No es la primera vez que el cine esboza un retrato de la descomunal crisis financiera que tuvo su eclosión en Wall Street en 2008. El fenómeno ha sido retratado tanto desde la ficción –en Margin Call de J.C. Chandor, Malas noticias de Curtis Hanson o la secuela de Wall Street– como desde el documental –Inside Job de Charles Ferguson, Capitalism: A Love Story de Michael Moore o Money for Nothing: Inside the Federal Reserve de Jim Bruce). Por su parte, La gran apuesta propone un acercamiento marcado por una combinación de profundidad y levedad que la convierte a la vez en una impiadosa película de denuncia política y en una comedia muy entretenida.
No demasiado conocido en España, el coguionista y director Adam McKay es uno de los principales exponentes de la comedia estadounidense (en general, junto a su actor fetiche y socio Will Ferrell) gracias a películas como El reportero: La leyenda de Ron Burgundy, Pasado de vueltas o Hermanos por pelotas. Aquí, ya sin Ferrell, McKay ha contado con Brad Pitt como productor y como uno de los integrantes de un estelar elenco que incluye también a Steve Carell, Ryan Gosling y Christian Bale: el star system hollywoodense reunido para dar toda una declaración de principios sobre la cuestión, a partir del best seller de Michael Lewis.
Hay una zona de La gran apuesta que es casi impenetrable para quienes no conocen la dinámica y la terminología de la bolsa, los bonos y los agentes. En ese sentido, McKay se ríe hasta de sí mismo y muestra, por ejemplo, a la bella Margot Robbie desnuda en una bañera con burbujas (toda una metáfora) explicando de qué se trata la cuestión mientras bebe champán. Más allá de tecnicismos innecesarios, McKay sigue mediante una estructura coral a un grupo de expertos en inversiones que desde 2005 advirtieron la estafa del sector financiero estadounidense con las hipotecas “no preferentes” (de mayor riesgo) y comenzaron a acumular swaps (contratos privados con los propios bancos) por eventuales incumplimientos en los pagos; es decir, apostaron en contra del propio sistema que durante más de tres años intentó ocultar sus errores y disfrutó de una fiesta ficticia hasta que la bomba estalló de la peor manera. El colapso que ellos auguraban se hizo realidad.
Si bien, por momentos, La gran apuesta carece de la furia, delirio y potencia cinematográfica del Martin Scorsese de El lobo de Wall Street, la película se toma el tiempo necesario para en sus algo más de dos horas retratar a los distintos antihéroes del film, personajes bastante patéticos, paranoicos y con problemas de comunicación que terminaron ganando fortunas yendo contra la corriente. Claro que, como advierten el personaje de Brad Pitt y los títulos de crédito finales, la crisis financiera se cobró seis millones de puestos de trabajo y dejó a ocho millones de personas sin hogar. Es precisamente ese dilema, esa tensión moral entre el beneficio individual frente al derrumbe social, el que embriaga la película de una sensación de incomodidad. Una realidad contradictoria que la película desnuda como pocas, denunciando el cinismo, la hipocresía y las miserias de Wall Street, pero también de un Estado que –por acción u omisión– dejó que los abusos de unos pocos codiciosos hicieran estragos entre tantos neófitos, incautos o inocentes.