Martín Solá continúa retratando la experiencia colectiva de vivir en un territorio propio ocupado por otra nación y al igual que hizo en su última película, Hamdan, donde reconstruía a través del retrato de Hamdan Alí Mahmoud Sefan el conflicto israelí-palestino, en La familia chechena toma como protagonista a Abubakar y su familia para apuntar al conflicto entre rusos y chechenos. En palabras de Gonzalo de Pedro, «siguiendo la vida de una familia en el territorio checheno en conflicto con los rusos, Solá filtra el conflicto político a través de las danzas extáticas de los miembros de la familia, que tratan de sublimar el sufrimiento de la vida diaria a través de un baile que les conecte con lo espiritual. La película se estructura en largas secuencias de inmersión en la práctica de unas danzas sufís conocidas como “zikr” en las que la cámara renuncia de forma explícita a lo racional para optar por un retrato cercano al cine-trance de Jean Rouch. Así, la película se convierte en un puro trance, el espectador se sume en las danzas con las que la familia exorciza los males de un territorio azotado por la violencia, en busca de una belleza superior, y la razón da paso a una experiencia mística, en la que la cámara no es un observador sino un passeur, un transmisor de experiencias y vivencias». ER

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