Fernando Bernal (Festival de San Sebastián)
La actividad del artista multimedia belga Johan Grimonprez se reparte entre dos espacios, los museos –su trabajo de videoarte forma parte de la colección del Centro Georges Pompidou o de la Tate Modern de Londres– y las pantallas de cine. Su trayectoria arrancó con Dial H-I-S-T-O-R-Y (1998), una obra donde ya abrazaba el ensayo fílmico, en el que ha seguido insistiendo y profundizando desde entonces. Su última película, Soundtrack to a Coup d’Etat, que participa en la sección Zabaltegi-Tabakalera del Festival de San Sebastián, tras recibir el Premio Especial del Jurado en Sundance, indaga de nuevo en las posibilidades de este formato, aunque lo haga de una manera que se asemeja (solo) en principio a un documental convencional.
Soundtrack… trabaja sobre el concepto de archivo, como suele ser habitual en su autor, para reconstruir un episodio de la historia del siglo XX, desarrollado en plena Guerra Fría. Unos acontecimientos que tuvieron como epicentro el Congo, a comienzos de los años sesenta, una nación que acababa de conseguir su independencia, y que tuvieron como desenlace el asesinato, orquestado por los servicios de inteligencia de EEUU, de Patrice Lumumba, líder del país tras el fin de la dominación belga. En realidad, este magnicidio fue una gran explosión que retumbó en todo el mundo, entonces dividido en bloques ideológicos, y que llevó a los 16 países independizados en aquel momento en África a tener voto en las Naciones Unidas.
El autor de documentales como Shadow World (2016) narra estos sucesos históricos en paralelo a la eclosión del jazz como un género popular (y culto, al mismo tiempo) con fuertes connotaciones políticas. Primero por su uso como propaganda por parte del Gobierno EEUU, que, por ejemplo, nombró a Louis Armstrong embajador del jazz en el mundo, enviándole a visitar países africanos para predicar el evangelio de Nueva Orleans, convirtiéndole así en “un arma secreta en la colonización cultural de EEUU”. Mientras que la publicidad rusa se dedicaba a denostar este estilo musical con claims como: “Hoy tiene un saxofón, mañana es un espía”, referido a los músicos.
Esta relación directa culmina con la cantante Abbey Lincoln y el baterista Max Roach irrumpiendo, en compañía de un grupo de manifestantes, como acto de protesta en la asamblea de las Naciones Unidas mientras se debatía el fin del colonialismo. Este hecho supone el reflejo del compromiso político adquirido por los grandes del jazz. El cineasta belga utiliza este simbólico momento como colofón del laboratorio semiótico de significantes, signos y propuestas visuales alrededor de los que organiza su film. Grimonprez despliega sobre la pantalla titulares de prensa, entrevistas con los iconos del jazz, imágenes de mítines, actuaciones musicales, noticiarios, informes de las agencias de inteligencia, grabaciones de programas de tele e intervenciones de altos mandatarios en la ONU, entre otros recursos audiovisuales, para refrendar una tesis a propósito de la manipulación de la información por parte del poder y de la construcción de la realidad desde los medios.
“La realidad no es un hecho. Es casi como si el mundo sufriera vértigo de la realidad. La noción misma de la realidad misma está en juego, o al menos el acceso a la realidad que los medios controlan”, asegura el artista, que estructura la avalancha de imágenes de archivo bajo el concepto de que a través del montaje (del zapping en el caso de los medios) se puede generar poesía y trazar al mismo tiempo sólidas líneas de diálogo histórico a propósito del colonialismo, la Guerra Fría y la segregación racial. De esta manera, Soundtrack to a Coup d’Etat se asienta sobre una brillante labor de edición, que a veces se mueve de forma frenética, como el bebop que surge de la trompeta de Dizzy Gillespie, y en ocasiones se muestra cadenciosa, como la voz de Nina Simone sentada al piano.