En los últimos años ha proliferado un cierto cine de género, de producción independiente y alto cuidado formal, que parece avanzar en una misma dirección, hasta el punto de anunciar, para muchos, el posible surgimiento de una “nueva era dorada del cine de terror”. Películas como It follows de David Robert Mitchell o Babadook de Jennifer Kent, ambas de 2014, pertenecen a esta fresca hornada de films, como también lo hace La bruja. El debutante Robert Eggers nos cuenta, con apariencia de leyenda colonial, la historia de una familia en la Nueva Inglaterra de 1630, que es desterrada a causa de los encontronazos del patriarca con las convicciones religiosas de su comunidad. La familia, formada por los progenitores, la hija mayor (Anya Taylor-Joy, vista en Múltiple), tres hermanos pequeños y un recién nacido, empezará a experimentar, en el aislamiento de su nuevo hogar, episodios de puro horror (rituales satánicos que provienen del sombrío bosque vecino, la visita de un infernal macho cabrío…), que Eggers describe con imágenes de precisión y elegancia pictóricas. En estos denominados “nuevos clásicos” es también importante señalar la reivindicación de la mujer en el terror, tradicionalmente condenada al sufrimiento ineludible y gratuito. Las figuras femeninas son ahora empoderadas, y toman puestos de relevancia. El caso de La bruja, con la fuerza de su protagonista y su perverso e irreverente desenlace, es uno de los más destacables. Júlia Gaitano

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