En una de las numerosas y brillantes escenas íntimas que componen La consagración de la primavera, un chico le confiesa a una chica que la gente piensa que “no puede hacerlo” y ella le responde que en su caso es al revés, piensan que sí, pero no puede hacerlo. Hablan sobre sexo. David tiene parálisis cerebral y vive postrado en la cama o en su silla de ruedas, mientras que Laura acaba de llegar a Madrid desde Mallorca para comenzar sus estudios universitarios. De la relación que se estable entre ellos surge la belleza, el dolor y la emoción de un film que se presenta a concurso en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián y que se encuentra entre las grandes obras españolas de la temporada.

La tercera película del cineasta y montador Fernando Franco supone una variación en el marco de su rotunda y esencial filmografía. Aquí, pese a abordar la desesperanza provocada por la enfermedad, la historia aparece tocada por un halo de luminosidad. Una apuesta narrativa –surgida del guion que coescriben Franco y Bego Aróstegui– que se afianza en el empleo de la elipsis. Porque lo que no se cuenta y se intuye aporta un peso específico a la experiencia de Laura, que actúa como guía del relato y como centro neurálgico del trabajo escénico.

El director de Morir (2017) trata de derribar prejuicios en torno a la asistencia sexual a las personas que sufren una discapacidad, algo presente en el debate social, pero ausente en la ficción audiovisual. Además, el cineasta busca enfrentar dos mundos aparentemente distanciados, pero que guardan puntos en común. Vínculos que afloran en el sutil trabajo de acercamiento a las motivaciones, miedos y anhelos de los personajes.

El cineasta mantiene su compromiso con el plano secuencia –aunque atenuado respecto a La herida (2013)– con la intención mostrar la progresión emocional de los personajes. En ese afán por filmar pegado a la verdad, Franco cuenta con la complicidad de su habitual director de fotografía, Santiago Racaj, y de la pareja protagonista. David está interpretado por Telmo Irureta, un actor que sufre parálisis cerebral y cuyo trabajo sustancia buena parte de las intenciones del film. Mientras que Laura está encarnada por Valèria Sorolla, una revelación más (y ya van unas cuantas) dentro del joven cine español. Componentes idóneos con los que Franco interpreta una emocionante y muy física partitura de palabras, sonidos y silencios.