En 2012, Joshua Oppenheimer –cineasta norteamericano establecido en Dinamarca– estremeció a espectadores de todo el mundo con The Act of Killing, un apabullante documental con forma de exorcismo histórico que retrataba la inmunidad con la que viven hoy los ejecutores del genocidio anticomunista que acabó con la vida de medio millón de personas en la Indonesia de los años 60. Unos verdugos ensalzados como héroes de la nación que, en el film de Oppenheimer, no tenían inconveniente a la hora de recrear sus atroces crímenes delante de la impasible mirada del cineasta. Además de una terrorífica meditación histórica, The Act of Killing planteaba algunos inquietantes interrogantes sobre la práctica documental: ¿Es el cineasta responsable moral de todo aquello que ocurre ante su cámara, más aún cuando está en juego el bienestar mental de sus sujetos de estudio? ¿Forma parte de las responsabilidades o funciones del cine documental el hecho de redimir a sus protagonistas?

Estos interrogantes reaparecen en La mirada del silencio, con la que Oppenheimer construye una suerte de contraplano conceptual de su anterior film. Si The Act of Killing funcionaba como un espeluznante autorretrato del mal, la no menos impactante La mirada del silencio aborda la representación del impensable dolor sufrido por las víctimas de aquel atroz genocidio. El protagonista del film es el hermano de un ajusticiado por la dictadura de Suharto que busca a los responsables de aquel crimen, verdugos a los que Oppenheimer había conocido y entrevistado durante la producción de The Act of Killing. En definitiva, estamos ante el escalofriante testimonio del coraje de un hombre –y a su lado un cineasta, y un equipo técnico formado, en su mayor parte, por profesionales que prefieren permanecer en el anonimato– decidido a destapar una verdad incómoda.

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Ganadora del Gran Premio del Jurado del pasado Festival de Venecia, La mirada del silencio acerca todavía más a Oppenheimer a los referentes que poblaban el imaginario de The Act of Killing. El tenaz peregrinaje de un hombre en busca de la verdad remite al gran documental de Kazuo Hara The Emperor’s Naked Army Marches On, mientras que los cara a cara entre víctima y verdugos apuntan a la seminal S21: La máquina de matar de los jemeres rojos de Rithy Panh. Por no hablar del referente totémico que es Shoah de Claude Lanzmann, con su obstinada indagación en las sombras de la abyección histórica. Oppenheimer maneja estas herencias renunciando al purismo, sin miedo a herir sensibilidades. En ciertos momentos, hallamos atisbos de un desconcertante preciosismo, fruto de la búsqueda de un registro poético. En otro pasaje, Oppenheimer muestra de forma prolongada al padre del protagonista –un anciano centenario que se está quedando ciego– perdido y aterrado dentro de su propia casa… Hasta ahí, al borde del sensacionalismo, está dispuesto a llegar el cineasta para cerrar rotunda y espectacularmente su parábola sobre el extravío de una sociedad golpeada por la desmemoria.