La reconversión de Bruno Dumont, ex-director de oscuros dramas morales, en un autor de comedias surrealistas –primero la sensacional El pequeño Quinquin, ahora la correcta Ma Loute– es sin duda una de las mutaciones más singulares acontecidas en el Planeta Autor en los últimos años. ¿Quién podría haber pronosticado que Dumont devendría un sátiro con espíritu de caricaturista, dispuesto a facturar una farsa sobre la lucha de clases disfrazada de comedia histórica (de enredo)? Lo interesante del asunto es que, pese al cambio de registro, el cine de Dumont sigue cuestionándose cuál es el lugar del ser humano en la compleja encrucijada que forman la vida sentimental, los instintos (en su versión más primitiva), la moral (en su cara más ambigua) y las estructuras sociales. En las primeras películas de Dumont, el estudio de lo espiritual y lo social se canalizaba a través de un acercamiento a la religiosidad. En sus últimas dos obras, la atención se concentra en las pintorescas costumbres de un improbable grupo de bichos raros.

La troupe de personajes reunidos en Ma loute funciona como toda una oda a la excentricidad. El patriarca de los Van Peteghem –un Fabrice Luchini maniatado por el histrionismo– se mueve como uno de los Wild and Crazy Guys que encarnaron Steve Martin y Dan Aykroyd en el Saturday Night Live, mientras que Juliette Binoche, muy pasada de vueltas, deviene toda una Castafiore. Hay una familia de pescadores parece salida de La matanza de Texas, mientras que un grupo de burgueses pasea por una playa felliniana. A la postre, estos referentes se integran con naturalidad en el lenguaje de Dumont: planos generales, un interés por lo paisajístico y por la fisicidad de los personajes. El problema no es tanto estético como narrativo. Viendo Ma loute, uno echa de menos la intriga que florecía en El pequeño Quinquin, la pulsión enigmática que recorría el relato. Aquí Dumont se muestra demasiado impaciente por dejar bien claro el rol que ocupará en la función cada personaje. Solo la joven y andrógina Billie Van Peteghem (Raph) ofrecerá suficientes dosis de misterio y magnetismo: su cuerpo, de espaldas, medio sumergido en el agua, se erige en la imagen más poderosa de la película, una poética aparición de lo humano en este circo de freaks.