Alexandra Ershova (Barcelona)

El cineasta palestino Kamal Aljafari fue uno de los protagonistas de la pasada edición de La Inesperada, que se celebró en Barcelona entre el 20 y el 23 de febrero. El certamen de cine de lo real mostró varios trabajos de Aljafari, que nació en 1972 en la ciudad de Ramla, y que se graduó en la Academia de Medios de Colonia de Köln, donde desarrolló su propio lenguaje cinematográfico. El autor de cortometrajes como Paradiso, XXXI, 108 y UNDR ha hecho del trabajo con found footage la principal seña de identidad de su obra, que se erige como un acto político de resistencia, explorando la violencia constante de la que ha sido víctima el pueblo palestino. En sus documentales, Aljafari reensambla diferentes materiales transformando por completo los significados originales y creando un nuevo espacio para la imaginación colectiva.

En sus intervenciones públicas, Aljafari subraya que sus películas no se limitan a mostrar historias en la pantalla, sino que devienen lo que él llama “fidai films”. El término árabe “fidai” significa “aquel que se sacrifica por la patria”, o “revolucionario”, reflejando así la posición política del autor. Según el cineasta, sus obras nacen de la necesidad de registrar y transmitir la experiencia de la opresión. En un coloquio realizado en la Filmoteca de Catalunya, durante su visita a La Inesperada, Aljafari señalaba que “me gustaría que esta película (A Fidai Film) no existiera; no porque sea mala, sino porque no deseo que los acontecimientos que en ella se documentan se repitan. Si no hubiera ocupación y destrucción, yo podría estar haciendo otro tipo de películas».

A Fidai Film es un collage documental compuesto por materiales de archivo confiscados por el ejército israelí en 1982 en Beirut durante la ocupación, así como por archivos personales de Aljafari. La película testimonia lo ocurrido en 1948, cuando la Haganá (una organización paramilitar que precedió a la creación de las Fuerzas de Defensa de Israel) saqueó casas palestinas, llevándose libros, manuscritos, fotografías, videos y documentos personales. Muchos de estos materiales terminaron en la Biblioteca Nacional de Israel o en la biblioteca de la Universidad Hebrea. Esta es una práctica colonial típica: reescribir la historia del país ocupado y borrar su identidad cultural.

Aljafari devuelve estas imágenes a su tierra de origen y, con ellas, la memoria que fue arrebatada al pueblo palestino. Una tarea de restitución que A Fidai Film acomete mediante la manipulación de las imágenes. Por ejemplo, las figuras humanas aparecen teñidas de color rojo, convertidas en “fantasmas ensangrentados del pasado”. Las figuras coloreadas aparecen en escenas que representan actos de contacto humano –entre madre e hijo, entre hombre y mujer, entre un niño y el mundo– subrayando la importancia de los vínculos que la guerra ha arrancado brutalmente al pueblo palestino. Este recurso amplifica la importancia de la identidad palestina, la vida humana y la memoria colectiva. 

La estrategia artística desplegada en A Fidai Film remite a Removed, la película de Naomi Uman, donde la directora, eliminando elementos clave de la imagen, sobre todo personas, dirige la atención del espectador hacia los cuerpos y el rol del ser humano en la memoria histórica. Aljafari aplica una técnica similar a los créditos de los archivos fílmicos, cubriendo de rojo los nombres y profesiones de los participantes en los rodajes. Este gesto simboliza el borrado de historias personales durante los conflictos bélicos, transformando a las personas en víctimas anónimas. Lo que queda son las huellas del “silencio rojo”, un rastro visual de la violencia ejercida sobre la historia y la memoria popular.

En A Fidai Film, Aljafari ensambla imágenes de ciudades devastadas y personas huyendo de la guerra para reconstruir la historia fracturada de su nación. Un conjunto de imágenes capitales va apareciendo de forma recurrente: mujeres de pie en balcones de casas en llamas, personas escapando del fuego, ruinas de edificios y paisajes urbanos apocalípticos. Con cada repetición, estas escenas ganan fuerza emocional, intensificando la sensación de horror omnipresente y de catástrofe inminente. Y, luego, la escena final de la película añade una nueva capa de reflexión al mostrar un diálogo personal entre Aljafari y un amigo: “Encontré un archivo”; “¿Y qué hay en él?”. Este momento convierte la película no solo en un discurso político, sino también en una reflexión íntima del director, revelando otra dimensión de su trabajo con los archivos. Aljafari entrelaza su vida actual con el pasado de su país, reconstruyendo una línea histórica rota y distorsionada. Ante los ojos del espectador, la historia se reescribe en tiempo real: no es solo una película, sino un acto de restitución de la memoria robada y un proceso de reconstrucción de la identidad palestina.