La La Land recibe al espectador con un par de explosivos números musicales que devolverían la fe en la magia de Hollywood y Broadway al más cínico de los misántropos. Una efervescencia que debe tanto a la espectacularidad de la fantasía musical como al empleo de unas herramientas formales que solemos asociar a las formas del realismo. Solos ante el peligro, guiados por el virtuosismo escénico de su director, Emma Stone y Ryan Gosling dan lo mejor de sí mismos. La combinación actoral resulta perfecta. Stone, contemporánea, conecta la película a una cierta esencia urbana. Gosling, clásico, alimenta la nostalgia de una película que da carpetazo a la posmodernidad (¡adiós, Moulin Rouge!) para reencontrarse con ese tipo de musical “democrático” que encarnó como nadie Gene Kelly: una película protagonizada por gente común que invita a bailar, amar y soñar. Chazelle repite con Gosling en su último film, que se pudo ver en la pasada edición de la Mostra, y que narra la historia del astronauta Neil Armstrong. En La La Land podemos disfrutar de otro cielo estrellado, el del planetario en el que los personajes bailan desde un filtro de fantasía que sólo la música puede justificar. Manu Yañez

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