Manu Yáñez
Desde su presentación en la Quincena de Realizadores del pasado Festival de Cannes, Mustang, opera prima de la cineasta turca Deniz Gamze Ergüven, no ha dejado de acumular galardones y reconocimientos. En la reciente SEMINCI de Valladolid, acaparó hasta cinco premios, incluido el FIPRESCI de la crítica, y ha sido elegida como la representante francesa para los próximos premios Oscar. La película se presenta en el Festival de Cine Europeo de Sevilla por su condición de finalista a los Premios Lux del Parlamento Europeo. Empujado por esta avalancha de distinciones, entré a ver Mustang con unas expectativas que se disolvieron rápidamente al encontrarme con un film anodino y unidimensional, lastrado por una alarmante falta de misterio. La película cuenta la historia de cinco hermanas huérfanas que viven a 1000 km de Estambul, en la Turquía rural, y cuyos anhelos de libertad son cercenados por el puritanismo de sus tutores: abuela y su tío.
Todo lo que tiene que decir Mustang se resuelve en los primeros diez minutos de metraje. Tras salir de la escuela, las hermanas se entregan con euforia juvenil a unos inocentes juegos playeros junto a una panda de inofensivos chavales. Pero la alegría se ve prontamente interrumpida cuando, al llegar a casa, la abuela les echa una airada reprimenda por su conducta supuestamente inmoral. Además, para cerciorarse de que las jóvenes no han sido mancilladas, la déspota abuelita verifica in situ la virginidad de las chicas. Se inicia así una batalla monolítica entre el ansia de libertad de las hermanas y el ímpetu represor de sus monstruosos tutores, portavoces del contexto social. La película tiene sus altos y bajos emotivos. Hay contundentes golpes melodramáticos y algún pequeño atisbo de esperanza, como el hecho de que una de las hermanas consiga forzar un matrimonio concertado con el chico al que ama. Sin embargo, la motivaciones de todos los personajes son tan evidentes que la película no deja espacio para el enigma, la intriga, la vida cinematográfica. A la salida de la proyección, el compañero Carlos Reviriego me señalaba el parecido entre las tramas de Mustang –con sus inocentes ángeles enclaustrados– y Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, una comparativa que pone aun más de manifiesto la falta de magia de la película franco-turca. El país de las maravillas de Alice Rohrwacher o Villa Touma de Suha Arraf son otros ejemplos recientes de películas que han retratado con cierto misterio los reclamos de libertad de sus jóvenes protagonistas.
Para explicar la parquedad de Mustang, Ergüven podría escudarse en la vocación eminentemente realista de su propuesta. Sin embargo, la película está puntuada por pequeños detalles y giros narrativos que ponen de manifiesto una cierta artificialidad. La niña más pequeña del clan adopta una actitud forzadamente adulta para denunciar los constrictivos “juicios morales” de los que son víctimas las hermanas. Y luego, la huida de las chicas para ver un partido de fútbol –pasaje que remite lejanamente a Offside de Jafar Panahi– se presenta como una postiza fiesta discotequera.
En favor de la película, cabe reconocer el talento de Ergüven para capturar la complicidad que aflora entre las hermanas. El formato panorámico resulta idóneo para las composiciones de grupo, sobre todo cuando las chicas se tumban en el suelo, unas sobre otras, formando un lúdico muro de autoprotección afectiva. Sin embargo, este sugerente y sensual retrato del clan preadolescente –que recuerda a la interesante Girlhood de Céline Sciamma– se disuelve en cuanto algunas hermanas empiezan a desaparecer del mapa. Así es como se disuelve el encanto pasajero de esta película que ensombrece su noble y urgente propósito –denunciar el integrismo religioso que azota Turquía– con un despliegue cinematográfico de perfil bajo.