aquí; con el teléfono, por ejemplo, en Personal Shopper y en Sils Maria) se revela como una pista, sutil, de cómo Stewart es capaz de encarnar, con la mínima expresión, la más profunda contemporaneidad.

Rodada en 16mm, con escenas abiertamente nocturnas, el grano se apodera del cuadro de Certain Women, evidenciando una lejanía respecto a la imperante textura digital. No en vano, entre los productores figura Todd Haynes, con quien Reichardt comparte el formar parte de una suerte de resistencia fílmica. Reichardt ha hecho una película esencialmente orgánica, arraigada a la tierra, a Montana, en la que, si se cierran los ojos, se escuchan los sonidos del frío y de la noche, de las calles vacías y de la gente. No hay música, sino cotidianidad. Su retrato, del lugar y de lo que nos pasa a las personas, es tan límpido que resulta inevitable que alcance la verdad.