Manu Yáñez

Volviendo en tren a casa, tras una excitante jornada de festivaleo, me asalta una certeza reveladora: acabo de pasar una animada tarde junto a amigos cinéfilos obviando por completo el epic fail de la pasada gala de los Oscar de Hollywood. Dado que la pifia de Warren Beatty y PriceWaterhouseCoopers llevaba monopolizando mis interacciones sociales durante toda la semana, algo excéntrico (en el mejor sentido de la palabra) debe tener el Festival Americana –auténtico caballo de Troya del indie americano en el corazón de Barcelona– para materializar tamaño milagro. Podríamos llamarlo compromiso artístico y no iríamos desencaminados: uno imagina que el ajetreo cargado de curiosidad que impera en los pasillos y salas de los Cinemes Girona durante el festival debe parecerse al de aquel Sundance dorado, el de mediados de los 80, principios de los 90, que promovía la independencia por sobre el famoseo, la reflexión por sobre la apariencia. En este contexto, ¿hubiese sido demasiado pedir (o hubiese tenido algún sentido) no mencionar a Trump durante toda esa tarde de festival? Yo mismo le convertí en el punch final de mi crítica de Christine de Antonio Campos, que se proyectó este mismo viernes en el certamen barcelonés. Sin embargo, debo confesar que la chanza contra Trumplandia en el lynchiano spot del festival me pareció algo desencaminada. Los fans del bufonesco presidente twittero son, a mí parecer, poco más que víctimas de la debacle social. En vez de hacer desaparecer al votante de Trump, el spot debería volatilizar la biblia creacionista, la carta del Tea Party, el mechero de Reagan, la gorra del “Make America Great Again” o, sobre todo, el televisor. Para buenas pantallas, las del Americana.

En cualquier caso, el deje fantástico del spot sirvió de perfecta inmersión para la primera de mis dos visitas a la sección Next del festival, reservada a los nuevos valores del cine indie. Y es que Another Evil, escrita y dirigida por Carson D. Mell (guionista de varios episodios de Eastbound & Down y Silicon Valley), arranca como una comedia de terror en la que se parodia el cine de casas encantadas gracias a la aparición de un ghost hunter gordinflón, cervecero e interpretado por Dan Bakkedahl, memorable némesis de la Selina Meyer de la serie Veep. “Los fantasmas de esta casa parecen ambivalentes”, afirma solemne y ridículamente el cazafantasmas, en una frase que podría definir la relación que establece la película con los géneros cinematográficos. Lo que empieza como una sátira del terror va transitando morosa y parlanchinamente (el compañero Javi Parra me señalaba la posible influencia del mumblecore) hacia los territorios del thriller psicológico. Como señalaba el crítico Antonio José Navarro en su presentación pre-proyección, llega un punto en el que poco importa la posible presencia de los espíritus: el interés está en la interacción entre los humanos, que alcanza su cenit intimista en una larga noche de confidencias que se viste de celebración del relato oral. Another Evil nos permite viajar de las comedias de terror nacidas en los 80 (¡Cazafantasmas!) a los thrillers de intrusos de los años 90 (La mano que mece la cuna…), aunque su eficiente resultado parece deber mucho al profesionalismo artesanal del actual boom de la ficción televisiva. Para hacer una intrigante pieza de cámara, hoy no hace falta más que un buen guión, una cámara digital, dos correctos actores y algunas buenas ideas. La mejor de Another Evil es seguramente el choque entre dos Américas: una cosmopolita y civilizada, la otra primitiva e ignorante. Justo la reflexión que Nocturnal Animals de Tom Ford no consiguió llevar a buen puerto pese a contar con muchos más medios.

La otra película del día fue The 4th, escrita, dirigida, protagonizada y montada por un hombre-orquesta llamado Andre Hyland. Sobre el papel, hay pocas cosas que vinculen esta comedia urbana con el híbrido fantástico de Another Evil, más allá de su bajísimo presupuesto. Aunque quizá la conexión más profunda la podemos encontrar en el modo en que ambas películas entrecruzan y actualizan referentes de eras pasadas del cine made in USA. En este caso, The 4th arranca con un largo plano de seguimiento, tomado desde lo alto de una vivienda, que remite inevitablemente al inicio de La conversación de Francis Ford Coppola. Acto seguido, la película exhibe su esencia verité, las huellas de un rodaje de guerrilla, lo que nos lleva a descubrir una relectura de ¡Jo qué noche! de Martin Scorsese, aunque protagonizada por alguno de los jóvenes abúlicos e indolentes del cine indie de los 90, de la purria suburbial de Kevin Smith a los excéntricos slackers de Richard Linklater. A la postre, este tour de force de calamidades completa felizmente su hostil itinerario por un Los Angeles que no aparece en las guías de viaje. En un cierto momento, uno teme que la película se convierta en un cúmulo de denuncias de alcance social. Se encadena un episodio de violencia al volante, uno que refleja el exceso de corrección política, problemas con la policía, con Uber… Sin embargo, The 4th dista, por suerte, de ser un Taxi Teherán en versión L.A. La desgracia que parece rodear al indolente protagonista (una suerte de Larry David en versión hipster) tiene la misma importancia que el contexto, y si la película va perdiendo fuelle es seguramente por la falta de una motivación de peso que guíe al protagonista: la chapucera preparación de una fiesta del 4 de julio no se puede comparar al insensato enamoramiento de Griffin Dunne en el film de Scorsese, o al deseo de los chavales de Supersalidos (otro referente) de acudir a la fiesta de sus vidas. A la postre, hay que reconocer que el pasotismo del protagonista de The 4th puede ser el verdadero anclaje del film a la realidad actual, lo que explicaría el halo de desasosiego que recubre esta película aparentemente evasiva.